La poeta española Elvira Sastre (1992) dice que la fuerza mortífera de una ciudad como Madrid estriba en su efervescencia, en los aires de libertad y creatividad que la han marcado. La frase “Madrid me mata” —muy popular en España y que da título a su más reciente obra, que reúne las columnas publicadas en el diario El País entre septiembre de 2018 y noviembre de 2020, y representa una apuesta celebradamente personal — proviene de la época de la Movida en la década de 1980, cuando se produjo una revolución cultural que terminó con la España de la dictadura y que desembocó en una transición a la democracia muy complicada. Se produjo así una singular explosión de libertad y creatividad sin límites, ni para las cosas buenas ni para las malas. “A mí”, dice Sastre en entrevista exclusiva con Laberinto, “me gusta esa parte luminosa en la que la gente se mostró tal y como era”.
Elvira Sastre, nacida en la localidad castellana de Segovia, cuenta que cuando llegó a Madrid y descubrió la ciudad se quedó encandilada con esos aires de libertad y creatividad. “Me sentí yo misma y asumí que tenía permiso para hacer todo aquello que quería, algo que creo que le pasa a mucha gente y por eso se ve reflejada en esa frase”, remata. No obstante, Sastre considera que el mundo tiende a limitarse a las urbes, a las grandes capitales donde reina la prisa. “Nos han inculcado que en esos sitios están las oportunidades laborales y profesionales, aunque creo que llega a ser una especie de obsesión derivada de un sistema profundamente capitalista, donde el trabajo es lo primero, lo segundo y casi lo tercero en nuestra vida, y todo gira en torno a eso. Sin embargo, me he dado cuenta que, para mí, Madrid sí funcionó como tal, y toda esa prisa, toda esa efervescencia me dio trabajo, oportunidades, mucho conocimiento y experiencia, aunque soy consciente de que no a todo el mundo le funciona y esto es algo que hay que subrayar. Al final el éxito no solo lo obtiene la persona que se va de su pueblo para trabajar en la capital, sino quien se queda en su pueblo y trabaja la tierra o en cualquier otra cosa y tiene una vida más tranquila y quizá hasta más estable. Al final creo que no depende tanto de la ciudad, sino de las personas”.
—¿Cuál considera que es el punto de inflexión en su obra desde su primera publicación, Tú la acuarela/ Yo la lírica, publicado en 2013, hasta Madrid me mata (Seix Barral), pasando por Días sin ti, que le hizo acreedora al Premio Biblioteca Breve en 2019?
A nivel profesional, hay dos momentos importantes: uno es la publicación del poemario La soledad de un cuerpo acostumbrado a la herida (2016), porque fue editado por Visor, una editorial de total referencia, y me colocó en un sitio más respetado y leído; por otro lado, el Premio Biblioteca Breve también fue un revulsivo total y un impulso para seguir haciendo lo que hago, para creer en ello, para no cesar en el empeño y para abrirme a más público y tener más oportunidades. Y más ligado a América Latina, para mí fue muy importante el primer viaje que hice en 2015 a la Feria del Libro de Bogotá, donde, a pesar de que mis libros aún no circulaban ahí, tuve mucho público. Y lo mismo ha ocurrido cuando he estado en México o en Argentina. Contar con el respaldo del público latinoamericano me ha ayudado mucho incluso en España.
—A nivel de contenidos, ¿hay algún momento clave en el que encontró un camino por el cual discurrir, que haya sido, digamos, catártico a nivel interior y que marcara un antes y un después en su trayectoria como escritora?
Creo que todo lo que escribo en mis libros de poesía hace esa especie de click, porque la poesía que escribo es muy intimista, muy honesta, y habla mucho de las emociones, algo que tenemos en común todas las personas, y eso es algo con lo que los lectores se sienten reflejados y representados. También está el hecho, que no he buscado y que está interiorizado y normalizado en mi vida, de que soy un referente LGTBI por hablar en mis poemas sobre el amor y las relaciones entre mujeres. Esto ha hecho que el público sea muy favorable a mis escritos. Todos sabemos que los referentes son muy importantes, y si se pueden conseguir a través de la literatura y la poesía, les da una emoción añadida.
—¿Considera que las redes sociales han sido una buena plataforma para que más gente se acerque a su obra?
Sin duda. Las redes sociales me parecen una herramienta que, bien utilizadas, son maravillosas. Y a nivel artístico está comprobado. Antes no conocía a nadie joven que escribiera, y mi incursión en las redes sociales ha provocado que mucha gente saque su parte artística, la desarrolle y escriba sin ese muro que separaba a los futuros autores de sus publicaciones, y que les da la posibilidad de hacerlo en un espacio público que no necesita una editorial que te señale o elija. Y, sobre todo, dan una gran libertad para hacer las cosas como quieres y de la manera que quieres sin que haya un intermediario que te coarte o coaccione para que hagas las cosas de cierta manera. Creo que eso es algo que, combinado, a nivel personal provoca un revulsivo, y si tienes suerte y talento y confluyen ambas cosas, puedes llegar a tocar muchas puertas y a una editorial que quiera publicar tu trabajo.
—En ese sentido, ¿qué crítica se puede hacer a las editoriales que están al acecho de este tipo de autores y casi ya no apuestan a partir de otros criterios?
Me costaría decir algo generalizado. Y aunque con algunas editoriales no me ha ido tan bien, con las que ahora trabajo, como Visor o Seix Barral, tengo una relación maravillosa: confían en mi trabajo y siento que no están mirando el número de seguidores que tengo. Simplemente confían en lo que hago y creen en ello, lo que para mí es fundamental, porque, al final, cuando uno escribe está solo, pero el hecho de publicar un libro es un trabajo conjunto, de mucha gente, y las editoriales juegan ahí un papel fundamental. A mí nunca se me ocurriría entregar un libro y publicarlo sin que pase por las manos de un editor y un corrector, porque al final esas figuras existen por algo, y me dan un plus de confianza y seguridad. No obstante, podría pensar que cuesta mucho publicar, y veo que la literatura juvenil está muy menospreciada, algo que da mucha rabia, porque la incursión de todos como lectores está ahí, y escribir para jóvenes es muy complicado, al igual que la literatura infantil, que habría que revalorizar. Debemos dejar de obsesionarnos, sobre todo la crítica, con la narrativa. Hay que darle la oportunidad a otros géneros que, al igual que la poesía, están a la sombra.
—A nivel estrictamente literario, ¿cuáles son sus referentes?
Mis referentes van en continuo crecimiento porque, como no dejo de leer, siempre encuentro autores que me mueven algo. En principio, señalaría a Bécquer, porque fue el poeta que me descubrió la poesía; también a Benjamín Prado, quien me provocó las ganas de escribir y cuya poesía leí cuando era muy joven; y de ahí me extendería a la Generación del 27 (Lorca, Cernuda, Alberti, Aleixandre, Miguel Hernández) y a los compañeros de generación de Prado, como Luis García Montero. También mis viajes a Latinoamérica me han permitido conocer la poesía de muchas mujeres que me ayudan a conectar con mi inspiración, como Idea Vilariño o Alejandra Pizarnik. Ahora estoy leyendo a Cristina Peri Rossi y me gusta mucho Louise Glück.
—A nivel formal, ¿cómo trabaja sus obras poéticas, cómo entiende la forma, el lenguaje y los temas?
Mi manera de escribir no ha cambiado desde mis comienzos, y responde a una necesidad y a un impulso al sentir algo, vivir algo o algo que me ronda la cabeza, y cuando eso casi no me abarca el cuerpo entonces tengo la necesidad de sacarlo de golpe. Después, cuando voy a publicar el libro, hago un trabajo de relectura y en el proceso final lo dejo siempre a mis amigos para que me den sus opiniones y me hagan sus correcciones o sugerencias.
—¿Y cómo ha sido su salto a la prosa para libros como Días sin ti o Madrid me mata?
La prosa me cuesta más, quizá por inseguridades. En la poesía me siento muy cómoda y segura porque creo que es mi lenguaje y mi manera de relacionarme con el mundo a través de las palabras. La narrativa me ha llevado mucho más esfuerzo para encontrar la manera de contar las cosas, aunque también es un reto que me gusta y me activa, porque entrar en las historias es como entrar en otro idioma, y aprenderla me gusta y me da mucho placer cuando consigo acabarla.
—En el plano temático, ¿qué emociones, qué situaciones son las que más le llegan o para las que tiene mayor sensibilidad?
Se resume en todo aquello que me emociona. Y luego hay épocas, y todo depende de si estoy más triste o atravieso una ruptura sentimental; todo gira en torno a lo que eso me provoca. Pero también hay momentos de revulsión social y política que me remueven por dentro y a veces los toco en mis poemas, como trato temas de feminismo. Y finalmente está todo aquello que me viene del pasado y aquello que de pronto me pellizca y me empuja a escribir de ello. Así que al final todo parte de mis propias experiencias y del momento en que me encuentre.
—¿Qué les diría a los jóvenes que comienzan a escribir?
Que no abandonen nunca; que sigan ahí, porque al final la gente que tiene el impulso de escribir o de pintar un cuadro, rapear o hacer una escultura, es muy importante. Yo les diría que no suelten ese impulso porque al final es un regalo poder expresar nuestras emociones y desahogarnos a través del arte, llegue donde eso llegue, ya sea que puedas o no puedas dedicarte a ello, cosa que es secundaria porque al final hay que potenciar la creencia en nosotros mismos, potenciar la creencia de que podemos hacer las cosas, de que nuestra creatividad importa y que quizá pueda ayudar a alguien más.
—Por último, ¿qué reflexión hace del momento actual que vive Europa?
Creo que en Europa nos estamos dando cuenta de cómo nos hemos comportado como sociedad, con un eurocentrismo con tintes xenófobos que es preocupante. Me parece que estamos en un momento en el que es muy difícil deconstruirse, porque es igual de importante la guerra en Ucrania que la guerra en África o en Siria. Así que en primer lugar debemos ser conscientes de los engaños y las manipulaciones a las que hemos sido sometidos; después, hay que informarse y hacer algo por un cambio; finalmente, es necesario que estas oportunidades tan horrorosas sirvan de algo para querer cambiar las cosas y hacerlo.
AQ