El populismo sirve a cualquier ideología: Ece Temelkuran

Entrevista

La escritora y periodista expresa sus desacuerdos con la política nacionalista y autoritaria del presidente turco Erdogan.

Ece Temelkuran, autora de 'Cómo perder un país'. (Foto: Muhsin Akgun)
Víctor Núñez Jaime
Madrid /

Ece Temelkuran (46 años) es una periodista y novelista turca que, después de ver la degeneración de la democracia en su país, se ha propuesto advertirle a los ciudadanos del resto del mundo qué deben vigilar para que no les pase lo mismo a sus sistemas políticos. Después de aspirar a ser una nación europea y moderna, Turquía cedió ante el populismo, el nacionalismo y el autoritarismo. Bastaron siete pasos, dice ella, para que Recep Tayyip Erdogan instaurara una dictadura de facto: crear un movimiento, trastocar la lógica y atentar contra el lenguaje, apostar por la posverdad, desmantelar los mecanismos judiciales y políticos, diseñar su propio modelo de ciudadano, dejar que ese ciudadano se ría del horror y construir su propio país a su medida. Los detalles los explica en Cómo perder un país (Anagrama), que se acaba de publicar en español.

Temelkuran nació en Izmir, una ciudad de la costa oeste de Turquía, que formó parte de la antigua Grecia. “Es la ciudad más liberal de mi país. De hecho, los más conservadores la llaman la infiel”, dice con una sonrisa una mañana soleada en Madrid, donde habla con Laberinto horas antes de presentar su ensayo en el Círculo de Bellas Artes. Desde hace tres años vive en Zagreb (Croacia) y, después de ser despedida del periódico Hamertürk, donde miles de personas la leían, escribe para varias publicaciones de Europa y Estados Unidos. “Me pasó lo mismo que a tantos periodistas turcos. En 2012 estaba en Túnez, escribiendo una novela, y recibí una llamada de exactamente quince segundos en la que me comunicaron que estaba despedida por unos artículos que había escrito criticando al gobierno de Erdogan”, cuenta después de encender su cigarrillo electrónico para disponerse a vapear entre respuesta y respuesta.

—¿Por eso decidió irse de su país?

Me mudé ahí después del fallido golpe de Estado de 2016. Me fui no solo por la falta de libertad o por sentirme oprimida sino porque en Turquía el día a día era bastante duro para desarrollar mi trabajo intelectual. Creo que estar pensando constantemente que algo te va a pasar paraliza tu proceso creativo. Y no podía vivir en esa situación. Por otra parte, la imagen de una Turquía oprimida tampoco se ajusta a la realidad. Hay gente ahí tratando de llevar una vida normal y lo logra. De hecho, hay destellos de luz: en las principales ciudades del país, la oposición ganó en las últimas elecciones locales.

—Hay quien dice que usted es una espía, al servicio de los iraníes o de los alemanes, o que es amante de un jeque árabe. ¿A usted esto le divierte o le preocupa?

Me divierte, la verdad. Mire, hace poco, dentro de un congreso de escritores en Sídney, había un evento llamado “Miénteme”, que trataba acerca de la posverdad. Entonces, cuando me tocó subir al escenario, conté que había sido una concubina que habitaba en los palacios de Arabia Saudita y, conforme avanzaba el cuento, me sorprendía que nadie se riera. ¡Tuve que explicar que era mentira! Es una época curiosa la que vivimos: la gente no se ríe de las mentiras sino que está dispuesta a creer y a aceptar cualquier cosa. El problema es que las constantes mentiras sobre uno te obligan a hacer desmentidos, a contar tu verdad. Y al final todo ello te lleva a hablar de ti todo el tiempo. Y eso, para un escritor, es algo terrible.

"La ficción, más bien, me da la oportunidad de añadir belleza a los hechos puros y duros".

—Usted, además de ensayos y artículos, también hace novelas. ¿Siente que tiene más libertad escribiendo ficción?

No me da exactamente libertad. La ficción, más bien, me da la oportunidad de añadir belleza a los hechos puros y duros. La ficción te lleva a tener una mirada más cercana de la realidad y, cuando hay cercanía, aparece la belleza.

—En su libro cita varios ejemplos del populismo de derecha. ¿La izquierda está libre de pecado?

¿Dónde hay un populismo de izquierda que amenace al sistema político? ¿Dónde? No lo hay. Son gente como Donald Trump y Boris Johnson los que están derrumbando la democracia e, incluso, el futuro del planeta, por sus actitudes frente al cambio climático. En la izquierda no hay amenazas serias como ellos. Pero así como le digo esto, también le digo esto otro: el populismo es una herramienta que puede ser utilizada por cualquier ideología.

—¿No está al tanto de la política latinoamericana?

Conozco un poco la situación de Argentina, Venezuela y Brasil. Estuve en Buenos Aires cuando el movimiento de Los Piqueteros, en Venezuela cuando Chávez llegó al poder y en Brasil en la cumbre de Porto Alegre. Pero, al final, todo esto acabó en nada. No llegó a mejorar la situación de la gente. Así que mi conocimiento de esa región del mundo es limitado. Lo que sí sé es que, como decía un personaje de su país: “pobres, están tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”. De México, por cierto, no sé mucho. Pero creo que está siendo víctima de las historias negativas que se cuentan de él, historias basadas en lo peor: los capos de la droga, por ejemplo. Pero eso pasa con muchos países. Uno piensa en Rusia y lo primero que viene a la mente es Putin y no Chaikovski.

—¿Por qué la mayoría de los movimientos sociales no trascienden y al final son absorbidos por el sistema?

Si por triunfo entendemos su permanencia, los movimientos sociales no han triunfado en ninguna parte. Quizá el problema sea que seguimos trabajando con la realidad del siglo XX sin tomar en cuenta las herramientas tecnológicas del siglo XXI. Una protesta aporta algo nuevo, pero el proceso es muy lento. Deberíamos buscar un nuevo método representativo en la democracia. Hoy, por ejemplo, podemos votar en cualquier reality show de la televisión, pero no podemos hacer lo mismo en el plano político. ¿Quizá el sistema de representación que seguimos utilizando está obsoleto?

—Pero ¿no cree que las redes sociales solo dan la sensación de “hacer algo” y luego en realidad las cosas no se modifican?

Hay que buscar un sistema que integre las discusiones y aportaciones que se dan en las redes sociales. Pero es importante advertir que las redes sociales no son solo un espacio público o un ágora. Pertenecen a compañías privadas con unos dueños. Son el jardín particular de alguien. Facebook es el jardín particular de Mark Zuckerberg y él puede manipular y utilizar lo que ahí ocurre porque es su compañía. Así que: cuidado.

—Tanto Estados Unidos como el Reino Unido son, a primera vista, sistemas democráticos consolidados. ¿Qué está fallando en ellos como para que den cabida a los líderes políticos que tienen actualmente?

Hubo un tiempo, hace no mucho, en que la izquierda se cayó de la idea de justicia social. La democracia se quedó como una especie de caja vacía. Por eso hoy mucha gente la ve como algo sin contenido y aburrido, que no tiene utilidad. Porque piensa que no puede cambiar las cosas. Y, además, se nos vendió la idea de que no había sistema alternativo a la democracia. Pero de pronto surgieron unos personajes que dijeron que las cosas podían cambiarse y a muchos les gustó la idea.

—Con usted mucho análisis, pero… ¿estaría dispuesta a presentarse a las elecciones de su país para tratar de poner en práctica sus ideas?

Usted es la segunda persona que me pregunta esto en las últimas 24 horas. A ver: yo soy, esencialmente, una narradora y a la clase política no le gustan los narradores porque queremos contar la verdad, algo que a ellos no interesa.

ÁSS​​

LAS MÁS VISTAS