El don de las lágrimas

Al margen

Gaspar de la noche es un libro sobre el sufrimiento, pero también sobre la comprensión y el amor hacia “estos seres a quienes les fue robada la experiencia de su propio cuerpo”.

Portada de 'Gaspar de la noche', de Elisabeth de Fontenay. (Vaso Roto)
Alma Gelover
Ciudad de México /

En la colección Fisuras de la editorial Vaso Roto se ha publicado Gaspar de la noche (2022), de Elisabeth de Fontenay (París, 1934), dedicado a su hermano autista y por el que fue reconocida en 2018 con el Premio de Ensayo Femina.

El título no es original, ella misma lo reconoce, lo utilizó por primera vez Aloysius Bertrand en 1842 y después Maurice Ravel “para una serie de piezas para piano” inspiradas en la obra del poeta francés del Romanticismo, tan admirado por Baudelaire y Mallarmé.

Es un libro triste y profundo, habla del mundo perdido de un ser sin relación con nada ni nadie, ni siquiera consigo mismo. “La noche de Gaspar —escribe la también autora de Silence des bêtes. La philosophie à l'épreuve de l'animalité— evoca un ser que no ha accedido a la condición de sujeto, a la posibilidad común y prodigiosa de decir yo. Es un enigma humano más, inesperado e impenetrable”.

De Fontenay acude a la memoria, a la biografía de su familia, a los esfuerzos de su madre por hacer más fácil la vida de Gaspar, cuyo verdadero nombre no será revelado sino hasta el final del libro, pero también a la literatura, la poesía, la historia y la filosofía, de la que es profesora emérita en la Universidad de París I Panthéon-Sorbonne, para reflexionar sobre los enfermos mentales, en sus diferentes niveles y circunstancias, sobre las barreras, tantas veces insalvables, que se levantan entre ellos y los otros, aquellos que pueden relacionarse con el mundo y vivir una vida “normal”.

Gaspar de la noche es un libro sobre el sufrimiento, pero también sobre la comprensión y el amor hacia “estos seres a quienes les fue robada la experiencia de su propio cuerpo”. En las páginas finales, la autora —radical descreída— recuerda una oración en latín que “recitaba” en silencio en su infancia que habla de dirigir “lo que está extraviado” y piensa en el “don de las lágrimas” que, según Michelet, “el rey San Luis suplicaba en vano que le fuera concedido”. Con ese don, dice, quizá ella y su hermano abrirían “aquello que, de forma distinta pero por igual, hizo falta a los niños que fuimos”.

AQ

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