No sorprende que los intelectuales socialistas, comenzando por Marx, pronosticaran el final del capitalismo; es menos obvio que liberales y conservadores ocasionalmente concluyeran lo mismo.
Para el filósofo alemán esto ocurriría tarde o temprano por las contradicciones internas del sistema —que develó teóricamente y buscó soportarlas empíricamente— y a causa de su historicidad: si el capitalismo no existió desde siempre en algún momento daría lugar a una formación social distinta, como ocurrió con su propia génesis. El colapso económico, la lucha de clases o la combinación de ambos acabarían con él.
Marx conoció directamente el capitalismo de libre competencia y de la segunda revolución industrial (la del hierro y el carbón) sin llegar a ver la metamorfosis del sistema, lo que no fue óbice para que ofreciera los trazos generales de la discusión posterior acerca del final del capitalismo.
Francesco Boldizzoni (Pavía, 1979), en Imaginando el final del capitalismo. Desventuras intelectuales desde Karl Marx (Akal, 2023), hace una muy buena reconstrucción histórica con respecto de los supuestos teóricos, las predicciones y debates sobre el tema. Louis Blanc y Pierre-Joseph Proudhon comenzaron a emplear el término capitalismo en torno de 1848, pero fue Marx quien delineó de manera más precisa su figura. La dinámica histórica acabaría con la última sociedad dividida en clases y la sustituiría por un orden basado en la propiedad colectiva de los medios de producción. Mientras que Eduard Bernstein y Rudolf Hilferding rechazaron esta perspectiva apocalíptica, mostrando que el capitalismo podía estabilizarse y pulírsele los vértices más filosos merced de una política reformista desarrollada en un marco democrático, Lenin, Rosa Luxemburg, Trotsky y Bujarin consideraron al socialismo la única superación posible de aquel sistema. Una de las pocas cosas que Max Weber concedió al marxismo fue la posibilidad de que el socialismo representara una forma más avanzada que el capitalismo dentro del proceso racionalizador de la Modernidad.
La derrota de la revolución en Occidente y el ascenso de la socialdemocracia en la República de Weimar parecían dar razón a las perspectivas optimistas acerca del futuro del capitalismo; no obstante, la Gran Depresión de 1929-1932 ofreció sólida evidencia a los argumentos en contrario. Henryk Grossman consideró inevitable el colapso capitalista, en tanto que Paul Mattick juzgaba incontrovertible el tránsito al comunismo en las economías desarrolladas. Con premisas distintas, Keynes también pronosticó el final del capitalismo en las metrópolis industrializadas alrededor de 2030, bajo el supuesto de que el “problema económico” se habría resuelto y la acumulación de capital carecería de incentivos para perpetuarse. Su adversario teórico, Joseph Schumpeter, consideró erróneo el diagnóstico de Marx acerca del colapso capitalista, pero correcta su predicción acerca de que éste finalmente sucedería. Menos optimistas, aunque ciertos de la transformación profunda del sistema, Bruno Rizzi y James Burnham nombraron “colectivismo burocrático” y “sociedad gerencial”, respectivamente, al híbrido surgido de las matrices del socialismo soviético, la Alemania nazi y el New Deal estadunidense.
El progreso material sin precedentes de la posguerra reavivó el escepticismo con respecto del crepúsculo capitalista hasta que la rebelión estudiantil y las crisis económicas globales de los años setenta segaron ese ciclo venturoso. Antes de ello, las guerras de liberación nacional y la revolución en el Tercer Mundo catalizaron la expectativa del cambio dado que la abundancia occidental había alienado a la sociedad entera. De distintas maneras lo dijeron Herbert Marcuse, Raoul Vaneigem y Guy Debord. Una década después el conservador Daniel Bell lamentaría que a la austera ética protestante del trabajo y el ahorro la hubiera sustituido el hedonismo en la sociedad estadunidense apuntalado por la expansión del crédito al consumo. Por ese tiempo, Robert Heilbroner sostenía que el capitalismo había llegado a un estado estacionario y auguraba un futuro socialista desolador, ni revolucionario ni democrático, reaccionario y dirigista, “algo similar a la gestión socialista estatal de la economía y de la sociedad”.
La imbatibilidad del capitalismo quedó corroborada para no pocos con la desaparición del socialismo soviético y la ausencia de alternativas viables dentro de un mundo unipolar. Francis Fukuyama lo sintetizó en lo que llamó el “fin de la historia”, donde la economía de mercado y la democracia liberal serían el faro civilizatorio. La implosión socialista que clausuró el “corto siglo XX”, anunciaba para Eric Hobsbawm simultáneamente la inminente crisis de su antagonista. En el Sur global, Hernando de Soto no quería menos capitalismo sino uno verdaderamente auténtico basado en derechos de propiedad claramente definidos.
El optimismo neoliberal cedió con la Gran Recesión (2008-2011) que forzó a reconsiderar la intervención estatal en la economía (Obama rescatando a los bancos), misma que se extendió hacia otros territorios económicos (estímulos a las empresas, transferencias monetarias directas a la población) con la pandemia de la Covid-19. Slavoj Žižek periódicamente anuncia el inminente final del capitalismo (recientemente con la pandemia) a causa de la crisis ecológica, la manipulación biogenética, la disputa por los recursos naturales y el conflicto social. Immanuel Wallerstein y Randall Collins predijeron que la crisis terminal del capitalismo ocurriría entre los años 2030 y 2050, no porque el apetito por los beneficios se hubiera saciado como aventuró Keynes, sino por la robotización, el desempleo estructural y la desigualdad social. Sin embargo, la economía digital, potenciada con la covid-19, profundizó la desterritorialización del capital y de la mano de obra (el trabajo en casa a través de la red), de manera tal que el operario hubo de procurarse cuando menos en parte los medios de producción para poder ingresar en el mercado laboral. Y, como en la transición hacia el capitalismo, el dinero convertido en capital (en aquel entonces el capital comercial) sometió a su dominio a los productores independientes, en una vuelta más del sistema del que conocemos su historia y racionalidad inmanente, pero ignoramos cuándo será su final.
Profesor distinguido de la UAM y miembro de número de la Academia Mexicana de la Historia. Autor de 'Vuelta a la izquierda' (Océano, 2020).
AQ