Elisa Díaz Castelo: “Es buen momento para crear cánones alternativos en la poesía”

Entrevista

Para la autora de ‘El reino de lo no lineal’, quien debuta en la narrativa con ‘El libro de las costumbres rojas’, los géneros literarios son un artificio, “algo que se determinó hace muchísimos siglos”.

Elisa Díaz Castelo, poeta y traductora mexicana. (Foto: Gilberto Gallo)
Ciudad de México /

Elisa Díaz Castelo (Ciudad de México, 1986) dudó de que fuera poeta la mayor parte de su vida, en especial mientras cursaba Letras Inglesas, porque en la carrera casi no se estudiaban obras de mujeres.

Como John Ashbery, comenzó a escribir poemas en su diario desde muy joven, a los 13 años. Pero, con una severa autocrítica, sin perder la gracia al comentarlo, reniega de esas primeras incursiones líricas.

“Me alegro de nunca haberlos publicado y de nunca haberlos vuelto a leer. Desde entonces he estado escribiendo poemas, aunque me tardé muchos años en animarme a mostrar lo que escribía y a compartirlo con otras personas. Hasta los 25 años empecé a mostrar mis escritos y a tomar un poco más en serio la posibilidad de ser escritora; antes lo hacía solo como una necesidad vital, pero no pensaba que necesariamente esos textos podían tocar o conmover a los demás”, expresa la Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2020 por El reino de lo no lineal (FCE, 2020).

Poeta y traductora de poetas que ahora debuta en la narrativa con El libro de las costumbres rojas (Elefanta, 2023) considera que cada persona tiene una forma distinta de aproximarse a la escritura y para ella es importante trabajar por las mañanas un par de horas, tras desayunar, el mejor momento en que se siente más elocuente y más conectada con el lenguaje, para después dedicarse “a su trabajo real, al remunerado”, como explica entre risas en una charla en su café favorito en la colonia Nápoles.

Pero esa inseguridad tiene su espejo en la perfección que busca en toda su obra, donde cohabitan la ciencia con la poesía, incluso al preocuparse por las respuestas que quedarán amarradas a la entrevista.

—Óscar Oliva me decía hace décadas en su taller que para ser poeta había primero que creerse poeta. ¿Por qué no se creía usted poeta? ¿Cuál era el obstáculo para asumirse como poeta?

Por una inseguridad inherente a mí, que se vio reforzada porque en la Facultad (de Filosofía y Letras de la UNAM) cuando estudiaba Letras inglesas no estudiábamos prácticamente a ninguna mujer. Todos los escritores que estudiábamos, o al menos el 90 por ciento, eran hombres. Y eso tampoco me ayudó a sentir que mi experiencia de vida y lo que hasta entonces había escrito podían agregar algo a una tradición que no incluía a personas de mi género. Eso tuvo que ver. Me gusta eso que mencionas de que para ser poeta hay que creerse poeta. Pero, yo diría que un poeta empieza por dudar de si es o no un poeta, porque también la autocrítica es muy importante como primer paso para afrontar la escritura.

—Poeta y traductora de poetas ¿cómo ha sido su relación con la narrativa, con el ensayo?

Pues no. Siempre quise escribir poesía. Cuando empezaba a escribir algo, lo que me nacía eran poemas. Aunque he pensado mucho sobre los géneros literarios y estoy muy a favor de desdibujarlos, hibridizarlos y hacer textos que no pertenezcan necesariamente a ningún género en particular.

—Ya no sé entonces si llamar sus escritos poemas. Esa hibridación de la que habla, me parece que es una tendencia de muchos poetas mexicanos de su generación. ¿Qué la empuja a escribir así?

Una gran influencia para mí es Anne Carson, que justo ha hecho mucho este ejercicio. Aquí en México, por supuesto Christian Peña o Tedi López Mills. Si uno se pone a pensar la noción de géneros literarios es completamente un artificio, es algo que se determinó hace muchísimos siglos. Y son reglas aleatorias que hemos estados vertiendo. Entonces, me gusta atravesar, cruzar esas fronteras imaginarias, desdibujarlas entre los géneros. Y otro de mis intereses en la poesía es integrar discursos que en apariencia le son ajenos, por ejemplo, científicos o técnicos. Me gusta la poesía que va más allá de las propias reglas que en apariencia le dan forma.

—Menciona a Carson. De hecho la trae como epígrafe en El reino de lo no lineal. Ella escribió Nox (Vaso Roto, 2018) una obra inclasificable sobre la muerte de su hermano y el duelo. ¿Por qué en alguien tan joven como usted la muerte se convirtió en algo tan importante?

Nox es buenísimo. Híjole, es el signo de varias sesiones de psicoanálisis. No me queda del todo claro. Pienso que hay un vínculo inherente entre nuestra noción de la identidad y la experiencia de la muerte y de la finalidad de la vida; del hecho de que la vida es finita. Me interesaba mucho investigar ese vínculo. Y, también, en El reino de lo no lineal estaba ensayando mi propia aproximación a la muerte a través de una serie de personajes, los Lázaros, que mueren y vuelven a la vida. Y ese ensayo es una forma de domesticar mi propia muerte, de imaginar y domesticar y entender mi propia muerte.

—No es una muerte cualquiera, hay una muerte muy simbólica a lo largo de su libro que remite al suicidio, el caso concreto de la Ofelia del Hamlet de Shakespeare o su epígrafe de Paul Celan, cuyos suicidios de ambos fueron por agua, se dejaron ir en un río.

Sí, sin duda. Realmente escribí cada una de las secciones por separado, y yo pensaba que no estaban conectadas. Pero, una vez que las hube terminado las dos, las leí juntas y me di cuenta de que tenían mucho que ver. Pero, pensándolo bien, la depresión mayor, que es el tema que trata una sección, es una forma de tender hacia la muerte. Siempre digo que es como girar alrededor del centro gravitacional de la muerte. También la depresión está muy vinculada a la experiencia de morir. Y por eso decidí vincular las dos secciones. Y, finalmente, escribí una serie de poemas llamados “vida”, en los que intercalo distintas definiciones de la palabra “vida” y que se intercalo a su vez en los poemas de la primera parte.

—¿Por qué intercalarlos? ¿Buscaba una tabla de salvación?

Me gusta mucho esa idea de que sea una tabla de salvación. Sí, cuando leí todo junto el libro, los Lázaros y Ofelias, sentí que tendía demasiado hacia la muerte, que era un libro demasiado oscuro, que necesitaba destellos de vida, o algo más luminoso que lo contuviera y que le diera un contrapunto vital. Y por eso decidí y tuve las voces independientes de los Lázaros que hablan desde una identidad muy concreta con las definiciones de vida, que buscan otro tipo de relación con lo poético, que va más allá de la noción de subjetividad. Por eso, ensayo la forma de las definiciones. No hay una subjetividad que habla necesariamente en esos poemas. Quería contraponer también la noción de subjetividad con la noción de poemas que no necesitan de eso para existir.

—¿Cree en el poeta como visionario?

No sé si creo en el poeta o en la poeta como un ser visionario, pero a veces los textos, incluso a pesar de la poeta o el poeta que los escriben, pueden llegar a ser visionarios.

El reino de lo no lineal se publicó antes de la pandemia, en que hubo “un exceso de muerte”, como escribió Armando Bartra. Lo leí entonces y lo releí tres años después del inicio de los contagios Y tengo ya una percepción distinta de él. Por eso hablo sobre el poeta como visionario.

Varias personas se me han acercado después de leer El reino de lo no lineal y me dicen abiertamente que lo han leído en clave de la pandemia, pensando que es una respuesta mía a la pandemia. Y, en efecto, es curioso que en realidad se escribió antes de la pandemia. La muerte es un tema latente en la cultura, y en la cultura de nuestro país, todo el tiempo. Creo que por eso sintonicé con esa preocupación y escribí sobre eso. Y, pues sí, sucedió este cataclismo. Yo diría que es más una casualidad, pero también me gusta la idea de lo profético. Aunque es más una casualidad.

—¿Qué es para usted entonces la poesía?

Para mí, la poesía es lenguaje que se mira a sí mismo en el espejo, es un lenguaje que está consciente de serlo, que no aparece simplemente como algo transparente que señala el significado, sino como materia y sonido en sí mismo; cómo vuelve la aparente transparencia del lenguaje opaca y nos hace conscientes de la palabra. Por tanto, muchísimos textos pueden participar de lo poético, incluso si no están escritos en verso, si no contienen metáforas o las características que solemos identificar con lo poético. Pueden participar de lo poético siempre y cuando haya una conciencia en el lenguaje.

—Poco antes de morir, Ernesto Cardenal reeditó la Antología de la poesía norteamericana (Siglo XXI Editores, 2016), que había compilado con José Coronel Urtecho. En ella incluyó guiones de cine como el de la película Sacco y Vanzetti (Montaldo, 1971). Y desde la década de los 70 letras de Patti Smith o Bob Dylan, después ganador del Nobel de Literatura, aparecían en antologías de poesía estadunidense. ¿Qué piensa de esta incursión o replanteamiento de lo que es la poesía?

Probablemente la poesía no está tan viva en ningún sitio como en la música; las letras de canciones las conocemos millones de personas. Eso difícilmente puede suceder con poemas, incluso con muy buenos. Sin duda sí confío en el poder de la música para hacer una nueva manifestación de la palabra poética, como ha sido desde un inicio. La poesía se solía cantar, hay un nexo entre música y poesía.

—¿Cuál diría que es el papel de una poeta como usted en una sociedad como la de México?

Es una pregunta muy difícil. Muchos poetas darían respuestas muy diversas. Para mí, escribir poesía significa ser muy vigilante no solo del mensaje que recibimos sino del medio; ser capaz de diseccionar y de ser crítica de la información que recibimos. Eso es muy importante y muy necesario en una época plagada de fake news y esas cosas. Una aproximación consciente al lenguaje, y ser consciente de los poderes que tiene el lenguaje es muy importante para tener una visión crítica del mundo que nos rodea.

—Si la ausencia de mujeres poetas en los programas de estudio la habían disuadido de publicar ¿cómo es hoy su conexión con otras poetas de su generación? Porque hay muchas ahora y están cambiando esa visión.

Sí, sin duda ser poeta mujer en México —y tal vez en todo el mundo— significa tener una relación ambigua con el canon. Por un lado, hay poetas hombres que son maravillosos; pero, por otro lado, a veces tengo la sensación que no tenemos un canon alternativo hecho de mujeres, y es necesario irlo creando. No pienso que no hubiera mujeres poetas, sino que no fueron reconocidas, o que muchas mujeres con mucho talento no tuvieron la posibilidad de escribir. Sin embargo, es buen momento para ir creando un canon alternativo que rescate estas otras voces y que altere, o que se cree una serie de cánones alternativos, y no pensar que el canon es monolítico e intocable, sino que puede haber muchos distintos cánones, muchas distintas tradiciones e influencias, por un lado. Y, por otro lado, en relación con la poesía mexicana actual, algo que me da muchísima confianza y alegría es que hay muchísimas escritoras jóvenes muy, muy talentosas, y que están comenzando una carrera literaria muy fuerte.

—¿Y cómo es su relación con ellas?

Tengo varias amigas que son escritoras y varias que son poetas. No sé si es por el pequeño medio en que me muevo, pero no hay una sensación de competencia o de rivalidad, que sea hostil y que me parezca desagradable, que es el caso de muchos otros mundillos literarios. Con mis amigas nos apoyamos mucho, deseamos que a todas nos vaya bien en la medida de lo posible. He tomado talleres con Sara Uribe, que me revolucionó mi manera de concebir la poesía y el vínculo entre poesía y subjetividad, la posibilidad de escribir desde la colectividad. Y también tomé talleres con María Baranda, que es una lectora maravillosa, además de una gran poeta. He leído mucho a Tedi López Mills, aunque no tengo un vínculo personal con ella. Y de mi generación, gracias a la Fundación para las Letras Mexicanas, siguen siendo mis amigas desde hace años la poeta Aurelia Cortés Peyron; Isabel Zapata, Laura Sofía Rivero, Lola Ancira, Aura García-Junco, que es narradora y ensayista; Jazmina Barrera... Muchas surgieron gracias a la Fundación o las conocí por personas que iban a ahí.

—¿Qué piensa de las becas a creadores? Y qué piensa de que muchos libros ganadores de premios literarios estatales al final nunca se publican?

Estoy a favor de que existan becas para jóvenes creadores del Fonca. Sin el apoyo tanto económico como por los encuentros no habría podido escribir Principia (Tierra Adentro, 2018; reeditado por Elefanta editorial en 2022), que fue mi primer libro, y que me llevó posteriormente a escribir El reino de lo no lineal, así que yo pienso que está bien, que el gobierno apoye proyectos culturales.

Sobre las publicaciones, sin duda es un problema. Tengo muchos amigos que han ganado premios y luego sus libros no han sido publicados por falta de presupuesto. Afortunadamente, yo tuve suerte, porque el primer premio que gané fue el nacional de poesía Alonso Vidal 2017 con Principia, que logré que saliera primero en Tierra Adentro. Y El reino de lo no lineal, que ganó el Aguascalientes, se publicó en el FCE, que fue un gran honor, muy significativo que el mi segundo libro se publicara en el Fondo. Yo no he tenido problemas con las publicaciones, pero he tenido amigos que sí, desafortunadamente.

—Viene de publicar Proyecto Manhattan (Ediciones Antílope, 2020), otro poemario y ya está en puerta su primer libro de narrativa ¿cómo transita como poeta de uno a otro?

Mis tres libros son muy diferentes entre sí. Una de mis metas es que mi estilo literario no se convierta en una copia al carbón de sí mismo y que cada libro tenga su propia vocación y su propia voz, a pesar de que sea unificado por una sensibilidad en común. Principia trataba de acercarse a temas científicos utilizándolos como metáfora extendida de mi intimidad; me interesaba el humanizar el costado a veces árido y sanificado de la ciencia y traerlo de vuelta a nuestra vida diaria. En El reino de lo no lineal es más un planteamiento de vida. Quise replicar lagunas fórmulas del lenguaje de los diccionarios o de conceptos técnicos de biología o de química que definen o teorizan el inicio de la existencia de la vida. Ahí me gustó la idea de utilizar la aparente rigidez del lenguaje científico para mostrar que puede ser una forma de aproximarse al lenguaje poético, y tiene un costado lúdico también.

Y en Proyecto Manhattan el plan inicial era muy cercano a lo científico. Creía que sería mi obra más científica porque iba a escribir poemas sobre personajes que estuvieron involucrados en la construcción de la bomba atómica, pero durante la realización del libro este cambió por completo su naturaleza y decidí enfocarme en mujeres involucradas en el proyecto directa o indirectamente, y muchas de ellas no eran científicas. A pesar de que la ciencia está tras bambalinas en todo el libro, porque gira en torno a la construcción de la bomba, en muchas de estas voces su discurso no participa de temas científicos.

—¿Su interés por la ciencia es a partir de la poesía o por la poesía que en sí misma tiene la ciencia?

Pues sí, porque creo que se ha pensado que el lenguaje de la ciencia es inherentemente objetivo, frío, y distante, y que el poético es mucho más subjetivo, íntimo y metafórico. Sin embargo, tanto la ciencia como la poesía participan de muchas cosas de común; el asombro y la curiosidad son el motor de ambas, para empezar. Y, más allá de eso, la ciencia, en su afán por definir cosas que a veces no entiende del todo, con frecuencia enlaza en lo poético y crea una serie de conceptos que me parecen sumamente poderosos para la exploración poética. Tienen más en común de lo que parece. Y pues justo por eso he querido explorarlo y es uno de los temas que más me fascina.

—En ese mundo poético y científico ¿a quiénes reconoce como influencias?

A Paul Celan, pero es una voz tan única que no podría decir que es una influencia, es inimitable, como si viviera en su propio universo, con un lenguaje que creó para sí y que es una maravilla leer, pero no sé si podría decir que es una influencia directa. También la premio Nobel polaca Wisława Szymborska. En México, Gerardo Deniz, que fue poeta y químico y habla mucho desde la ciencia. De Estados Unidos, Anne Carson y Sharon Olds. Otros poetas que han determinado mi aproximación a la poesía, Max Rojas, que no se lee lo suficiente, pienso yo y que a mí me influyó muchísimo cuando empecé a escribir; Abigael Bohórquez, Rosario Castellanos y Gilberto Owen, en tanto que ellos escriben monólogos dramáticos, que a mí me interesan mucho.

—La compositora Ana Lara me compartió una cita de Eduardo Milán respecto a que, según el poeta uruguayo, un artista solo hace una obra en su vida, y si bien le va, será buena. ¿Cree que sus libros son un conjunto?

Sí estoy de acuerdo. Cada persona tiene pocos temas que la obsesionan de verdad. Y yo siempre siento que, escriba lo que escriba, regreso a esos temas. Cada uno de mis libros tiene un tono distinto y una forma distinta, pero los temas, preocupaciones, obsesiones que están en cada uno de ellos suelen ser los mismas. Son libros disimiles, pero unificados por sus obsesiones, un manojo de obsesiones que es lo más que podemos aspirar a tener y yo creo que podemos tratar esos temas una y una otra vez hasta que, si todo sale bien, decir algo que valga la pena de alguno de ellos.

—¿De qué manera la poesía enriquece la traducción y viceversa en su obra?

La traducción me ha hecho darme cuenta de hasta qué punto la escritura es una conversación; traducir es una conversación con los poetas a quienes traduzco. Esa experiencia me ha hecho darme cuenta que escribir también es una traducción donde uno igual está dialogando, no de manera tan directa y tan estrecha, con las influencias, con los poetas que ha leído. La traducción me ha hecho darme cuenta hasta qué punto que toda escritura es traducción. He traducido para Vaso Roto a los poetas Ocean Vuong (Cielo nocturno con heridas de fuego, 2018; y El tiempo es la madre, 2023); a Natalie Diaz (Poema de amor poscolonial, 2022); de Li-Young Lee (La ciudad donde te amo, 2023). Y para Kriler71 Ediciones de España, a Roger Robinson (Un paraíso portátil, 2023, con Adalber Salas Hernández). También traduje poemas sueltos de las estadunidenses Aracelis Girmay y Ada Limón.

—¿Qué sigue después de Proyecto Manhattan?

Tengo un par de libros de poesía y uno de cuentos (El libro de las costumbres rojas, 2023), e intento escribir una novela. Es mucho. El reino de lo no lineal ya se está traduciendo al inglés y Proyecto Manhattan al francés. Y una antología con Robin Myers, traductora y poeta.

—Con la experiencia de haber dudado de que fuera poeta en su adolescencia ¿qué le diría hoy a las jóvenes que escriben poema en esa época de sus vidas?

Que es muy fácil pensar que lo que nosotros tenemos que decirnos no va a interesar a nadie o no van a cambiar las cosas, pero a mí me gustaría decirles que yo quiero escucharlas, yo quiero leerlas, me interesan, me encanta descubrir poetas jóvenes y muy talentosas y talentosos. No duden de la importancia de compartir y comunicar sus poemas.

AQ

  • José Juan de Ávila
  • jdeavila2006@yahoo.fr
  • Periodista egresado de UNAM. Trabajó en La Jornada, Reforma, El Universal, Milenio, CNNMéxico, entre otros medios, en Política y Cultura.

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