Víctor Gaviria: “En Colombia los jóvenes llegaron a creer que matar era un trabajo”

Entrevista

Poeta, novelista y guionista, el realizador colombiano, famoso por trabajar con niños y niñas de las calles, recibió la Medalla Cineteca Nacional. En entrevista, habla de su cine, de su poesía y su obra narrativa.

Víctor Gaviria, director de cine, guionista, poeta y escritor. (Habana Film Festival)
Ciudad de México /

Víctor Gaviria, el cineasta que retrató en los años ochenta y noventa la desesperanza y precariedad de la juventud de las barriadas de Medellín en el reinado del narcotraficante Pablo Escobar, ve con más optimismo a Colombia, donde en aquella época “los jóvenes llegaron a creer que matar era un trabajo”.

En entrevista, celebra el triunfo de Gustavo Petro y la izquierda en la elección presidencial colombiana, pero advierte que es imposible la paz en un país si no se enfrenta “definitivamente” al narcotráfico.

Gaviria (Liborina, Antioquia, 1955) llegó a México para protagonizar una serie de actividades, pero particularmente para recibir la noche del lunes 18 de julio la Medalla Cineteca Nacional, apadrinar una retrospectiva del 19 al 24 de julio con sus películas icónicas restauradas, y presentar el libro Víctor Gaviria. Realidad, desasosiego y belleza, sobre su obra cinematográfica y poética, entre otros eventos.

En la explanada de Cineteca Nacional, visiblemente emocionado, el realizador habló de sus películas, de la violencia por el crimen organizado que afecta a Colombia y México, pero también abordó su faceta menos conocida, la de poeta y narrador, que fue relegada por su gran cine, una trayectoria poética de la que el mexicano Margarito Cuéllar preparó una antología, Toda historia es de amor, que Víctor Gaviria presentó en el Museo Nacional de Arte, editado por Trilce Cinema y Facultad de Cine.

—¿En su caso el cine se comió a su poesía?

En algún momento decidí dejar la poesía. Claro que seguía escribiendo, pero me retiré de una revista en la que hacía parte del comité de redacción allá en Medellín. Me retiré y el cine me absorbió. Cambié de amigos. Me gustó mucho esa vida colectiva de los cineastas, conocí todo un grupo de profesionales, muchos de Cali, el Grupo de Cali, un fotógrafo con el que he trabajado toda la vida, Rodrigo Lalinde, o el director de arte que nunca me ha desamparado, Ricardo. Era un grupo muy bueno con el que hicimos los mediometrajes y Rodrigo D. No futuro. Y empezamos a trabajar más mancomunadamente. Estamos preparando ahora otra película, que se va a llamar Sosiego. Pero yo seguía escribiendo, y tenía la costumbre de que cuando hacía una película publicaba un libro, y así publiqué seis libros de poesía.

Tengo otro para publicar en estos días. Además, Planeta en Colombia decidió publicar toda mi poesía, no lo ha hecho todavía, creo que será para el segundo semestre del 2023. Pero sí publicó ya unas crónicas que yo tenía, de juventud (El campo a fin de cuentas no es tan verde, Seix Barral), y una novelita, que se llama El pelaito que no duró nada (Seix Barral, 1991). En México, Margarito Cuéllar hizo una selección de mi poesía, una antología, escribió un prólogo corto, pero extraordinario, que me iluminó en muchas cosas porque es sobre cine y poesía; el hombre es poeta pero como que logró conciliar ambas experiencias y escribió un prólogo extraordinario, muy hermoso.

—¿Su poesía es tan dura, tan desesperanzadora como sus películas?

No. Yo como poeta cuento mi vida, mi familia, mi papá, mi mamá, mis hermanos, mis amigos. Es una cosa hecha de una persona, de un sujeto, de un individuo, no tiene esa enunciación colectiva que tienen mis películas. Es existencialista.

—Pues a pesar de la crudeza en sus películas, me parece que en ellas hay mucha poesía.

Totalmente. Como trabajo mucho con narradores sociales —o sea los actores que entraban conmigo como actores naturales—, converso mucho con ellos y con gente alrededor del tema. Y son una cantidad de testimonios orales de personas a las que les ha tocado una vida muy difícil, una exclusión de la que tratan de salir y no pueden hacerlo. Entonces esos relatos tienen una poesía extraordinaria. Es increíble. Siempre he pensado que la poesía en el cine es el fruto de cuando dos subtramas se mezclan en un mismo tiempo. Esas personas viven una serie de antivalores de la exclusión, porque están en la violencia, en los grupos armados, en la droga, todos esos negocios que están por fuera de la ley. Pero la gente, al mismo tiempo —por lo menos en Medellín— vive una vida cotidiana llena. La vida cotidiana está hecha de muchos capitulitos y de cosas que son como rituales, pequeños momentos que son de gran humanidad, desde que te levantas, desde que desayunas. Lo que te quiero decir es que coinciden ese caos de la exclusión con gente que nunca deja de organizar el día. Esas dos cosas producen poesía.

—¿A usted cómo lo atrapó la violencia?

La violencia era mi entorno. Cuando estábamos en la universidad, la pregunta que nos hacíamos todos era cuál era el problema con Colombia, porque todos queríamos cambiar el país, hacer una revolución, en esa época mucha gente se metió a la guerrilla. Y los que estábamos en el arte decidimos que no íbamos a arriesgar nuestras vidas, así que nos propusimos desde donde estábamos tratar de responder cuál era el problema de nuestro país, porque parecía una violencia casi hereditaria, genética, o que tenía que ver con nuestra cultura profunda, como si en nuestros genes, en nuestra cultura tuviéramos un problema de violencia sin solución, cosa que no es verdad. Tenía una cantidad de amigos que escribían sobre sociología, economía, ciencias humanas, y entonces yo, a través del cine, quise responder a esa pregunta.

***

Psicólogo de formación, Gaviria refiere que cuando empezó a hacer cine en los años ochenta, la idea que tenían todos los cineastas, los más viejos y los más jóvenes, era que en algún día las salas de cine del país iban a estar exhibiendo cine colombiano. Pero, sobre todo, querían hacer películas regionales, con sus historias particulares a escala local, donde pudieran resolver esas preguntas sobre la violencia.

“Ese deseo de interpelar la violencia nosotros la enfrentamos directamente, la violencia urbana, no política, la común. En esa época, la violencia en Medellín siempre estaba en todas las maneras visibles, ahí se hizo colosal, monumental por el Cártel de Medellín de Pablo Escobar. Y, claro, se desató un fenómeno de una juventud al servicio de los capos, que en todas partes tenían oficinas de lugartenientes, que promovían esos grupos de delincuencia, primero pequeños pero luego fueron de 150 muchachos que en cuestión de un año todos desaparecieron.

“Entonces hubo una cosa que avergonzó mucho al antioqueño, a la gente de Medellín. De pronto habían aparecido sicarios que estaban matando a todos los que se opusieran al cártel: magistrados, procuradores, directores de periódicos. ¿Cómo era posible que hubiera surgido en una ciudad tan católica, tan beata, una población juvenil sin ningún tipo de escrúpulo moral ni nada? ¿Que se sirvieran con una ignorancia absoluta, con una ingenuidad total, de menores de edad que eran los asesinos de toda esta gente? Ahí empezamos la película: ¿quiénes son estos jóvenes? ¿qué pasa realmente?”

Así surgió Rodrigo D. No futuro que, junto con La vendedora de rosas, trascendió más de lo que Gaviria soñó, al llegar ambas a la selección oficial del Festival Internacional de Cine de Cannes. Otra de sus películas, Sumas y restas (2005), ganó en México el Ariel a Mejor Película Iberoamericana.

“Yo dialogo con una cantidad de gente, no hago diálogo de escritorio sino una cantidad de entrevistas infinitas de donde sale el guión. Presentamos Rodrigo D. No futuro, que colaboró con una idea que es increíble que esta gente no tenía: a más de la explotación existía la exclusión, una forma de estar en la sociedad que tenía unas características tenaces, una de ellas una inversión de valores en donde había una ingenuidad tan grande que la gente creía que matar era un trabajo. Esa exclusión confundió la mente de estos miles de muchachos. A finales de los años 90 se proponía hacer un monumento a todos esos 50 mil jóvenes que murieron en la violencia de Medellín”, explica el realizador colombiano.

No obstante, a sus 67 años ve con más optimismo a su país, con la llegada de Petro a la presidencia.

“Subió la izquierda después de 200 años, una izquierda comunista, también liberal, de todo tipo, con unos propósitos muy claros de reformas; no es cambiar todo, sino empezar lentamente”, sostiene.

Para el poeta, novelista, director de cine y guionista, famoso por trabajar con niños y niñas de las calles, la mayoría de los cuales murieron por drogas o asesinados, el político y ex guerrillero tiene propósitos muy claros de acciones, que incluyen atacar el narcotráfico con el que no han podido sus antecesores.

El cineasta enumeró las acciones que en su opinión serán prioridad para el presidente electo de Colombia, quien asumirá el cargo el próximo 7 de agosto tras ganar en histórico balotaje el pasado domingo 29 de junio, con 50.44 de los votos contra 47.3 del empresario derechista Rodolfo Hernández.

“Reforma agraria, todo el problema de la titularización de la tierra; políticas sociales, atacar el cambio climático y convertir en cero la deforestación en Colombia. Y la última: enfrentar el problema del narcotráfico ya definitivamente, porque el narcotráfico en México es brutal, pero en Colombia también lo es. Y es imposible hacer un país en paz, donde haya derechos civiles y derechos humanos, y respeto por ellos, si el narcotráfico sigue ahí. Petro es muy claro en eso, hay unos propósitos muy claros”.

—¿Qué le diría ahora a Rodrigo D? ¿Hay futuro?

Siempre que me han preguntado si todo sigue igual, y muchas veces les digo: “Hermano, todo sigue igual; la exclusión sigue igual, a veces hay buenos alcaldes…” Pero ahora sí hay un propósito claro, que hasta que no se cumpla no se sigue adelante. Sí, estamos muy contentos todos. Y esa pregunta que me hace, sí, le diríamos a Rodrigo D que sí hay futuro. Después de muchísimos años, sí hay futuro.

AQ

  • José Juan de Ávila
  • jdeavila2006@yahoo.fr
  • Periodista egresado de UNAM. Trabajó en La Jornada, Reforma, El Universal, Milenio, CNNMéxico, entre otros medios, en Política y Cultura.

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