El retrato poético de Cuauhtémoc

Poesía en segundos

López Velarde retrató al último tlatoani, el “único héroe a la altura del arte”, en un poema que propone pensar la tragedia de la crueldad y la violencia de los caudillos.

'Cuauhtémoc prisionero', obra del siglo XVII que muestra al tlatoani intentando escapar del sitio tras 75 días sin agua ni alimentos. (Mediateca INAH)
Víctor Manuel Mendiola
Ciudad de México /

Aunque la poesía sobre la caída de México Tenochtitlan parece ser escasa y poco significativa, quizá tiene una relevancia mucho mayor. Si pensamos, entre otros poemas, en El peregrino indiano de Antonio de Saavedra Guzmán, de fines del siglo XVI, y si tomamos en cuenta Primavera indiana, de finales del XVII, basada en los textos de los evangelistas guadalupanos —textos que arrancan siempre de la referencia directa a la guerra de Conquista, colocando este hecho como un antecedente esencial a la aparición de la Virgen—; y si añadimos los poemas escritos por Ignacio Rodríguez Galván, Juan de Dios Peza y Rubén Darío sobre Cuauhtémoc, en el siglo XIX; y los de José Santos Chocano, Ramón López Velarde, Carlos Pellicer, Octavio Paz y José Emilio Pacheco compuestos en el XX, resulta un cuerpo literario inesperado y apreciable.

Sin embargo, el texto significativo, el que creó en términos poéticos una pieza singular —sólo “El cántaro roto” tiene un valor parejo en la creación de un retrato (el cacique gordo de Cempoala)—, es sin lugar a dudas “Cuauhtémoc” de López Velarde. Muy probablemente, el poeta jerezano escribió La suave Patria por encargo o sugerencia —y desde luego por urgencia intelectual— para recordar el aniversario del sometimiento de la antigua Ciudad de México, pero también de la Independencia y quizá de las resonantes victorias de la Revolución mexicana. No obstante, el poema no es una celebración de esas guerras y mucho menos de la Revolución. Del mismo modo que el Proemio no advierte de forma gratuita que quien navegará “en las olas civiles” será un chuan, tampoco es un azar que el Intermedio realice un retrato barroco de Cuauhtémoc y la pintura, en versos agónicos, de la derrota de los mexicas. López Velarde, al decirnos que el “único héroe a la altura del arte” es el joven príncipe mexica, plantea, en un segundo mensaje oculto, que en México no hay héroes para celebrar o, si los hay, son discutibles. Así, su poema sólo puede exaltar a un paladín, a Cuauhtémoc. Y sólo a él. Los otros actores son “gentes sin amor, fastidiada, con prisa de retirar el mantel, de poner las sillas sobre la mesa, de irse”, si le hacemos caso a “Novedad de la patria”.

Los versos culminantes del intermedio: “todo lo que sufriste, la piragua/ prisionera, el azoro de tus crías,/ el sollozar de tus mitologías,/ la Malinche, los ídolos a nado”, ¿qué poseen que no tiene toda la retórica literaria y política sobre la Conquista? Al ubicar en el centro de su poema el retrato del último tlatoani y el cósmico derrumbe, López Velarde nos propone pensar, no en el triunfo de las batallas sino en la tragedia de la crueldad y la violencia de los caudillos, y nos sugiere convertir ese terrible momento de objetividad feroz en el instante interior en el que lo real trueca a ideal. Con su retrato de Cuauhtémoc y la ciudad abatida, López Velarde asciende a un poema total y lleno de una altivez rebelde donde a “tu nopal inclínase el rosal”.

AQ

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