El mono gramático: entre el oxímoron y la originalidad

Poesía en segundos

Entrelazando narrativa, la poesía y la filosofía, el genio de Octavio Paz se une a la misma tradición literaria que T.S. Eliot y James Joyce.

Detalle de la portada de 'El mono gramático', de Octavio Paz. (Booket)
Víctor Manuel Mendiola
Ciudad de México /

Un libro que es un poema completo, un poema de amor que es un cuento de seres extraños, casi una novela de ruinas y monos —o de un mono, Hánuman— que pelan los dientes y cruzan el océano por el cielo; una historia-no historia de polvo, santos, árboles, miserables, periquillos, amantes, cuerpos en metamorfosis al abrir o cerrar los ojos, ayuntados y divididos, desmembrados, en la sombra cerca del fuego; un largo poema en 29 fragmentos que sucede aquí o allá, antes o después —ahora—, escribiendo en una mesa o andando en un camino, en la soledad arbolada de un centro universitario o en el sendero polvoso de Galta: un libro con un rumbo multívoco que es un ensayo, a la altura del deslumbramiento y en la profundidad de la especulación —el ir y venir desnudo de la filosofía—, que es, no de manera oblicua sino de modo central, autoconciencia y biografía en la mejor de las formas posibles, es decir, pura interioridad que en el lenguaje alcanza el eterno segundo visible. Todo esto hallamos en El mono gramático de Octavio Paz, escrito en Cambridge por encargo, después de 1968, y publicado por Edition D’Art, colección Les Sientiers de la Création, París, 1972, gracias a la traducción de Claude Esteban.

Hace cincuenta años surgió esta incisiva, insistente, imprevista obra. Anticipada por la experiencia extrema de Blanco, en la que el texto es también, de otra manera, muchos textos en las lecturas paralelas o entrecruzadas, de acuerdo con la disposición gráfica de los versos. Pero la plasticidad de El mono gramático no reside en la organización visual de la escritura. O, si está en ella, es así porque el poema, al ocurrir bajo la forma de la prosa, subyuga y trastorna el orden más abierto —o más cerrado— del lenguaje pragmático y teleológico del habla y la narración en las medidas de la poesía (los encabalgamientos, las aliteraciones, las rimas, las anáforas, las anfibologías…, las sílabas). Más atrás están Ladera este y Hacia el comienzo con la confirmación de que “todo es irreal en su demasía” y, más lejos aún, Piedra de sol que también había sido una experiencia extrema de gran envergadura, en desbandada y síntesis, y una cavilación sobre el movimiento y la fijeza o sobre sus imágenes predilectas (el río y el árbol), bajo la presencia de lo remoto (la estrella de la tarde y la mañana, Hesperus / Phosphorus), en el ritmo del verso y los cuasi hemistiquios del Polifemo… de Góngora.

El poema-ensayo-novela es la puesta en escena, de un modo fundacional —no en la repetición de un epígono—, del método mítico que describió T. S. Eliot al comprender a James Joyce y que él mismo puso en acción en La tierra baldía. El texto de Paz no solo tiene la misma textura ambigua y polimórfica sino que crea una escritura multidimensional al sobreponer tres espacios (Cambridge, Galta y, apenas, México); y al fundir en una pieza doble al hombre que escribe con el simio versado en textos, el rey de los monos, compañero y auxilio de Rama, el hijo del viento, Hánuman. Tiene razón Elsa Cross: ese ser también es, al mismo tiempo, el poeta del siglo xx —como Odiseo es Leopoldo Bloom. Pero la originalidad del texto de Paz es tan grande que la podemos observar —ya— desde el instante único del comienzo en el oxímoron del título: El mono gramático.

AQ

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