Gabriel Vargas Lozano
El presidente Andrés Manuel López Obrador ha integrado una comisión especial para formular, a partir de las opiniones de la ciudadanía, una “Constitución moral”. Lo primero que llama la atención es que este concepto evoca un significado jurídico y, aunque ya ha aclarado que no se trataría de un documento de esta naturaleza, vale la pena insistir en que, como decía Kant, el comportamiento moral depende de una adopción personal y libre, de determinados valores que guiarán nuestra conducta.
Sin embargo, la pregunta que considero realmente importante es si la sociedad mexicana requiere una reforma intelectual y moral. Mi respuesta es afirmativa ya que, a mi juicio, nos encontramos viviendo una grave crisis de la moral pública. Para probarlo, solo pensemos en los miles de desaparecidos, asesinados, extorsionados y torturados, en los últimos sexenios, cuyo conocimiento golpea cotidianamente nuestra conciencia moral. A lo anterior agreguemos la existencia de una inaceptable impunidad, el imperio de los desvalores en muchas zonas del país y la escandalosa corrupción de los políticos. Por tal motivo, lo que se requiere en nuestro país es un cambio profundo que nos permita superar esta situación. Esta reforma no es fácil ni puede ser realizada en forma inmediata pero es necesaria y urgente. Para llevarse a cabo se requieren: una explicación seria y rigurosa sobre las causas de los hechos mencionados; la formulación de los principios éticos que deberían normar la conducta de las y los mexicanos; la puesta en marcha de una serie de cambios jurídicos, culturales y educativos; y, finalmente, un convencimiento de la población sobre las vías para lograr el cambio.
Sobre las causas, la ciencia política ha explicado, entre muchos aspectos, cómo se ha formado en nuestro país un sistema corporativo que ha obstaculizado la realización de una auténtica democracia que haga valer la ley y la opinión de la ciudadanía. Sobre los principios éticos, no necesitamos ir muy lejos para encontrar formulaciones muy acabadas en las declaraciones de la Unesco sobre los derechos humanos, el medio ambiente y la genética; además, tendríamos que superar nuestros males ancestrales como la discriminación clasista, racista y sexista (hacia los indígenas, las mujeres y los diferentes); superar el complejo de inferioridad que ha sido inducido como forma de dominación; inculcar el respeto irrestricto a la dignidad del ser humano; la solidaridad, la honestidad, el reconocimiento a la pluralidad de culturas; la búsqueda de un diálogo racional y la permanente autoeducación que Humboldt llamaba bildung. Sobre los cambios jurídicos solo mencionaré, a título de ejemplo, que si la ley no considera un delito grave la malversación de fondos públicos se trata de un permiso implícito para delinquir o que si se necesita sobornar a un funcionario para que cumpla su deber es obvio que se está propiciando la corrupción. Así que mientras no se lleven a cabo cambios en la ley no podrá avanzarse.
Nada de esto será posible si no se lleva a cabo una verdadera educación tanto en el sistema escolarizado como más allá de él. En el caso del primero, durante más de tres décadas los gobiernos, siguiendo la estrategias dictadas por los organismos internacionales, han priorizado la tecnocracia y el mercantilismo eliminando o marginando la educación humanística y lo mismo ha ocurrido en la educación extra escolar. En este amplio campo que penetra hasta la intimidad de los hogares, la responsabilidad la tienen los medios masivos de comunicación, las iglesias, los padres de familia (cuando existen) y, en ciertas zonas del país, los mismos cárteles de la droga.
De todo esto quiero destacar que los medios de comunicación oficiales han sido sometidos a la lógica de mercado cuando su función no es esa y que la niñez y la juventud se encuentran en gran parte enajenadas por los videojuegos sin que se les guíe para que aprovechen mejor la revolución digital. En el caso de algunas iglesias, se trata de un claro aprovechamiento del sufrimiento y de la ignorancia de las personas para su manipulación con fines económicos y políticos (véase el reciente caso de las elecciones en Brasil) aunque sería muy importante que acompañaran el proceso de una nueva moral pública. Los padres de familia también tendrían que ser educados para que cumplan mejor su papel. En el caso de los “cárteles de la droga”, han promovido desvalores en las zonas bajo su influencia como el culto a la muerte, la elevación a la categoría de héroes de los delincuentes y la adopción por parte de hombres y mujeres jóvenes de una vida rápida y fácil que les procure un bienestar circunstancial sin reparar en el terrible daño que provocan las drogas. Por tanto, no basta un catecismo o una prédica moral. Se requiere una estrategia de múltiple y de largo alcance en lo que Hegel llamaba “el mundo de la eticidad”.
Gabriel Vargas Lozano
Profesor investigador del Departamento de Filosofía de la UAM-I y miembro del Comité Directivo de la Federación Internacional de Sociedades de Filosofía.Profesor investigador del Departamento de Filosofía de la UAM-I y miembro del Comité Directivo de la Federación Internacional de Sociedades de Filosofía.