Educación entre dos tiempos

Imaginar el futuro

La pandemia hizo que las instituciones se enfrentaran a una verdad innegable: la educación siempre debe reinventarse, desde la propia sociedad.

La crisis educativa en nuestro país es un llamado a organizarnos. (Imagen: Shutterstock)
Luis Xavier López Farjeat
Ciudad de México /

“La verdadera generosidad para con el futuro es entregarlo todo al presente”.

Albert Camus


El futuro nos preocupa demasiado. Quizás nuestra preocupación primordial debería ser el presente. Crear el presente, construir, cimentar, transformar, replantear nuestras circunstancias actuales, para delinear un futuro, si bien incierto, más o menos promisorio. El futuro no existe pero nos hemos obsesionado con él. Proyectamos lo que podría ser, imaginamos mundos posibles, distópicos y aterradores, catastróficos u optimistas, y reaccionamos como si esos futuros contingentes, creados desde nuestros miedos y desde la ciencia ficción, fuesen inminentes. ¿Qué seguirá a la pandemia? ¿Qué nos depara la mal llamada nueva normalidad? ¿Volverá todo a ser como antes? ¿Cambiará el mundo, la sociedad, los medios de producción, el consumo, la educación, todo? ¿Habrá que adaptarse a una nueva forma de vivir y relacionarnos?

Mucho antes de la pandemia la cantidad de artículos y libros sobre el futuro se había ya desbordado: el futuro digital, las tecnologías del futuro, el futuro del trabajo y las empresas, el futuro del entretenimiento, los sistemas de salud en el futuro, longevidad y futuro, habilidades y competencias para el futuro, las ciudades del futuro, finanzas del futuro y, por supuesto, el futuro de la educación. Presumen los más optimistas que el desarrollo exponencial de las tecnologías transformará ineludiblemente la vida humana. Cierto. Pero no hace falta hablar en futuro. Varias de las transformaciones previstas tiempo atrás llegaron con la pandemia. No todo el mundo estaba preparado. Unos intentan adaptarse, otros se han desmoronado, algunos crean, otros se han paralizado.

La educación —identificada usualmente con la escuela y la universidad— se encontró con una realidad que había sido postergada. Se vio obligada a reinventarse. Las exigencias habrían sido más llevaderas si desde siempre hubiésemos asimilado que la educación exige una renovación constante que debería ocurrir en y desde la propia sociedad en compañía de las instituciones educativas y culturales, y no desde secretarías de Estado. La educación no puede aferrarse a prácticas anquilosadas, reguladas por instituciones arcaicas controladas por funcionarios faltos de creatividad y cegados por intereses políticos. La crisis educativa en nuestro país es un llamado para que nos arriesguemos, como sociedad civil, a organizar verdaderas comunidades de aprendizaje, de transmisión de conocimiento y habilidades técnicas, de arte y cultura, de investigación transdisciplinaria, verdaderamente encaminadas a trabajar por los seres humanos y la sociedad.

Entre muchas otras cosas, esta pandemia confirmó la fragilidad de nuestro sistema educativo. Si la educación impartida no encuentra vínculo alguno con la vida de las personas y con una verdadera regeneración humanista de la sociedad, entonces está destinada al fracaso. Los problemas seguirán siendo los mismos: violencia y desintegración social, discriminación e injusticia, desempleo y pobreza. La verdadera regeneración no se construye desde el poder. Emerge desde una sociedad educada y dispuesta a crear comunidad a pesar de nuestros disensos y diferencias. Esas comunidades, algunas escolarizadas y otras no, están llamadas a generar conocimiento y a fomentar actitudes y habilidades para hacernos capaces de reaccionar ante nuestros problemas actuales. La servidumbre voluntaria a los gobiernos o a las fuerzas sociales no es una buena alternativa si preferimos una sociedad libre y activa.

¿Qué pasará con la educación? Todo depende de lo que estemos dispuestos a construir hoy. Las clases en línea y el acceso a diversos recursos y plataformas destinadas a mejorarlas tal vez llegó para quedarse. Habrá nuevas pedagogías. Sin duda habrá también rezagos y, de no apostar por el acceso y la adaptación masiva de las tecnologías, se ensanchará la brecha digital. Escuelas y universidades habrán de replantearse su función. Nada será como antes. Tampoco será como queremos que sea. La imaginación a veces nos engaña. No hay tal futuro. Estamos hechos para la incertidumbre. La palabra clave no es adaptación ante lo que pueda venir. La palabra clave es creatividad para reaccionar ante lo que venga. Nos inventamos, nos reinventamos y así es como nos habituamos a construir nuestro presente.

Luis Xavier López Farjeat Filósofo y ensayista. Investigador nacional nivel 3 | @piunsky.

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