Emilio Uranga en busca de sí mismo

Filosofía

El “diario alemán” del filósofo mexicano, próximo a publicarse, revela la historia de un hombre en permanente guerra con el Demonio de la Creación.

Emilio Uranga, filósofo y periodista mexicano. (Especial)
José Manuel Cuéllar Moreno
Ciudad de México /

En su artículo de noviembre para Letras Libres, Gabriel Zaid recuerda el momento en que descubrió a Emilio Uranga (1921-1988) en la Casa de México en París, a mediados de los cincuenta. “Era muy inteligente y platicador”. Muchas de estas pláticas versaban sobre Goethe. Estamos ante uno de los episodios más interesantes y menos conocidos de la vida de Uranga. ¿Qué ocurrió entre la publicación del Análisis del ser del mexicano (1952) y la incorporación de Uranga al régimen lopezmateísta (1958)? ¿Hubo una “ruptura” entre el primer Uranga (el filósofo de lo mexicano) y el segundo Uranga (el periodista político y el consejero presidencial)? Por suerte ya hemos encontrado el “eslabón perdido”.

En la Biblioteca del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM está depositado el diario personal que escribió Uranga del 7 de febrero de 1954 al 29 de mayo de 1955 (su “diario alemán”). Tuve el gusto de transcribir, anotar y editar este diario que está por aparecer bajo el título de Años de Alemania (Bonilla Artigas, Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM, Gobierno del Estado de Guanajuato). Al diario se suman las cartas de Uranga a Luis Villoro y la correspondencia con Alfonso Reyes-Uranga, transcritas y editadas acuciosamente por Adolfo Castañón, quien ha sido, dicho sea de paso, un inmejorable compañero y un generoso mentor en esta travesía editorial que varias veces amenazó con hacer agua.

El diario nos cuenta la historia de un hombre en permanente guerra con el Demonio de la Creación. Friburgo no recibió a Uranga con los brazos abiertos. Un invierno histórico y una desavenencia amorosa doblegaron su ánimo. “Estoy entumecido. Años de amargura mataron en mí esa vital curiosidad, esa frescura”. Para colmo, la Universidad de Friburgo ofrecía un lamentable espectáculo de sumisión para con el santo local, Martín Heidegger, en detrimento de la escuela fenomenológica husserliana. “Heidegger se viste pobremente, causa pena ver al más grande de nuestros pensadores ataviado tan miserablemente. Un saco negro, de corte sport, una camisa azul y una corbata roja… Voz desagradable que se quiebra en falsete casi a cada minuto. Interrupción a la hora justa, anuncio de una pausa de cinco minutos, lectura monótona sin concesiones, al tendido, sin apertura dramática, exigente. Tiene una manera de eludir la mirada que recuerda a un animal, se lanza sin piedad cuando replica sobre su presa. Su traje no era de casimir, casi me dio la impresión de que era dril, lona”.

Uranga sentía la necesidad apremiante de escribir una obra filosófica “seria”. Quería dar expresión acabada y pulida a su ontología del mexicano. “Estoy formado. Y detrás de mí, no ante mí, está mi pensamiento. Es un bien que no hay que conquistar, sino simplemente procurarle una montura apropiada en que luzca”. Uranga no contaba con las energías suficientes para acometer esta obra seria. Se sentía desganado. “En la desgana el ánimo se colora de cierta repulsión por las cosas, de una callada abominación por cuanto nos rodea”. El eje de sus preocupaciones se inclinaba cada vez más hacia la literatura. “La eficacia literaria es el primer deber de un pensador. No escribir bien, sino con estilo”.

Uranga estaba fuera de su hábitat natural. Extrañaba las discusiones eternas y acaloradas de la Casa de los Mascarones y de Reforma. Su inteligencia chisporroteante no terminaba de lucir en el idioma alemán. En compensación, escribía kilométricas cartas a sus amigos… sin respuesta. El dinero que recibía (del Colegio de México, de la SEP, de Ferrocarriles) era exiguo y apenas le alcanzaba para subsistir. Tenía que hacer malabarismos contables para adquirir libros, discos y tabaco. Las “noticias fatales” que llegaban de México no ayudaron a desentumecerlo. Por decreto del presidente Adolfo Ruiz Cortines, el peso se devaluó de $8.50 a $12.50 por dólar. El anuncio se dio sorpresivamente a las 18 horas del 17 de abril de 1954, Sábado de Gloria, para evitar que la gente acudiera al banco a cambiar sus pesos. La devaluación rompió la imagen que tenía Uranga de un México que marchaba con paso firme a la estabilización y le presentó en cambio la “imagen de México en su irregularidad fea, en su incurable desequilibrio”.

Desilusionado y con la autoridad de sus padres espirituales deteriorada, el pensamiento de Uranga se adentraba en un callejón sin salida. Tenía que explorar nuevos derroteros. “Quitarse la grasa de la Academia: sí, Don Alfonso, usted me dio este consejo, pero ¿cuál es el disolvente más adecuado?” En estos meses Uranga probó el disolvente del periodismo: leía a diario y con voracidad la prensa europea (Frankfurter Allgemeine, Le Monde, Carrefour); seguía con delectación las negociaciones políticas y manifestaba su admiración y asombro por la capacidad de análisis de los periódicos.

Uranga se debatía entre dos filosofías: (1) la filosofía como disciplina y seriedad, empeño en la creación de una obra de peso académico, y (2) la filosofía como expresión y eficacia literarias, como análisis periodístico de la marcha política y como aprehensión de una verdad huidiza en la lata de conservas del aforismo; filosofía como diálogo, poesía, pasión y sensualidad.

En 1955 Uranga (recién casado) se trasladó a Colonia. “¿Qué hago en Colonia? A más de sobrevivir estudio a Husserl… Se ha fundado aquí un archivo Husserl [que] dirige Walter Biemel… un hombre bueno, bondadoso, tímido y humilde, cualidades que en un europeo son rarísimas. Me entiendo muy bien con él, me ayuda en todo y me deja curiosear ad libitum todos los manuscritos de Husserl”.

Este cambio de aires no lo arrancó de la modorra, pero sí implicó una modificación en su itinerario de lecturas. Si antes leía a fenomenólogos como Walter Biemel, Ludwig Landgrebe o Eugen Fink, ahora lee sobre todo a Freud, Goethe, George Orwell, Aldous Huxley, Thomas Mann, Xavier Villaurrutia. Uranga ejecutó una depuración de su canon personal y se decantó ostensiblemente por la literatura. “Se me caen de las manos, por ejemplo, Heidegger, Husserl, Sartre, Merleau, Camus, Proust. Me resiste Joyce, Huxley. Se me caen también Mann y Ortega. Aunque Mann no totalmente”.

A mediados de 1955 el interés que Uranga profesaba a Goethe creció hasta ocupar el centro de sus actividades. “Vine a Alemania en busca de una filosofía perdida y en cambio he topado con un Goethe recobrado –escribió Uranga a Reyes el 22 de agosto de 1955–. En todo caso me he hecho de unos 200 libros, de y sobre Goethe”. Esta fijación fue en no poca medida provocada por la lectura de Trayectoria de Goethe, de Alfonso Reyes (1954). Reyes fue de este modo para Uranga un mentor en todas las acepciones del término: un padrino que lo becó desde su puesto como director de El Colegio de México y un guía que descubrió para él nuevas y ricas vetas de investigación.

Uranga preparaba la escritura de un ensayo que titularía Goethe y los filósofos: “una historia, lo más animada que ello sea posible, de las relaciones, que en su dilatada vida, contrajo Goethe con filósofos como Kant, Fichte, Schelling, Hegel, Schopenhauer y otras figuras menores, como el ‘neurasténico’ Moritz”. El ensayo nunca vio la luz, pero la estructura y el contenido bien pueden rastrearse en las cartas a Luis Villoro. Véase el reciente y excelente artículo de Adolfo Castañón, “Emilio Uranga en busca de Goethe” (El Cultural, 6 de noviembre de 2021).

El diario describe un arco casi perfecto. Comienza con una breve consideración sobre la relación Husserl-Heidegger, “la refutación más decisiva de la dialéctica hegeliana (el paso de una forma a la otra no se hace por necesidad)”. Y concluye recordando la “germanización” de la filosofía mexicana. “[La cultura alemana] ha ayudado a que la cultura propia se entienda y se valore”. Uranga subraya tres fases de este proceso: (1) Spengler y su vaticinio de la caída de Europa, que provocó en los mexicanos una “atmósfera de inminentismo”; (2) La Revista de Occidente y su importación de autores como Keyserling; (3) El magisterio de José Gaos: con él se completó la formación alemana. “Caso no leía alemán, Ramos lo lee, Gaos lo traduce y las nuevas generaciones lo hablan”.

Este repaso final exhala un tufillo nostálgico y señala el fin del cuaderno, el fin más o menos definitivo del interés de Uranga por Heidegger y Husserl y el fin del sueño generacional de una ontología del mexicano. No será, sin embargo, el fin de la estancia de Uranga en Europa. En octubre de 1955 Uranga se mudó a París con el apoyo del Instituto Francés de América Latina (IFAL). Sus andanzas parisinas se relatan en la correspondencia con Villoro y Reyes. “París ha sido para mí un asilo y un consuelo –confesó a Reyes–. Dos años en Alemania me habían destemplado el espíritu y vagaba ya por regiones inaccesibles a la lucidez. Francia me ha dado el completo sentido terrenal necesario para no salir disparado de este mundo”.

José Manuel Cuéllar Moreno es Maestro en Filosofía por UNAM y por la Universidad de Barcelona. Autor, entre otros libros, de 'La Revolución inconclusa. La filosofía de Emilio Uranga, artífice oculto del PRI' (Ariel, 2018). Editor y compilador del libro 'La exquisita dolencia. Ensayos de Emilio Uranga sobre Ramón López Velarde' (Bonilla Artigas, 2021).

AQ

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