Suele considerarse una falta de guión el que en una película los espectadores adivinen el final. Es lógico pensar que debería considerarse igualmente fallido al cineasta que espeta su ideología desde el principio. Y esto es justamente lo que hace Joaquín del Paso en El hoyo en la cerca (exclusiva de MUBI): espetarnos ideas que, además, parecen muy menores. Y sin embargo la película fue considerada para el Festival de Venecia. ¿Por qué? Hacia el final entendemos lo que hay que mirar.
- Te recomendamos La furia le viene en el sonido Laberinto
No se trata, por supuesto, de que, como Alejandro González Iñárritu (con Bardo) y Michel Franco (con Nuevo orden) el director de El hoyo en la cerca crea que, con su genio y un par de frases, puede discurrir en torno a temas como la tensión entre blancos e indígenas o ricos y pobres. Tampoco que el desarrollo de los prejuicios de Del Paso siga los derroteros trillados del cine de denuncia que supone que ser rico en México es ser católico y ser católico es ser simplemente lo peor.
La historia de El hoyo en la cerca va de un grupo de niños de escuela privada que asiste a un campamento de tipo estadounidense para darse un baño de pueblo. Normal. Aunque los diálogos parecen salidos de una telenovela. En una secuencia el chico pobre (y moreno, por supuesto) tiene que romper la nariz de un abusador que resulta ser hijo de un secretario de estado. Ni tardo ni perezoso, dicho secretario viaja en helicóptero de la Sedena hasta el campamento con su esposa, quien, vestida en abrigo de piel, dice a quien dirige a estos niños: “a ver si educan un poquito a estos salvajes”.
Del Paso cree descubrir para nosotros algo que Rousseau pensó hace muchos años: que los niños son buenos, pero Iglesia y Estado, en mancuerna feroz, los han hecho malos. ¿Será? Tal vez por eso hay críticos que quieren comparar El hoyo en la cerca con El señor de las moscas. Pero el texto de Golding es sutil y consigue, en efecto, trascender la idea del buen salvaje y llevarnos de la mano hasta una cuestión aún más profunda: el origen del mal. Este es exactamente el reto que tuvo Joaquín del Paso frente a su historia. Supongo que es lo que notaron quienes apoyaron esta obra para que participara en la Muestra de Venecia y en una plataforma como MUBI, que suele distinguirse por ofrecer películas que, si no necesariamente son buenas, al menos resultan interesantes.
Y es que, digámoslo así: en el tercer acto, El hoyo en la cerca, da un giro total. Habiendo quedado establecido que los católicos son malos y que, si son ricos mucho peor, el director espeta al público una adaptación de La Purga, aquella película de Hollywood en que la gente da rienda suelta a sus instintos más salvajes y se pone a matar. En el caso de El hoyo en la cerca nos enteramos repentinamente de que el esperado ritual de los niños ricos en esta película consiste en ir al pueblo en el que, normalmente, los chicos irían a ofrecer ropa usada, pero en vez de recitar un pasaje del Evangelio se ponen a matar indígenas. Por pobres, nomás.
Realmente es tan sorpresivo el giro que resulta inquietante. Y uno piensa y llega a la conclusión de que Del Paso hubiese querido hacer Saló, de Pasolini. Pero, para construir una obra así de radical tendría que haber comenzado desde el principio, narrándonos más poéticamente todo el asunto de la decadencia burguesa. Con El hoyo en la cerca uno tiene la sensación de quien escucha a un cantante en el metro y se dice: ¡ah! Si este hombre educara su voz sería capaz de producir algo excepcional.
El hoyo en la cerca
Joaquín del Paso | México | 2022
AQ