César Vallejo, ‘Trilce’ y los talleres tipográficos de la penitenciaría de Lima

En portada

De último momento, el poeta eliminó el seudónimo “César Perú”, sustituyéndolo por su verdadero nombre, y cambió el título original, Cráneos de bronce, por el que ha pasado a formar parte de la historia universal de la poesía.

'Trilce' fue escrito parcialmente en prisión, algunos de sus poemas tienen referencias directas a la experiencia carcelaria. (Ángel Soto)
Carlos Aguirre y Bill Fisher
Ciudad de México /

“La tarde está gris y llueve. La maquinaria y linotipos cuelgan penosos

traquidos metálicos en el aire oscuro y arrecido”.

“Tintas de encierro y desamparo”

César Vallejo, “Liberación”


La primera edición de Trilce, como es ampliamente conocido, se imprimió en los talleres tipográficos de la penitenciaría de Lima en la primavera de 1922. ¿Qué razones tuvo Vallejo para escoger esa imprenta? ¿Qué relación había entre la imprenta de la penitenciaría y el mundo literario limeño de comienzos del siglo XX? ¿Qué función desempeñaba, en el régimen penitenciario, el funcionamiento de una imprenta al interior de la prisión? ¿Qué conexiones se pueden establecer entre la visión que proyecta Vallejo sobre la cárcel en algunos poemas de Trilce y el hecho de que este se imprimiera en la penitenciaría? Este breve ensayo intenta echar luces sobre estos y otros asuntos relacionados con el proceso de producción material del poemario de Vallejo.

La penitenciaría de Lima, también conocida como “el panóptico”, fue inaugurada en 1862. En su momento fue recibida con enorme satisfacción por autoridades y miembros de las élites políticas y sociales, para quienes la nueva prisión constituía un gran avance en la modernización de la justicia penal y el combate contra la delincuencia. Su diseño arquitectónico y su estructura interna respondían al modelo penitenciario trazado e implementado en Europa y Estados Unidos desde fines del siglo XVIII. El régimen penitenciario, cuya finalidad declarada era, principalmente, la regeneración de los delincuentes y su conversión en trabajadores productivos, tenía como pilares una estricta disciplina, mecanismos de vigilancia y seguridad muy rigurosos y el trabajo obligatorio de los reclusos.

El trabajo era considerado un elemento central en la nueva terapia carcelaria. Los presos no sólo podrían así adquirir o perfeccionar sus habilidades en un determinado oficio sino también contribuir a la economía de la prisión y generar algún ingreso para ellos. La penitenciaría de Lima implementó varios talleres para el trabajo de los detenidos, incluyendo carpintería, zapatería, talabartería y otros. Inicialmente, esos talleres fueron administrados por las mismas autoridades de la prisión, pero más adelante algunos de ellos se pusieron en manos de concesionarios privados. En dichos talleres no sólo trabajaban presos sino también algunos operarios libres, todos bajo la dirección de un maestro de taller.

En distintos momentos, las penitenciarías de varios países latinoamericanos pusieron en funcionamiento talleres de imprenta y encuadernación. La primera en hacerlo fue la penitenciaría de Buenos Aires, inaugurada en 1877. Su imprenta se convirtió muy pronto en una de las más activas de la ciudad. Sus principales clientes eran los distintos organismos estatales que requerían la impresión de boletines, revistas, libros de contabilidad, memorias de autoridades, códigos y reglamentos. Más adelante se empezó también a imprimir libros por encargo de clientes particulares.

En 1892, el director de la penitenciaría de Lima solicitó la creación de un taller de imprenta; el pedido se reiteró en 1896, pero fue recién en 1906 que se procedió a importar la maquinaria para poner en funcionamiento el taller, que se inauguró al año siguiente. Ese año se imprimió el primer libro: Trozos escogidos de lectura moral. En la portada se anunciaba como “Primera obra impresa en el taller tipográfico de la penitenciaría. Lima 1907”. En 1908 se anunció la instalación de un motor eléctrico para mejorar el rendimiento de la imprenta y también del taller de encuadernación. En 1911 el taller aumentó su equipamiento con la adquisición de una máquina Gordon, una de las más conocidas en la industria gráfica de aquella época, y un decreto ordenó que todos los trabajos de imprenta y encuadernación del Estado fueran asignados a la penitenciaría.

La producción de libros en la penitenciaría de Lima, sin embargo, no alcanzó las dimensiones de la de Buenos Aires. Solo en 1906, por ejemplo, se imprimieron en la de Buenos Aires 75 títulos con un total de 67,750 copias, además de dos diarios y varias revistas. El inventario de libros impresos en la penitenciaría de Lima que hemos elaborado arroja, por contraste, cifras bastante modestas: hemos ubicado 38 títulos impresos entre 1907 y 1921, es decir, un promedio de menos de tres libros por año. La producción aumentaría a seis títulos en 1922, el año en que se imprimió Trilce, y alcanzaría su máximo nivel en 1924, con un total de 18 volúmenes. Los impresos incluían publicaciones legales, memorias del director de la penitenciaría, materiales educativos, tesis de la Universidad de San Marcos, un catecismo cristiano en quechua y nueve de los catorce tomos de la Historia de las misiones franciscanas y narración de los progresos de la geografía en el oriente del Perú, de Bernardino Izaguirre Ispizúa, que salieron entre 1922 y 1929. Conviene mencionar aquí que, como ha sugerido Luis Alberto Castillo, algunos empresarios gráficos privados habrían utilizado la mano de obra de los presos para producir libros que, sin embargo, aparecían con su propio pie de imprenta, lo cual, de ser cierto, significaría que la producción de libros de la penitenciaría fue algo mayor de lo que podemos deducir a partir de los catálogos.

Hacia 1920, debido a las pérdidas que generaba, se llevó a cabo una reorganización de la imprenta y se contrató a un nuevo maestro, Estuardo I. Bastas, quien en enero de 1922 sería reemplazado por Abelardo Ormeño, un antiguo anarquista vinculado a Manuel González Prada y el grupo “La Protesta”. Fue Ormeño, por tanto, quien supervisó la producción de Trilce y, casi con seguridad, negoció personalmente con Vallejo los detalles de composición e impresión de su libro. En 1920, el director de la penitenciaría recomendó la compra de un linotipo para, según él, aumentar la productividad del taller de imprenta pues los cajistas podrían ahora componer líneas enteras de texto fundido en plomo por el linotipo (los llamados lingotes) en lugar de componer letra por letra como se hacía con los tipos móviles. Durante el ejercicio fiscal junio de 1921 – mayo de 1922, efectivamente, se compraron dos linotipos y una nueva prensa.

Lo que hace del taller de imprenta de la penitenciaría de Lima un caso particularmente notable es la producción, a partir de 1913, de una serie excepcional de libros de poesía y narrativa, incluyendo Trilce. ¿Cómo llegó Vallejo a esa imprenta? Trilce no fue el primer libro de poesía impreso en el panóptico de Lima: ese lugar le corresponde a La evocadora: divagación ideológica, un libro de poemas en prosa de Enrique Bustamante y Ballivián, impreso en 1913. Con él se inauguró una serie de notables obras literarias de autores peruanos que vieron la luz en los talleres de la penitenciaría: La mariscala: Doña Francisca Zubiaga y Bernales de Gamarra. Biografía histórica (1914), Belmonte el trágico: ensayo de una estética futura, a través de un arte nuevo (1918) y El caballero Carmelo: cuentos (1918), de Abraham Valdelomar; La canción de las figuras (1916) de José María Eguren; Walpúrgicas. Poemas (1917), de Luis Berninsone; y Obras I. Poesía lírica (1921), de Leonidas Yerovi, para mencionar algunos de los más destacados. En 1915, además, se imprimieron tres números de la revista Cultura, suplemento ilustrado, dirigida por Bustamante y Ballivián, en la que colaboraban Valdelomar, Yerovi, Eguren, Clemente Palma, José Gálvez, Percy Gibson, Dora Mayer y otros.

Cuando en 1922 Vallejo escoge el taller de la penitenciaría de Lima para su nuevo libro, por tanto, existía ya una vinculación muy cercana entre el mundo literario limeño y ese taller ubicado al interior del ya por entonces vetusto y repulsivo edificio del panóptico. ¿Cómo se fue entretejiendo esa relación? Un personaje clave en esta historia es Abraham Valdelomar, quien vivía frente a la penitenciaría y cuyo padre, Anfiloquio, fue nombrado subdirector de la penitenciaría en 1912 y luego llegaría a ser, brevemente, director interino. Que el primer libro de literatura impreso en ese taller, en 1913, haya sido de su amigo y también estudiante de San Marcos, Enrique Bustamante y Ballivián, no parece haber sido una coincidencia. Tampoco lo fue que el primer libro de Valdelomar, la biografía de La Mariscala, se imprimiera ahí, así como otros libros cuyos autores pertenecían a su círculo más cercano.

La imprenta de la penitenciaría era una buena opción para cualquier autor, especialmente si era poeta. Se había hecho ya de cierto renombre por la calidad literaria de varios de los libros ya publicados y por su buena manufactura tipográfica y material. Podemos identificar ciertos patrones: la mayoría estaban en tamaño duodécimo (es decir, se imprimieron en pliegos que, al doblarse, consistían de 24 páginas cada uno) y encuadernados en rústica, con buen diseño y ejecución, incluyendo una aplicación muy uniforme de la tinta. Otro de los atractivos del taller del panóptico era el nivel de participación que podía tener el autor para escoger tanto el papel empleado —se usaba con más frecuencia uno hecho con pulpa de madera, aunque algunos autores elegían papel de hilo, normalmente verjurado— como el diseño gráfico, incluyendo las fuentes y los elementos decorativos disponibles como viñetas u orlas. Una vez elegidos estos elementos, el autor tenía oportunidad de incidir sobre la disposición tipográfica de los poemas sobre cada página, jugando con la distribución de letras, signos, líneas y espacios. El caso de Walpúrgicas demuestra hasta qué punto se podía experimentar (con bastante éxito) en el diseño de un poemario: en la portada de ese libro, por ejemplo, se emplearon varias fuentes y se imprimió el título en diagonal, al comienzo de cada poema se usaron letras iniciales barrocas —que abarcaban dos líneas—, y el libro se encuadernó por el lado superior de las páginas en lugar de hacerlo por el borde izquierdo, para que así se leyera de arriba hacia abajo y no de izquierda a derecha.

Todo esto debió resultar estimulante para Vallejo. La flexibilidad del diseño permitió que Trilce fuera un producto muy atractivo visualmente. Por contraste, Los heraldos negros, que apareció sin nombrar al impresor, pero según los estudiosos salió de la imprenta limeña de Souza Ferreyra en 1918, si bien fue ejecutado competentemente, carecía de cualquier adorno o característica gráfica distintiva, por lo menos hasta llegar a las páginas del índice y la lista de erratas, en cuyos títulos se usó una fuente diferente y más llamativa que en el resto del texto. La primera edición de Trilce siguió en muchos aspectos el patrón de otros libros de poesía impresos en la penitenciaría. El formato era duodécimo así que para imprimir sus 144 páginas se utilizaron seis pliegos que luego fueron doblados y cosidos. Se emplearon varias fuentes distintas, de las cuales la más inusual fue la que se usó para la palabra “Trilce” en la hoja que sigue a la portada, una suerte de shadow type (tipo con sombra) que se utilizó varias veces en el taller, desde el primer libro impreso hasta por lo menos El aroma en la sombra de Enrique Peña Barrenechea, de 1926. También se usaron en Trilce varios adornos y orlas, desde el notable ángel con dos coronas de laurel que aparece en la portada hasta las orlas que se insertaron en esa misma página, debajo del nombre de Vallejo, y en la última página del libro. La letra inicial de cada poema es mayúscula grande pero más sencilla y no tan alta como en libros anteriores de la penitenciaría.

Un cambio mucho más importante fue el paso de tipos móviles a linotipo. Es cierto que esta nueva maquinaria ahorraba tiempo, como anticipó el director de la penitenciaría, pero su uso contribuyó a un descenso notable en la calidad de impresión. Por un lado, se puede notar fallas en el alineamiento de las letras y marcas superfluas de tinta entre ellas, que son típicas del proceso de linotipia. Conviene recordar que recién se habían comprado esas máquinas y quizás no estaban muy afinadas todavía o los operarios no se habían familiarizado lo suficiente con ellas. Por otro lado, hubo varias fallas técnicas en la impresión misma. Una de ellas es la irregularidad del entintado, pues hay partes del texto en tinta bastante más (y a veces menos) oscura que en el resto de la página, fallas atribuibles a los operarios de la prensa, no al linotipo. También es posible que el ya mencionado cambio de maestro de taller tuviera incidencia en el relativo descuido en la impresión de Trilce.

Otro atractivo del taller de la penitenciaría para cualquier autor era que podía imprimir su libro a un costo menor al de las otras imprentas de la ciudad. El taller del panóptico utilizaba mano de obra más barata, en parte porque se trataba de una población cautiva y en parte porque, en teoría, no había fines de lucro, ya que el taller operaba con la intención de rehabilitar a los reclusos. De todas maneras, y aun contando con el dinero que obtuvo por un premio literario, Vallejo no pudo pagar el total de la edición y tuvo que conformarse con retirar ejemplares a medida que iba pagando. Recordemos que en el caso de Los heraldos negros tardó un tiempo en pagar toda la edición y solo pudo recibir los libros luego de cancelar la deuda completa. Pese a sus limitaciones económicas, sin embargo, Vallejo escogió un papel verjurado y asumió el costo adicional que significó volver a imprimir el primer pliego cuando decidió cambiar el seudónimo “César Perú” por su verdadero nombre y el título del libro de Cráneos de bronce a Trilce. En cambio, sí dejó el prólogo de Orrego en un tipo muy pequeño, para no tener que incluir otro pliego en el libro.

El nexo entre Vallejo y los otros escritores cuyos libros fueron impresos en la penitenciaría (Valdelomar, Eguren, Berninsone y otros) presenta otra posible razón para que él decidiera imprimir Trilce allí. Vallejo habría buscado asociarse con el prestigio que había adquirido la imprenta y, además, debió haber recibido comentarios positivos de sus colegas sobre la conveniencia de producir su libro allí. Esos nexos, sin embargo, ya existían cuando confió la impresión de Los heraldos negros a Souza Ferreyra en 1918. ¿Qué había ocurrido entre esa fecha y el momento en que Vallejo decidió llevar Trilce al taller de la penitenciaría?

La respuesta es muy clara: Vallejo estuvo casi cuatro meses entre 1920 y 1921 injustamente encarcelado en Trujillo. Esa experiencia lo marcó profundamente. Como es bien sabido, varios poemas escritos durante su encierro formaron parte de Trilce, y algunos de ellos hacen referencia explícita a la cárcel. Después de esa experiencia, sin duda empezó a ver con otros ojos el mundo de la prisión y lo que ella representaba. Encargar la impresión de su libro a un taller que funcionaba en la prisión más importante del país puede ser interpretado como un acto de reivindicación: ahora podía ejercer su libertad (como ciudadano y como poeta) entrando y saliendo de la penitenciaría a voluntad para supervisar la publicación de su libro. A la vez, puede ser visto como un acto de subversión; como ha sugerido Luis Alberto Castillo, Vallejo hizo uso de la máquina carcelaria para hacer poesía, y no cualquier poesía, sino una que en cierto modo criticaba el sistema carcelario. Por último, se puede entender como un impulso de Vallejo, el poeta humano, de querer interactuar con los detenidos, ser testigo de su sufrimiento y, a lo mejor, usar esa experiencia para seguir procesando su propia experiencia de encarcelamiento. Ese impulso queda en evidencia si consideramos Escalas, su libro de relatos impreso también en la penitenciaría al año siguiente, y que en buena parte es una meditación sobre la (in)justicia humana. Escalas incluyó un cuento ambientado en los talleres tipográficos del panóptico, adonde ha ido el narrador para corregir las pruebas de su libro y donde un recluso se pone a manipular lingotes producidos por el linotipo para encubrir un supuesto intento de envenenamiento. Resulta imposible resistir la tentación de identificar al narrador con Vallejo mismo y pensar que, igual que aquel, el poeta se identificó y solidarizó con los operarios del taller.

Trilce fue escrito parcialmente en prisión, algunos de sus poemas tienen referencias directas a la experiencia carcelaria y su primera edición se imprimió en los talleres tipográficos de la penitenciaría de Lima. Este ensayo ha querido insistir en el hecho de que esos tres aspectos del libro de Vallejo están íntimamente vinculados y que todos ellos son imprescindibles para evaluar la importancia y el impacto de Trilce como libro de poesía y como artefacto cultural.

Este ensayo forma parte del libro '¿Quién tropieza por afuera? Trilce, cien años después', que en breve aparecerá en coedición de la Universidad Autónoma de Querétaro y Ediciones El Tucán de Virginia.

Los autores agradecen a Miguel Ángel Zapata por la invitación a participar de este volumen y a Luis Alberto Castillo y Augusto Wong Campos por sus valiosos comentarios y sugerencias.

AQ

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