El amor de Paz y Garro: “rápido, intenso, de improvisación, ingenio y conflicto”

Entrevista

Guillermo Sheridan comenta el lanzamiento de Odi et amo: las cartas a Helena, una recopilación de 84 cartas que el autor de El laberinto de la soledad envió a la autora de Los recuerdos del porvenir.

Elena Garro y Octavio Paz, circa 1950. (Foto: Zona Paz)
Ciudad de México /

Octavio Paz y Elena Garro se conocieron en una tardeada en 1935; desde el principio bailaron mal. Si hubiera un ritmo para definir su relación sentimental que se prolongó durante poco más de dos décadas, hasta su divorcio en 1959 —y en los hechos hasta su muerte en 1998—, sería el jazz, comenta Guillermo Sheridan, que ha publicado Odi et amo: las cartas a Helena (Siglo XXI Editores), que reúne las misivas que el poeta envío a Elena Garro.

Autor de los ensayos sobre la vida de Octavio Paz en tres volúmenes Poeta con paisaje (2004), Habitación con retratos (2015) y Los idilios salvajes (2016), además de El filo del ideal. Octavio Paz en la Guerra Civil Española (2008), Sheridan vuelve ahora con esta recopilación de 84 cartas con algunos poemas, en una edición crítica que, sin duda, es un acontecimiento literario,

El investigador y responsable, con Ángel Gilberto Adame, de la iniciativa Zona Paz, desde Seattle, donde radica, comenta en entrevista que estas cartas de juventud permiten conocer la evolución intelectual y poética del autor de La estación violenta y rechaza que por su contenido se le juzgue de machista o que haya sentido odio por Garro.

—¿Cómo llega usted a estas cartas?

La pregunta más bien es cómo llegan las cartas a mí, porque eso es una virtud de las cartas, sobre todo cuando son importantes: tienen esa extraña virtud de continuar llegando siempre a destinatarios inesperados y desconocidos. ¿Cómo llegaron a mi poder? Después de la muerte de Garro, un sobrino suyo recorrió México poniéndolas a la venta; desde luego fue a Zona Paz. Si bien en ese momento la señora (Marie-Jo) Paz no tuvo ningún interés en que se adquiriesen, yo lo hice por mi cuenta. Después encontré otras que me vendieron o dieron otras personas, amigos, y así se pudo completar la colección.

—¿En los archivos de Paz hay copias de estas cartas?

No hay acceso al archivo, que es parte del legado que después de estar en el limbo jurídico (Marie-Jo murió intestada), en teoría deberá ir a El Colegio Nacional, porque así lo dispuso Paz en algún testamento, y ahí será resguardado y cuidado. No hubo acceso; al archivo sólo entraban él y su secretaria.

—¿Qué impresión le causó en primera instancia leer en esas cartas a un Paz desconocido, íntimo?

Las cartas son un tipo de documento mágico, no sólo para los estudiosos de la literatura, sino para todos nosotros, los lectores de cartas, que nos convertimos en espectadores de una especie de obra teatral que se redacta con esos documentos rápidos y extraños. Las cartas son unos objetos muy peculiares, combinan ficción y realidad, son al mismo tiempo fantasía y crónica, son un diario de vida, o una agenda, pero también son crítica y autocrítica; son una crónica de viaje por el propio fuero interno, exploran la realidad y se explora a sí mismo el autor, se explora a quien lo escribe. Dije en mi prólogo que todo es imaginario en las cartas y a la vez prosaico, y todo sucede por escrito.

Me gusta mucho la frase de (Jacques) Derrida que dice que el hecho de que en las cartas estén todos estos factores activos al mismo tiempo hace que las cartas, más que un género, sean todos los géneros; las cartas —dice— son la literatura misma. Y eso es lo que me pareció fascinante cuando empecé a leer estas. Porque otras cartas de Paz se publicaron incluso antes de que él muriera y vinieran las publicaciones de correspondencias que ya conocemos. Él mismo publicaba cartas, porque respondía a críticos o a otros amigos, o polemizaba con adversarios por medio de cartas. Pero estas son unas cartas de juventud, escritas por un muchacho de 21 años de edad (cuando empiezan en 1935) y son intensamente privadas, íntimas, una crónica. Dice él mismo: un esquema de nuestro espíritu, la confesión apasionada de nuestro corazón, le dice a “Helena”. Ya conocíamos otros documentos de esa etapa juvenil de Paz, pero las cartas tienen esa temperatura directa, de lo inmediato, esta especie de pálpito que no pasa por muchos filtros como el ensayo o la poesía, y que tienen una gracia particular.

—Usted conoció a Paz. ¿Qué impresión le da ahora el verlo en estas cartas enamorado, incluso con muchos celos, manipulaciones —se diría hoy— machistas?

No sentí que hubiera mayor distancia, desde que escribe estas cartas y desde que empieza a escribir poemas, Paz es un hombre que convirtió el amor en un eje rector de sus intereses; para él el amor, la pasión, el deseo, la sexualidad, la vida de las emociones, no eran solamente un tema literario o un interés, sino una forma de vida, una forma de organizar al mundo, inclusive un instrumento importante para ponderar, pensar en la naturaleza de la realidad social; todo eso está muy activo en su obra siempre, así que no fue nada especial. Lo que en todo caso es fresco, nuevo, es la juventud de quien las escribe, la guía que hace un joven sobre su educación, su educación sentimental. Y ves el juego en que empezó a inventariar los temas, las preocupaciones, las obsesiones que le interesaban.

Sobre si es machista, eso es una cosa en la que no creo que tenga mucho caso meterse. El jurado popular, que no suele ser muy riguroso, ha decidido que Paz, que es una figura que en México genera una especie de industria del rencor y de la descalificación muy curiosa, muy intensa, y se diga lo que se diga, esas etiquetas es muy difícil quitarlas. Hace apenas unos días escuché a uno de los ideólogos de la 4T declarar —y por si fuera poco en uno de los canales de la UNAM—, que El laberinto de la soledad es un libro abominable porque es un libro racista. Bueno, ya lo decidió el tribunal y los señores con capirote que son quienes evalúan este tipo de cosas, calificando siempre de manera arbitraria.

Yo diría, en todo caso, que no hay que perder de vista, no hay que olvidar, que el primer intelectual, el primer pensador que habló en México del pensamiento feminista, de la mujer en la vida pública, fue Paz. Desde los años 60, en uno de sus libros, ya está haciendo un encomio, una celebración no solo de la libertad femenina, sino del movimiento de la liberación feminista, de la liberación de la mujer, en fin, pero esas son sutilezas en las que los tribunales no suelen detenerse, los tribunales quieren víctimas y verdugos. Ojalá que no olvidaran la fascinación con la que Paz solía repetir esa máxima de Charles Fourier de que el grado de civilización de una sociedad se mide por el grado de libertad de las mujeres, y Paz convirtió esa máxima en una suerte de principio que gobernó su vida desde temprano, no desde joven, porque cuando escribió estas cartas es un muchacho que vive en un México en que estas ideas hubieran sido inimaginables. Pero así como no se le puede reprochar a Sor Juana que no hubiera sido feminista, no se le puede reprochar a un joven mexicano en 1935 que no lo fuera, son cosas de los tiempos.

—La obra de Paz está permeada por el amor, pero en esta recopilación, el mismo título lo menciona a partir de la cita de Paz de Catulo, también se habla de odio.

Pero el título del libro, Odi et amo, no se refiere a eso. Es decir, no hay cartas de odio. Se refiere a que la naturaleza misma del amor incluye un ingrediente de odio. Esto es algo que se comenta detenidamente en la presentación del libro, en algunas de las notas y en las cartas mismas. El hecho de que en que el amor haya un ingrediente de odio, no quiere decir que sea un mal amor, ni que sea un amor torcido, ni que sea un amor sádico o cruel. Nada de eso. Es una conciencia del amor que todos los estudiosos del amor, que todos los enamorados reconocemos. El tipo de pasión que está hecha de esas dos tensiones, invariablemente; la manera de controlarlos y hacerlos funcionar en una balanza adecuada, ese es el verdadero problema. Pero quien vaya a leer este libro pensando que va a encontrar cartas de odio, se va a frustrar, no se trata de eso.

"Paz es un hombre que convirtió el amor en un eje rector de sus intereses; para él, la pasión, el deseo, la sexualidad, eran una forma de vida".
Guillermo Sheridan Cuerpo.....

—Estas 84 cartas están divididas en tres periodos, con años de silencio. ¿Cómo definiría cada una de estas tres etapas, en las que solo contamos con las cartas de Paz, y no con las de Garro?

Las cartas de Elena Garro a Octavio Paz hubieran convertido el libro en una correspondencia. No se conocen las cartas de Garro y me temo que no se habrán de conocer, no creo que existan más. Las tres etapas son las tres etapas clásicas del proceso amoroso. De hecho, se comenta ahí en el libro cómo se siguen casi al pie de la letra las etapas del enamoramiento que describió famosamente Stendhal: las primeras cartas, del 1935 al 37, son la cristalización amorosa frenética. Las del 35 son el deslumbramiento y el hallazgo del amor en una mujer; las del 37 son unas cartas previas al momento en que ese amor va a entrar a una segunda etapa, escritas antes de que contrajesen matrimonio. Y la tercera etapa, las de 1945, son las escritas cuando la relación empieza a descomponerse, cuando los esposos viven separados, él en Estados Unidos y ella en México; cuando Paz le propone a Garro que hagan un matrimonio abierto, es decir, que se den la oportunidad de enamorarse de otras personas. El proceso va de la aparición del deseo, a las laceraciones, a los dolores en la etapa en la que la conyugalidad se deshace bajo el peso de la costumbre, del hastío de la repetición.

—Usted menciona que las cartas le sirvieron para conocer más de la evolución poética e intelectual de Paz ¿De qué manera, en concreto?

Es difícil decirlo de manera tan concreta. Es un asunto más de atmósferas, de la manera en que aparecen ciertas ideas que empiezan a perseguirse, son cosas muy particulares de impresión de lecturas. Sí hay una parte importante, desde un punto de vista filológico, en tanto que las cartas aportan un mapa preciso de ciertas actitudes intelectuales (de Paz) ya desde muy joven. Hay una guía de la biblioteca juvenil que está leyendo Paz; es muy interesante, y fue muy revelador encontrar la presencia tan continua de los románticos alemanes, quizá una disposición, más que de la escuela, de la biblioteca del abuelo. Supongo que en la biblioteca de don Irineo Paz estaban las colecciones de los grandes clásicos del romanticismo alemán, de Schiller, Novalis. Y, de ahí, después a Goethe, que es una presencia muy continua, sobre todo en las cartas de 1935.

En la parte de Mérida, es muy interesante enfrentarse con el joven militante, con el joven comunista, que está leyendo a Engels y a Marx, y que está decidido sumarse a la intención, no solo de su grupo político, sino también del presidente (Lázaro) Cárdenas con relación a Yucatán y su historia del socialismo, para sumarse a una misión pedagógica, que es una misión política en el fondo, y sus relaciones con sus compañeros, colegas y camaradas, con Juan de la Cabada, con la gente que estaba en Mérida en esos momentos, también son muy reveladoras de la forma en que Paz se convirtió en activista político, no que no lo fuera, antes del 35 ya había participado en movimientos estudiantiles, pero en 37 lo convierte en una actividad partidaria, que va a ser una novedad para los estudiosos, porque no son solo cartas de amor, son cartas sobre la vida diaria, la cotidiana, la vida de las ideas y, por supuesto, de la vida social y política del México de la época.

—En la segunda parte del libro, Paz dice a Garro que, “a fuerza de amor y odio, para bien y para mal, son una pareja que se dieron forma mutuamente”. A mí me quedó la impresión que esto fue una fantasía suya, que no fue real.

Lo que me parece más importante es que tú estás haciendo una interpretación personal de lo que el libro contiene. Porque de eso se trata. Yo no voy a tomar partido y a decir “lo que sucede es esto o esto otro”. Los documentos ahí están y es responsabilidad de un lector inteligente, o de una lectora, y las mujeres suelen ser más inteligentes que los hombres, de leer esa información y evaluarla, sopesarla, y ponerla en la siempre injusta balanza de las responsabilidades.

—En otra carta, Paz pide a Garro que no se convierta, como él, en “alguien tan hábil en el arte de sufrir y hacer sufrir”. Esa una confesión muy fuerte.

Yo no usaría necesariamente el calificativo “fuerte”. Creo que son situaciones inherentes a cualquier proceso amoroso. Cualquier persona que ha estado enamorada está al tanto de este tipo de pulsiones tirantes, que están activas en toda relación de amor. Así es el amor, no se trata de otra cosa.

—Paz y Garro se conocieron en una tardeada, en un baile. Si usted pudiera definir con un ritmo de baile esta relación a través de las cartas ¿cuál sería el baile que la definiría?

Es una buena pregunta. No voy a decir que un vals. Jamás se me habría ocurrido una pregunta tan peculiar. Quién sabe que estarían bailando unos muchachos mexicanos en una tardeada en 1935 en Ciudad de México, no tengo ni idea. A Elena Garro, y a Paz también, les interesaba el jazz. No sé si había ya un fonógrafo en el que escuchaban ahí algunos discos de jazz. Pero, la idea de que estuvieran bailando un jazz, me parece más interesante que ponerlos a bailar un vals de Richard Strauss o una polka europea. Prefiero el jazz. Además, sería una forma de aceptar un amor excesivamente rápido, intenso, de improvisación, de creatividad, de ingenio y de conflicto; esto estaba vivo ahí, eso se encaja con su pregunta anterior: el amor es una cosa bien complicada, espero que la lectura que este libro ayude a regresar a eso que decía Xavier Villaurrutia: “Amar es una cólera secreta, una helada y diabólica soberbia, (…) una sutil y lúcida avaricia”. Es complicada la cosa.

—La danza, ver a Garro bailar esa primera vez, fue casi un fetiche para Paz, según las cartas. Hubo bastante fetichismo, parece: con el guante de ella, con su bucle. Una faceta de Paz que uno no imaginaba.

Bueno, hablar de fetichismo sería ya entrar en un terreno clínico que quizás sería un exceso. Desde luego todos practicamos el fetichismo, una necesidad de proyectar sobre ciertos objetos, gestos, actitudes, horarios, formas de pensamiento mágicos. Pero, sí, fetiches claro que los hay. Además, hay que considerar que estos dos jóvenes viven en la misma ciudad, pero a una enorme distancia uno del otro, no la distancia urbana o física, cada quien vive con sus padres, los dos viven sometidos a horarios, a rigores, a modales amatorios que ahora serían inimaginables, hay vigilancia, tías, madres que están vigilando que todo se lleve a cabo correctamente, hay una enorme cantidad de normas que cumplir. En esa misma medida, un mechón de cabello se convierte en un objeto sagrado, en una evocación, en un recordatorio de aquella persona a la que es tan difícil ver.

—En estas cartas íntimas ¿Paz queda en indefensión?

No creo que sea una indefensión, eso supondría que hay alguien que está ofendiendo o que está persiguiendo. Lo que pasa es que una carta de amor íntima, privada, muestra al escritor en estado de indefensión en tanto que no le permite escoger la temperatura que está proyectando; lo muestra en toda la complejidad de su ser, no puede ponerse ningún tipo de máscara. Puede aparecer en un momento de grandeza y, en el párrafo siguiente, puede estar en un momento de total bajeza. En ese sentido me refiero a la indefensión. Las cartas tienen esa gracia y esa virtud notable: como no están pensadas para el público, se mueven en una velocidad y una economía absolutamente caprichosa, y el escritor aparece en un estado de relativa indefensión en tanto que no está escribiendo para nadie más que para la destinataria de las cartas y para él mismo.

—Usted, que conoció a Paz ¿cree que él habría autorizado la publicación de estas cartas?

No, desde luego no. Octavio hubiera manifestado, supongo, su negativa. Pero, inmediatamente, hubiera empezado a discutir la naturaleza de la negativa, inmediatamente hubiera empezado a cambiar de opinión, y habría sometido todo el asunto a un complicadísimo análisis. La respuesta está en escritos de Paz en los que él mismo habla sobre la pertinencia de las cartas y la relación del lector y la obra, entre un lector de poesía y la biografía de un poeta. Él mismo se lo sirvió, se lo puso ante sí mismo cuando trabajaba sobre Sor Juana. Él estaba al tanto de que lo importante de Sor Juana son los poemas, pero es graciosísima la energía con la que se molesta por no tener la totalidad de las cartas, porque está consciente de que las cartas que escribió Sor Juana eran documentos complementarios, vivísimos, de su propia obra. Así que, quizás, resignado, Paz habría dicho: ‘esas cartas y miles de cartas más van a ser un complemento de mi obra y van a ser parte de mi visión, de la historia de mi vida’. Y quizás se habría resignado a que así fuese. Por otro lado, siendo como era, un hombre vanidoso, igual hasta se habría manifestado contento de descubrir que a sus 21 años ya era un hombre bastante inteligente y que ya estaba cautivado por las pasiones que seguiría teniendo en su mayoría de edad y en su vejez.

—Volvió a temblar en México. ¿Este libro cree que provocará otro sismo sobre Paz?

No, no. Le interesará mucho a los especialistas, espero que atraiga a los lectores que no son especialistas, a quienes quieran entender algo más a fondo, más reflexivo, interesante, divertido, a veces, doloroso, en otras, sobre la naturaleza del amor. Y desde luego les interesará a los lectores del México antiguo, de esos años, a los interesados en la historia de México, la historia de las ideas, la historia de la vida privada, de las emociones, para todos ellos el libro —espero— tendrá algo significativo. Es un libro que se va a discutir, que puede provocar molestias o activar emociones.

—Está pendiente la resolución judicial sobre el destino del legado físico de Paz ¿Teme que pueda haber alguna demanda legal por la publicación de las cartas?

No, no creo. No me había puesto a considerar ni siquiera eso. No veo por qué. ¿Demandas en qué sentido? Este libro es un acto académico, serio, asumido responsablemente, no hay ningún objeto más allá de dar a conocer este material. Cuando todo este asunto de las cosas legales esté arreglado, desde luego la editorial pagará los derechos de autor al pueblo de México, que será el beneficiario de los derechos de autor de este libro. No, por eso lado no hay ningún problema. A mí me gusta mucho la idea de que, según entiendo, el pueblo de México recibirá el legado de Paz por medio del DIF, que es una institución que ayuda a las personas que están en una situación difícil, compleja, en términos de dinero, de salud. Bueno, me parece muy bien que los derechos de autor de Octavio Paz sirvan para cuidar a gente que necesita ser cuidada, creo que es muy buen destino.

ÁSS

  • José Juan de Ávila
  • jdeavila2006@yahoo.fr
  • Periodista egresado de UNAM. Trabajó en La Jornada, Reforma, El Universal, Milenio, CNNMéxico, entre otros medios, en Política y Cultura.

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