'El faro', una obra maestra de imagen y actuación

Cine

"El duelo de actuaciones entre Robert Pattinson y Willem Dafoe es fenomenal; uno se pregunta si en realidad los actores se molieron a golpes".

Willem Dafoe y Robert Pattinson protagonizan 'El faro'. (Cortesía: CineCANÍBAL)
Fernando Zamora
Ciudad de México /

Todo gran arte es misterioso. No sólo es misterioso el impulso que arroja al ser humano a emprender la creación artística; son misteriosas las puertas que abren estas obras, eso que los semiólogos llaman “interpretación”.

El faro, de Robert Eggers, es una obra maestra tanto por su calidad visual como por su valor intangible, un mensaje que gira en torno al mal que obsesionó a maestros románticos como Shelley y Baudelaire. El faro parece consolidar los intereses que el autor mostró en La bruja, su ópera prima de 2015. Ambas tratan del mal encarnado en lo que los judeocristianos llaman Lucifer. Si a la joven bruja de 2015 la seducía un demonio del bosque, al leñador de esta película de 2019 lo seducen sirenas, tritones y un hombre con el espíritu del dios del mar.

Tom Howard, el protagonista, es un hombre vulgar en todos sentidos, que interpreta Robert Pattinson con tanta pasión que uno puede ver en sus ojos la locura del alcoholismo. Dicha locura es la que lo ha llevado a dejar su trabajo como leñador para venirse a meter en un faro donde espera hacerse de más dinero y ahorrar. No puede saber que en el faro lo espera Thomas Wake, viejo perverso que va a sacarle del pecho y de la mente las más malévolas de sus pulsiones. Desde el punto de vista narrativo, la forma en que el viejo marino abusa del leñador recuerda los cuentos en que Rudyard Kipling denunciaba los abusos de poder en las filas del ejército inglés.

El duelo de actuaciones es fenomenal. Uno se pregunta si en realidad los actores Robert Pattinson y Willem Dafoe se molieron a golpes. Porque a diferencia de los soldaditos de Kipling, Tom, el leñador, no resulta tan fácil de intimidar. Las otras influencias literarias resultan mucho más evidentes: hay mucho de Melville, de Sarah Orne Jewett y en el clímax nos encontramos con el infierno de Dante. Evidentemente, Eggers es un conocedor de la literatura universal, pero desde el punto de vista visual también resulta notable la cultura de este genio de sólo 36 años.

Desde el inicio, la cámara nos introduce en el funcionamiento del faro: engranajes que crujen al girar, relojes viejos, hornos que lanzan vapor. Entramos en lo que parece una distopía steampunk que pronto se revela heredera del impresionismo alemán. Más adelante, cuando comienza el terror más sofisticado del cine estadunidense y comienzan las apariciones de sirenas y tritones, la imagen remite al danés Carl T. Dreyer; muy particularmente a una de sus obras menos conocidas: Vampyr, de 1932. Como Dreyer, Eggers es un maestro en la eficiencia de recursos, no necesita más que de aquello que hace del cine gran arte: imagen y actuación.

En esta década que comienza vale la pena seguir la carrera de este joven autor. Si su tercera obra termina por ser tan buena como La bruja y El faro, será indiscutible que estamos escuchando una voz única en el mundo del cine; la voz de un cineasta capaz de cruzar la tradición de los cuentos medievales con el mundo del terror hollywoodense. El faro es una obra misteriosa como la joya resplandeciente que encuentre al protagonista al final. Su resplandor ilumina un infinito de interpretaciones. ¿Qué significa la luz del faro? Casi cualquier cosa, pero en el contexto de los intereses de Eggers, es el brillo de Lucifer. Un brillo que hace de nuestro leñador un Prometeo que será encadenado por haber querido mirar de cerca este faro que ilumina el mar y la eternidad. La muerte, la nada.

ÁSS

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