Elena Poniatowska, “voz de la tierra mía”

Ensayo

Como homenaje a la ganadora del Premio Carlos Fuentes 2023, el siguiente ensayo recorre puntualmente su obra exuberante en cuanto a cantidad y calidad de los textos en los que se incluyen entrevistas, crónicas, ensayos, cuentos y novelas.

Elena Poniatowska, escritora y periodista. (Foto: Octavio Hoyos | MILENIO)
Sara Poot Herrera
Ciudad de México /

Elena Poniatowska, flâneuse

Los recorridos a pie y en autobús de Elena Poniatowska por las calles de la Ciudad de México y a lo largo de los años contribuyeron en la escritura de la gran crónica de la capital del país con firma de su autoría. Y aunque no la firmara sabríamos que es de ella, de Elena Poniatowska Amor, quien se mexicanizó con su hablar, su escribir, su actuar, su sentir, su comprometerse en “mexicano”, mientras que muy joven convivía también y mucho con la comunidad francesa residente en México. Llama la atención que Poniatowska, de linaje noble y europeo, adoptara y fuera adoptada sobre todo por el México de las carencias, de los marginados, de las clases subalternas, el México de la calle, de las azoteas, esas azoteas a las que siendo niña y llena de curiosidad subió y desde donde deslumbró el México de fuera de casa, y decidió conocerlo y conquistarlo, renunciando (la girl scout) al futuro de “niña bien” que la esperaba.

1932, 1942, 2022

México. 1942. Elena estaba a punto de cumplir 10 años. Sus ojos, oídos y olfato infantiles se llenaron de asombro y siguen siendo los mismos de aquel entonces cuando descubrían nuevos colores, sonidos y olores; sentidos que combinados con las manos, pasando por el alma de la creación y el compromiso, dieron lugar a una obra cuyo cuerpo si bien empieza a gestarse con la llegada de la familia a México se va a nutrir de todo el siglo XX —histórico, artístico, literario—, en sus varias capas de la alta a la baja cultura, y así se extiende en estos primeros años del siglo XXI. Aquel año de 1942 —año fundante de la novela Tinísima (1992) — cambió el destino de la familia Poniatowska, apellido europeo y mexicanizado en la adquisición de una nueva lengua, que saludó a la familia migrante y fue apropiada por su hija mayor que agradecida la ha impreso en cada tecla y en cada gesto de escritura. Ha explorado estratos económicamente distintos y con el aleteo de su pluma fue conquistando espacios públicos (las plazas, las calles, los vecindarios mexicanos), lo mismo que los espacios privados e íntimos de sus personajes. Con “mil libros” de su autoría, en mayo de 2022 celebró sus 90 años y fue homenajeada dentro y fuera de México, donde ha escrito y se ha publicado la mayor parte de su obra. El año del despliegue de su quehacer literario fue 1953. En el homenaje del año 2021, organizado por la Universidad de Varsovia y la Embajada de México en Polonia —Alejandro Negrín, embajador—, al hablar de su libro Jardín de Francia (2008), me referí a ella como mariposa monarca entre Polonia y México, princesa literaria, amada y amante de México, país del imaginario real de su escritura.

1953, 1963, 1993

En 1953 fue becaria del Centro Mexicano de Escritores y Elena se propuso entrevistar (¿a quién… no?) los 365 días del año, práctica que después se convertiría en medio en la elaboración de muchos de sus libros. Su oído y su pluma han recogido el clamor silenciado de los oprimidos y las voces autorizadas de los artistas, el pregonar público y abierto y los murmullos de la intimidad, el dolor y la alegría. Con su trabajo infatigable, cada década Elena Poniatowska fue multiplicando su obra, que comenzó a publicarse en los años cincuenta del siglo XX. El año de 1953 es el punto de partida de una obra que sería un pañuelo extendido de todo México.

En 1963, junto con Alberto Beltrán, publicó Todo empezó en domingo. Los dibujos de Beltrán y los textos Poniatowska crean y recrean la vida de México. Es este libro el germen del interés de Poniatowska por la cultura popular, aquella que surge y se manifiesta desde el pueblo mismo, sin atender consignas del estado. La mirada de Poniatowska capta el detalle, las minucias de la vida cotidiana de las costumbres y las clases más desprotegidas. Los oficios y las diversiones son elaboradas desde una práctica de escritura que se cifra en el conocimiento y el aprecio de estas clases sociales, de sus visiones del mundo y de su lenguaje.

El lenguaje oral, coloquial, vivo, chispeante, refranero, gracioso, juguetón e irónico que se desborda en la obra de Poniatowska está en la voz de Jesusa Palancares, pero al mismo tiempo ésta es triste, fuerte y sentenciosa, es voz que toca la conciencia intranquila de lo que es la injusticia social, mientras que en la crónica del 68 las voces colectivas, aun contradictorias en ocasiones, se convierten en un grito de dolor, un lamento eterno.

De 1993 es su libro Tlapalería; que en varios cuentos retoma la sensibilidad de la infancia de su personaje Lilus Kikus y el mundo familiar de Mariana de La Flor de Lis (1988). De los cuentos de Tlapalería, que brincan la cuerda de la niñez, pienso en las buenas maneras de mesa de “El corazón de la alcachofa”, en la afición por los perros de la abuela en “Chocolate” y en la intimidad de la vida de la autora por su amor al amarillo de los “Canarios”. Son estos relatos una tajada de vida personal, la memoria familiar que sigue metida en el corazón de la niña que en México aprendió a hablar español y que se sigue asombrando del sonido de las palabras, de las palabras de las cosas y de las cosas que suceden a su alrededor. El mundo personal y familiar, femenino en gran medida, seguirá presente en la vida y la obra de la escritora, pero son los acontecimientos del contexto mexicano los que ocupan sobre todo los primeros renglones de su escritura inaugurada en el año de 1954.

1954: primer libro de Elena Poniatowska y primer libro de Carlos Fuentes

En septiembre de 1954 aparece Lilus Kikus, el primer libro de Elena Poniatowska. Sus doce relatos son las aventuras de su pequeño personaje. Un aspecto fundamental de la obra de Elena Poniatowska, marcado en este libro, es la alegría de los personajes que muchas veces, aun en situaciones económicas precarias, se desborda en sus vidas. Una manifestación de esta felicidad aparece en las canciones populares que cantan los personajes. Lilus Kikus, por ejemplo, canta “El cafetal”: “Porque la gente vive criticándome/ me paso la vida sin pensar en ná...”. Es fresca, alegre, bonita la visión que la escritora manifiesta en muchos de sus textos.

Lilus Kikus es, podríamos decir, un hermano gemelo de Los días enmascarados de Carlos Fuentes, también publicado en 1954. Cuando leemos Octavio Paz. Las palabras del árbol (1998), nos enteramos que en 1953, en una fiesta en casa de Carlos Fuentes, empezó la amistad de Elena con Octavio Paz, de quien la escritora rescata su frase “la felicidad es una sillita al sol”. Han pasado setenta años, Elena es un ejemplo de esta frase. Ejemplo también de una escritora que ha escrito sobre otros escritores.

Una muestra, ¡Ay vida, no me mereces! de 1985. El título, tomado de Pedro Páramo de Juan Rulfo. incluye ensayos sobre Carlos Fuentes, Rosario Castellanos, el propio Juan Rulfo y los jóvenes onderos de los años sesenta y setenta en México. Elena no solo los conoce personalmente sino los ha leído y sabe al dedillo la trayectoria de cada uno.

De Fuentes, escribe “¡Si tuviera cuatro vidas, cuatro vidas serían para ti!”. Habla de la pasión de Carlos Fuentes por México, de su amor a las letras, de su exuberante producción, de que todo lo que escribe Fuentes —mucho, muchísimo— es publicable. De la vitalidad del escritor, su inteligencia, su trabajo y vida infatigables, de su gusto por lo truculento, de sus éxitos, del prestigio que dio a la literatura, de su afán totalizador, de ser una figura internacional. Elena menciona los títulos de Fuentes, los comenta, se detiene en Cambio de piel; habla de Fuentes, ganador en todo y con todos, mientras ella, “enfuentizada” —dice— “yo aplaudo en un rincón con mis manos ajadas, envejecidas, cansadas ya de tanto entrevistar y aplaudir a los escritores mexicanos” (p. 41). Esas manos de Elena valen oro de “mil quilates”, aquilatados en los “mil libros” de su obra.

El 68, clavado como una cruz

Ningún libro de historia tiene la importancia que tiene la crónica de Elena Poniatowska, titulada La noche de Tlatelolco. Testimonios de historia oral (1971) que relata “a viva voz” uno de los episodios más importantes de la segunda mitad del siglo XX mexicano: el movimiento estudiantil reprimido brutalmente por el gobierno de México. El testimonio colectivo (núcleo del libro) se va configurando a base de un coro de voces, escuchadas por el oído privilegiado de la autora, siempre atenta a las voces de los demás, sobre todo si corresponden a personajes golpeados por la historia (social, familiar, personal) y si vienen del español coloquial mexicano, con el que ella se metió a México en el bolsillo (de su cuerpo y su alma).

El español es la segunda lengua de Elena Poniatowska pero al hablarla todos los días, y paladearla y palabrearla a lo largo de casi setenta años de su oficio de escritora, se convirtió en su primera lengua, lo mismo que el francés. Volvemos a sus primeros años, a los finales de los años cuarenta y a los principios de los cincuenta. Están a punto de desplegar las alas de su escritura, inaugurada ésta en sus prácticas incesantes del periodismo, desarrolladas con tesón a lo largo de innumerables reportajes, entrevistas y crónicas.

La obra en su conjunto podría concebirse como una gran crónica que abraza “todo México”: el movimiento estudiantil del 68, movimientos obreros, problema de desaparecidos y de viviendas, represiones a líderes, crónica del terremoto de septiembre de 1985 en la Ciudad de México. A la par de los libros de crónicas están los de entrevistas y los ocho tomos de Todo México, que se publican de 1990 a 2004.

Son muchas décadas de diálogos de su autora con hombres y mujeres a quienes pregunta, cuestiona, observa, compromete en ocasiones. Es un girar de voces que hacen del conjunto un tratado cultural, una enciclopedia, una historia cultural alterna a base de un trabajo magno que se especializa en la pregunta acertada, en la espera discreta, en la recepción de respuestas transcritas y articuladas en el cuerpo de cada entrevista.

Entre libros de crónicas y de entrevistas hay más libros de ensayos. Los lectores reciben entusiastas Las siete cabritas (2000), dedicados a las pintoras Frida Kahlo, Nahui Olin y María Izquierdo, a la poeta Pita Amor y a las escritoras Elena Garro, Rosario Castellanos y Nellie Campobello, a Tina Modotti, Leonora Carrington y Lupe Marín. Mujeres que han trascendido en la historia de la cultura, las artes y la literatura mexicanas.

La ficción

Dentro de su magna obra (un mar de palabras en miles de páginas) se encuentra la narrativa de Elena Poniatowska, que consta hasta ahora de cuatro libros de cuentos y de ocho novelas. Entre sus libros de cuentos, después de Lilus Kikus, Los cuentos de Lilus Kikus y De noche vienes (cuyo personaje femenino del cuento con el mismo nombre tiene nada menos que cinco maridos) sigue Tlapalería de 2003. En este último libro Elena vuelve a los recuerdos de infancia transformada en su imaginario (los perros callejeros de la abuela, el “corazón de la alcachofa” de la mesa y la historia de la familia), incluye el relato de una joven drogadicta y desborda la palabra en listones de colores en su cuento “Tlapalería”; es la suya una ferretería chisporroteante de tonos y tonalidades de palabras.

La novelística de Elena Poniatowska se fue enriqueciendo sobre todo a partir de la década de los años noventa. Después de Hasta no verte Jesús mío, en 1978 apareció Querido Diego, te abraza Quiela (escrita como un epistolario de amor), La Flor de Lis de 1988, Tinísima de 1992, Paseo de la Reforma de 1996 (con título de la avenida más emblemática y europea de la Ciudad de México), La piel del cielo (2001), que dio pie a El universo o nada. Biografía del estrellero Guillermo Haro (2013), El tren pasa primero de 2005 (dedicada al líder ferrocarrilero Demetrio Vallejo), Leonora de 2011 (sobre la pintora inglesa Leonora Carrington) y Dos veces única de 2015 (sobre Lupe Marín), y sus dos tomos de El amante polaco (2019 y 2021). Si bien su autora es más reconocida como periodista, y por supuesto que lo es y lo ha probado con sus crónicas, reportajes y entrevistas, estos últimos títulos la colocan también como novelista de primera línea y su narrativa —los cuentos también— es primordial en el conjunto de la obra y de la literatura mexicana.

Juegos y mezcla de géneros

Los títulos aquí reunidos se acompañan de muchos más, de semblanzas, de múltiples prólogos a libros, de cuentos de literatura infantil, guiones de películas y otros títulos que, distantes en el tiempo, se relacionan entre sí; por ejemplo, Todo empezó el domingo con El último guajolote (1982) en los que, como en la mayor parte de la obra, México deja oír sus voces vivas y callejeras que el lector escucha, al mismo tiempo que sigue calendarios festivos y ceremonias y conoce (o reconoce) costumbres mexicanas. En los libros de Poniatowska se resguardan también palabras y expresiones que se han ido perdiendo al igual que ritos y costumbres. De esta manera la obra es un repertorio artístico de usos y costumbres de época, una crónica del pasado y el presente de México.

Entendida la crónica no solo como género que distingue a su autora y no solo por sus libros de crónica sino concebida la obra como la gran crónica de México, ésta es una especie de historia hablada testimonial y no oficial de dicho país, estilizada literariamente con la fuerza de una creación que lleva a cuestas, y al vuelo también, retratos y recortes que van de situaciones y personajes marginados de la vida diaria mexicana —es el caso de Jesusa Palancares, “peregrina en su patria” y protagonista de Hasta no verte Jesús mío— a situaciones y personajes sobresalientes en la cultura y las artes de México (y no solo de México) —como es el caso de Leonora Carrington, pintora (escritora también) inglesa, habitante de la capital mexicana y protagonista de Leonora.

Su obra exuberante en cuanto a cantidad y calidad de los textos, de géneros entremezclados, de textos híbridos, de discursos que se entrecruzan, un péndulo entre la realidad y la ficción, un trazo firme que retrata al otro y a lo otro que hace suyos, tiene varios puentes que la relacionan entre sí, y uno de ellos es el novelístico. De los nombres femeninos hasta aquí nombrados, con excepción del de Josefina Bórquez —convertida en Jesusa Palancares en Hasta no verte Jesús mío, oaxaqueña y literalmente con los pies en la tierra mexicana— y del de Lupe Marín, Elena, como Tina, como Angelina, como Leonora, como Mariana Yampolsky, son mujeres que nacidas en otros países de un modo o de otro tienen que ver con la historia y la cultura mexicanas. El arte de todas ellas es parte del legado artístico de este país: allí está la textura, la imagen, el idioma mexicano, absorbido y “acentuado” por quienes vinieron de fuera y se enamoraron de un país que se les metió en su arte mexicanizándolo.

Leídos en muchos países y en otros idiomas, además del español —inglés, francés, italiano, alemán, polaco, checoslovaco, sueco, noruego, danés, chino, japonés, ruso— (el islandés es el décimo tercer idioma al que se traduce la obra, sin contar el original en que se escribe), todos los libros de Elena Poniatowska han sido hechos en México —made in Mexico— y en su conjunto aportan la visión colectiva de sus personajes (nadie como la autora para el arte de la entrevista, ejercicio donde se pone a prueba la capacidad del escucha) así como la oralidad del habla mexicana (nadie como su autora para recrear en sus muchos giros y registros el español que escucha). Cada una de las entrevistas es pieza de un movimiento de 360 grados que es testimonio de la vida de México.

Con el mecanismo formal de las entrevistas y de las crónicas, metidas éstas en la representación de la cronotopía mexicana, la obra configura un caleidoscopio que muestra el México de los indígenas, de los campesinos, de los obreros, de los intelectuales, de los artistas, de los científicos, de los estudiantes, de los niños (para ellos, Elena escribe en 2006 La Adelita, en 2007 El burro que metió la pata, en 2008 Boda en Chimalistac y en 2009 La vendedora de nubes), de los olvidados, el México bordado por el trabajo de sus mujeres, los muchos Méxicos que ocupan el territorio de este país, principalmente de su capital: la ciudad de México, que en la década de los años cuarenta recibió a la niña francesa quien, a su vez y con sus letras, a lo largo de casi setenta años ha hecho de esta ciudad una “nueva grandeza mexicana”.

Una épica femenina

En esta “nueva grandeza mexicana” las periferias y los personajes que la ocupan tienen un tienen un lugar central; uno de esos lugares —¿el lugar?, diríamos que sí— es de Jesusa Palancares, a quien en un sitio público y marginado a la vez Elena Poniatowska escogió a ojos cerrados y con los oídos abiertos: fue el momento del milagro que cambiaría el rumbo de ambas mujeres: Josefina se inmortalizaría como Jesusa; Elena, como creadora de este personaje quien con la propia novela son imprescindibles en la literatura mexicana, en la literatura en lengua española, en español mexicano. Elena negoció con Josefina Bórquez, digamos que la sedujo (incluso le cambió el nombre sin cambiarle su identidad), y se pusieron de acuerdo sobre el día y el lugar de las entrevistas: cada miércoles y cargando su grabadora, Elena llegaba a casa de Jesusa. Tal vez ninguna imaginó en aquel entonces que una portada con el Santo Niño de Atocha encuadernaría la voz que dio a conocer la vida hecha literatura de Jesusa Palancares.

Elena construye su personaje mientras Jesusa reconstruye sus pasos, su peregrinaje que siendo niña y huérfana de madre empieza en Oaxaca hasta la pobre vecindad donde espera a la güerita que la entrevista. Publicada en 1969, Hasta no verte Jesús mío es una obra maestra y su personaje un icono literario desde la segunda mitad del siglo XX. El título en español es una interjección, una frase de cantina, un apurar la copa hasta el fondo, una expresión que se acompaña de un movimiento de la mano, un creer en algo teniendo como desafío ver a Jesús. Y eso es la novela: un gesto de admiración, un brindis, un llegar a su final, una voz copiada por una mano, un creer en la novela, en las palabras de Jesusa, en la escritura de Poniatowska.

La vida de Jesusa Palancares atraviesa casi todo el siglo XX y transcurre en las orillas de sus sucesos históricos lo que no quiere decir que no participe en ellos (pero nadie lo había dicho), en esos sucesos de los que la propia Elena Poniatowska, investigándolos seriamente (sin poner nota a pie) ha hecho crónica, reportaje y los ha oído de voces ajenas para anotarlos en sus entrevistas, entrevistas que dan pie a la mano para escribir una novela, ésta de 1969. No cabe duda de que su guía mayor fue Jesusa Palancares.

Los pasos de Jesusa son una acción épica —la suya— y el ritmo en las entrevistas, una odisea —la de Jesusa y Elena. Seguir la obra completa de Elena Poniatowska es comprobar que equivale a la gran crónica de México, a una realidad y sus metáforas, a una metáfora extendida, esto es, a una alegoría, que concebimos como la memoria de México. Y esa memoria creó un lenguaje, una lengua, una voz, impronta de la “voz de la tierra mía”.

Sara Poot Herrera


Doctora en literatura hispánica por El Colegio de México y profesora-investigadora del Departamento de Español y Portugués de la Universidad de California, Santa Bárbara. Cofundadora y directora de UC–Mexicanistas, entre otros libros es autora de 'Un giro en espiral. El proyecto literario de Juan José Arreola' (1992), 'Los guardaditos de Sor Juana' (1999) y 'Caracolas iluminadas. Diversas, fantásticas, detectivescas' (2021).

AQ

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