Acaso José Maximiliano Revueltas Sánchez (1914-1976) sea el intelectual más relevante de la izquierda mexicana, corriente política que, pese a la precariedad de sus medios y el monopolio de la voz pública por parte de los ideólogos del régimen, produjo una inteligencia propia. Revueltas incluso careció prácticamente siempre de un trabajo estable que le permitiera escribir con cierto desahogo. La multiplicidad de géneros (novela, teatro, ensayo, guion cinematográfico), campos (historia, filosofía, política, literatura) y tendencias políticas (leninismo, estalinismo, autogestión) del corpus revueltiano dan cuenta de la vitalidad y agudeza del raciocinio de un autor todavía leído, admirado y estudiado.
La socialización política de Revueltas ocurre en la temprana posrevolución y el despunte del estalinismo, coyunturas sumamente fluidas e inestables que también abrían muchas posibilidades. El joven duranguense opta primero por el comunismo y posteriormente por la literatura, elecciones de las que se hará cargo en su trayecto vital. Más allá de una posible simpatía por la Oposición de Izquierda encabezada por Trotsky, el Revueltas que acude al vii Congreso de la Internacional Comunista en Moscú (1935) siente “veneración” en primerísimo lugar por “Yesip Vissiaronovich Djusgshvili: José Stalin”. Víctima del estalinismo vernáculo, en 1943 lo expulsarán del Partido Comunista Mexicano (pcm) por integrar una célula “sectaria” y “liquidacionista”. Orbita varios años en el lombardismo, lo readmiten en el pcm en 1956, separándolo la burocracia partidaria unos años después por lo que Revueltas llamó “un estalinismo chichimeca, bárbaro”. Él mismo forma en 1960 la Liga Leninista Espartaco, de donde lo retirará en 1963 el segmento mayoritario de la dirección de la Liga —según el escritor— por “la idiotez colectiva organizada desde un comité central alterado por las más vergonzosas pasioncillas y ambiciones pequeñoburguesas”.
Con justificaciones distintas en cada caso, la constante de las rupturas políticas de Revueltas fue la disidencia con la desventaja adicional de estar en minoría. Si bien el escritor se había despojado de la perspectiva estalinista de la revolución por etapas y también del antiimperialismo lombardista, continuaba sin confrontar el centralismo democrático del leninismo (la subsunción de las diferencias dentro de la línea del partido marcada por el comité central), no obstante que en las sucesivas expulsiones éste había operado en su contra. La experiencia de la democracia directa y de las formas autogestionarias del movimiento del 68 serían el punto de inflexión con respecto de aquél, hasta convertirse en un problema teórico que cobró densidad reflexiva al final de su vida, así como el desentrañamiento de la índole de la Unión Soviética.
Para encuadrar el 68 en el esquema leninista, Revueltas caracterizó el movimiento como una “revolución estudiantil” confrontada con un “sistema de dominación fascista de tipo especial” (de acuerdo con la definición ofrecida por el Ensayo sobre un proletariado sin cabeza). Dadas las derrotas de mineros, maestros y ferrocarrileros en la década precedente, y la represión estatal que las selló, la Universidad era el único espacio potencialmente autónomo donde podía configurarse la oposición al sistema. Eso lo destacan los textos revueltianos acerca del movimiento y los conceptos que ponen en circulación (“universidad crítica”, “autogestión académica”, “democracia cognocitiva”). De todos modos, este vientre sustituto de la conciencia de clase habrá de remplazarlo posteriormente la matriz auténtica (la clase obrera aliada con el campesinado) constituida en vanguardia revolucionaria.
Al despuntar los setenta Revueltas considera que la nueva revolución en México habrá de ser democrática (en sentido no sólo formal sino sustantivo) y plantea trabajar las viejas notas para reeditar el Ensayo sobre un proletariado sin cabeza (1962), considerando fundamental en 1973 revisar “la teoría leninista del partido” dado que mutó “en un sistema de poder, que cada vez se individualiza más”. También convocaba a los comunistas a “volver al conocimiento real”, el cual habían desdeñado circunscribiéndose “exclusivamente a la ideología”. En cuanto a la Unión Soviética, el escritor consideraba que su consolidación como “Estado nuclear” diluía las diferencias con su antagonista occidental, lo que problematizaba la caracterización del Estado en función de la clase dominante. Luego entonces, el Estado nuclear “es el poder solamente, como virtud intrínseca”. Ni la dictadura del proletariado ni tampoco la revolución mundial le parecían ya la solución a la encrucijada contemporánea porque “se han roto todas las corrientes, fracturado todas las fuerzas, y lo que se avizora es la gran catástrofe”.
El último Revueltas, sin abandonar la radicalidad revolucionaria, o más bien a consecuencia de ella, tensaba analíticamente principios fundamentales del leninismo, cuestionaba el determinismo económico subyacente a la fórmula base/ superestructura, y se pronunciaba por una democracia radical. El escritor nunca simpatizó con la vía armada, ni tampoco con el anarquismo, pero llegó hasta los confines de la tradición política en la que se formó en su primera juventud, experimentando las múltiples transformaciones del ser comunista, dejando un final inacabado y abierto para la metamorfosis final.
Carlos Illades
Profesor distinguido de la UAM, miembro de número de la Academia Mexicana de la Historia, autor de Vuelta a la izquierda (Océano, 2020).
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