En el puerto donde nació, el poeta Ángel Vargas (Acapulco, 1989) careció de las facilidades para ser lector: no había bibliotecas, los libros en su casa eran de contaduría, así que devoraba cuanto llegaba a sus manos y a su vista, así desarrolló una capacidad para hacer poesía de paisajes y naturaleza costeros.
“La naturaleza tiene también una capacidad de leerse”, comenta en entrevista con Laberinto el poeta, quien desecharía de sí el ego y el egoísmo, que “han llevado a lugares muy oscuros” a la humanidad.
Aunque dejó de escribir poesía hace tres años, en 2019 recopiló un conjunto de poemas que ya había gestado la década pasada en El estómago de las ballenas (Fondo de Cultura Económica, 2024), con el que ganó el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2024, que le otorgó un jurado encabezado por la acreedora de ese reconocimiento hace 4 años por El reino de lo no lineal, Elisa Díaz Castelo.
“Comencé en la poesía como lector de todo tipo de materiales: lo poco que llegaba a mi casa, algunas enciclopedias, antologías, revistas de divulgación. Haciendo una recapitulación, todos los temas sobre los que leí en aquellos años se fueron viendo reflejados a lo largo de los que siguieron de escritura; ese tipo de formación bastante heterodoxa como lector derivó en un tipo de escritura que da cuenta de aquellas lecturas de infancia”, rememora el también ganador del Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino 2019, por Antibiótica (Tierra Adentro, FCE, 2020), inspirado en Jaime Gil de Biedma.
Desde niño escribió cuentos, pero reconoce que le faltaban herramientas y oficio literarios. Entonces, descubrió que otro género, la poesía, le permitía expresar emociones y pensamientos más libremente.
“Mi acercamiento a la poesía fue muy intuitivo. Y me di cuenta que la escritura necesita mucha disciplina y trabajo, que se complementan con otras actividades, como la lectura, la apreciación de otras artes, y también de la observación minuciosa de la realidad y de la vida”, recuerda Ángel Vargas.
¿Cómo define a un poema?
Cuando intentamos definirlo, las posibilidades expresivas del poema se cierran. Cuando a un poeta le preguntan esto, contesta generalmente con un poema, por eso abundan tanto los poemas llamados Arte poética, que es la manera del poeta de responder a estas interrogantes sobre qué es el poema, la poesía, que se busca de sí… En este momento de mi vida, al poema lo concibo como la manera en que se expresa la poesía. Ahora, ¿qué es la poesía? Quién sabe. Una de las grandes riquezas del género es la búsqueda y la experimentación constante y profunda. Me parece muy saludable que no tengamos una respuesta a eso. El poema siempre es una indagación; tiene que ver más con la capacidad de abrir interrogantes, de preguntarnos por nosotros en el mundo, de espejearnos en la naturaleza y la realidad.
Parte de mi infancia también transcurrió en Acapulco. Era el paraíso, pero con muchas carencias, como la falta de libros. ¿Cómo logró combinar esa abundancia de belleza natural con las carencias, para llegar a escribir libros como El estómago de las ballenas?
Mi infancia estuvo fuera de los circuitos culturales, a los que tuve acceso ya mucho más grande. Empecé a hacer mis lecturas de donde yo podía. Mi infancia fue muy cercana a los ambientes naturales, a esa exuberancia y a esa abundancia de lo que ofrecen; y, al mismo tiempo, alejada completamente de esa infraestructura muy bien valorada por los escritores y los circuitos culturales. No me quejo para nada, me resulta todavía fascinante pensarme así, como un escritor de la costa y estoy muy contento con serlo. La manera en que leemos hoy es, quizás, demasiado acotada; lo que es posible es decir que la naturaleza, el mundo, tiene una capacidad de leerse, sobre todo cuando eres niño y nos permite tener una lectura muy vívida de lo que está pasando. Cuando nos acercamos a los libros, buscamos una especie de revelación, un recordatorio de lo que vimos de niños.
¿Se asume como activista, como poeta activista, como un visionario en el sentido histórico o profético? Incluso tiene un poema en el libro donde su madre habla de profecías de Nostradamus.
La poesía tiene la capacidad de volverse oportuna en los momentos en que tiene que hacerlo. Hay poemas que fueron escritos hace 100 años y, cuando nos llega, de pronto el poema acontece, sucede en ese instante, y es como si nos hablara de un presente concreto. Para el lector del presente significa muchísimo. Claro, hay otro tipo de textos que pueden ser oportunistas. La poesía que nace de eventos muy concretos, por ejemplo. La oleada de textos que surgieron a raíz de la pandemia o del huracán Otis y que nacen de vivencias particulares.
La poesía tiene la capacidad de hablar desde un presente, pero siempre proyectándose al futuro. No sé si soy profético o visionario, sólo sé que algunos textos que escribí han terminado por convertirse en realidad palpable. Lo que pasó es que la mirada poética se ha desplazado hacia el futuro, previendo un poco lo que podría suceder.
Curioso que El estómago de las ballenas se gestó antes de Otis, pero ahí está el huracán.
Es un libro que se empezó a escribir muchos años . A mí me tocó vivir el huracán en la costa, muy cerca del mar, y fue una experiencia límite, muy cercana a la muerte. Lo maravilloso en la literatura, en la poesía, es que de pronto existan textos que pareciera que fueron escritos con antelación.
Incluso como epígrafe cita a José Emilio Pacheco: “La abundancia se mide en el raudal de sus escombros”. Es realmente una síntesis de lo que, imagino, Acapulco vivió con el paso de Otis.
Hay algo que nos une como generaciones, pero que está particularmente expuesto ahora en las recientes: la sensación de finitud. Todas las generaciones han pensando que el mundo se va a acabar en un momento próximo, pero ésta, en particular, siente esos arañazos del fin. Hay la sensación de que esto ya está terminando. El libro habla un poco de eso, de esta sensación de que quizás ya no haya un más allá, quizás ya no haya un después.
¿Por qué la imagen de la ballena? Es una metáfora literaria desde la Biblia hasta Moby Dick.
La ballena, como figura literaria, es antiquísima, muy rica, nos evoca muchos referentes de la literatura. El estómago de las ballenas tiene connotaciones bíblicas, por supuesto, es algo que he hecho desde mis primeros libros. Siento que en éste se conjuntan muchos aprendizajes míos como autor. Están el tema bíblico, el de las catástrofes, un poco el de la familia, el de la infancia. Terminó siendo una suerte de antología de los recursos y temas que he estado explorando durante todos estos años.
Algunos poemas recurren a la enumeración caótica de la Biblia, o incluso de autores como Pablo Neruda con Residencia en la tierra, o Vicente Aleixandre con La destrucción o el amor, o el Federico García Lorca de Poeta en Nueva York. ¿Cómo decidió la estructura del libro?
Por el conjunto. Tenía textos escritos durante mucho tiempo, que permitían conjuntarse por un simple campo semántico. De pronto, el primer poema, que habla de los deshielos y del temor a las enfermedades que pueden resurgir a causa de los deshielos, me permitía hablar del pasado del planeta a un nivel geológico, de cambio de eras. Eso me permitió empezar a contar una historia. El libro atraviesa etapas, un pasado geológico del deshielo contenido, pero al mismo tiempo es un pasado que siempre está amenazando con volver para destruir.
¿Por qué no aparece la palabra “Acapulco” en ninguno de sus poemas?
La costa está en todo lo que he escrito desde mi primer libro, donde justamente hay un ambiente de playa, de descubrimiento del cuerpo. En A pesar de la voz (Mantis, 2016), que es sobre la reconstrucción de una voz ficticia pero histórica, de los cantantes castrados, hay también una pulsión muy costeña. En efecto, hay muy pocas referencias directas al puerto en lo que he publicado. Hay otros textos inéditos con la presencia de la costa, del puerto; aunque en este libro no aparece como tal, esencialmente hay algo muy acapulqueño, no es que sea un elemento fundamental para una lectura.
Pero sí hay un humor muy acapulqueño. ¿Por qué le es necesario el humor?
El humor nos permite hacer que las realidades emerjan. Y nos protege como autores o constructores de una voz poética. Para mí, es un recurso fundamental. La ironía, el sarcasmo, en diferentes niveles y crudezas, está en todo lo que he escrito. Este es el libro en que más exploto ese recurso, porque me funcionaba para construir un tono que nos permite darnos cuenta que los seres humanos fuimos artífices de nuestro propio fin.
Forrest Gander me comentó hace un par de décadas que falta humor a la poesía mexicana.
Hay muy pocos ejemplos, pero muy buenos. Ángel Ortuño era muy acucioso y certero. Ricardo Castillo, un renovador de este tono con El pobrecito señor X; Salvador Novo, con un humor lacerante, corrosivo, quizás demasiada hiel. Eso me parece muy renovador, refrescante, es una bocanada de aire fresco en medio de tanta solemnidad, que de pronto puede llegar a imperar en la poesía. Yo mismo lo he hecho en diferentes momentos y me descubro sumamente solemne. Todos tenemos un lector ideal, el mío es uno que pueda reírse y reflexionar, no solo sentir; la poesía trata también de eso.
Efraín Huerta me parece el ejemplo máximo.
Por supuesto. ¿Cuántos hemos aprendido de ellos? Son nuestros maestros para desarticular esas retóricas que nos tienen sumidos en una misma expresión del dolor, de la vivencia. La imaginación tiene una capacidad impresionante de imaginar.
Reconoce la visión pesimista de El estómago de las ballenas; pero el libro termina con el símbolo más famoso del optimismo en la historia de la cultura: el arca. ¿Por qué?
Es la esperanza de un nuevo inicio. En medio del mundo en el que vivimos es fundamental pensar que si bien existe una gran posibilidad de que las cosas terminen muy mal, podemos hacer que algo mejore o se salve. La pregunta: ¿qué vamos a mejorar y qué vamos a salvar? Quizás haya cosas que sea oportuno desechar. Y en ese afán de renovación, el arca siempre es una esperanza de únicamente lo que sí pueda florecer, y permitirnos crear un mundo nuevo sin los lastres del pasado.
AQ