A Joan Margarit le concedieron el prestigioso Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, el cual se suma al Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda que recibió en 2017. Nos encontramos a través de Skype. Cómo quisiera saludarle de mano, sentir su voz sin las momentáneas interferencias. Le digo: Joan, se pierde la señal. Ambos reímos. Responde con la risa oportuna de quien comprende una complicidad poética. Me dice: “Se pierde la señal es el título de un libro mío”.
Conversamos con la cadencia de quienes han escapado momentáneamente del tiempo. Pienso que conversar con Margarit es un obsequio que me da la poesía. Le pregunto cómo recibió la noticia del premio. Recuerda con entusiasmo que este cauce afortunado de reconocimiento hacia su poesía comenzó en México, en 2013, con el Premio Víctor Sandoval de Poetas del Mundo Latino, que ese año también recibió José Emilio Pacheco. Su voz se enrosca en el recuerdo:
“Yo llevaba en esos días a José Emilio en su silla de ruedas, y al cabo de regresar de aquel viaje ya me llamaban para ir a su entierro. Esto sucede a mi edad: descubres personas con las cuales hubieras podido tener una gran amistad, que hubieras podido querer mucho y ya no hay tiempo”.
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Con sigilo, pero con alegría, vamos entrando en esta conversación. “Tú sabes —me dice Joan Margarit— que yo soy un poeta de dos lenguas, no traduzco sino que trabajo a la vez dos poemas que no son ajenos el uno del otro. Fíjate, Amar es dónde es un ejemplo del catalán-castellano. El libro en catalán es Des d’on tornar a estimar que, traducido literalmente al castellano, es ‘desde dónde volver a amar’. Cómo se llega a estos títulos. Si esto me lo hace un traductor, igual no se lo admito. La suerte es que soy el mismo. Por eso traducir es imposible”.
—Existe una tendencia en buena parte de la poesía que se escribe actualmente que rehúye a la primera persona, al yo poético, más allá del pronombre. Sin embargo, tu obra, lejos de evadir el testimonio, se planta con firmeza para decir “hablo de mi vida”. ¿En qué sentido la biografía trastoca al poeta, y viceversa, cómo es que la poesía incide en la propia vida?
Mi último libro publicado toma el título de un verso de un poema mío: Para tener casa hay que ganar la guerra. Parece una biografía pero no lo es. Se trata de un recorrido por mi infancia, adolescencia y primerísima juventud con un objetivo: buscar por qué he escrito esos poemas y no otros. En esto andamos, buscando responder a esta pregunta. Porque esa pregunta solo se puede responder hasta el final. Mientras estás sobre la marcha, a veces no sabes en qué tren vas subido. Al final, cuando llegas, sí que sabes qué viaje has hecho.
—El viaje del poeta es único.
La diferencia entre un prosista y un poeta es muy clara. La prosa es un signo de cómo va la cosa. Si alguien le cuenta su vida a un novelista, éste puede interesarse por escribirla; en cambio, para el poeta es distinto. La novela tiene muy poco que ver con la poesía. A veces he dudado y sigo dudando si la poesía es literatura. Si soy poeta en vez de novelista, mi afecto y mi relación con los otros me lleva a decir: Diego, quiero ponerte en un poema. No puedo funcionar como el novelista; tengo que meter a ese personaje que eres tú dentro de mí. Luego esa persona se va, pero ya está dentro de mí. Como poeta, no puedo trabajar con nada del exterior, tengo que trabajar mirando dentro de mí. Nada más. Es una diferencia brutal. Dentro de mí hago una operación complejísima: busco algunas cosas que no son aún lingüísticas. Lo que sucede es que muchas veces solo encuentro mierda, aburrimiento y muchísimas cosas que no interesan a nadie. La inspiración es saber buscar lo universal entre tanta cosa inútil; algo que está, no solo dentro de mí, sino en ti y en todos mis lectores: buscar un universal. Puedo equivocarme. Ser un mal poeta consiste en identificar un universal que es falso. Pero si acierto con eso que es universal debo ponerlo en palabras. Ahí puede venir mi segundo fracaso: que no sepa poner esto en un lenguaje claro. Si triunfo, y he conseguido un poema correcto, es decir, que contiene un universal, el lector o la lectora dirá: ¡pero si soy yo! Si no se produce esto, el poema no funciona.
—Al recorrer tus libros, me resulta palpable la idea que sugiere que la biografía de un poeta está en sus libros. Esta asociación entre palabra y experiencia me hace pensar que hay libros que definen la trayectoria de ese tren, tanto en la escritura como para la existencia. ¿Cuáles de tus libros consideras esenciales en tu propia transformación?
El primer poema que aparece en mi obra completa es de los 40 años, pero yo escribo desde los diecisiete. Antes de Todos los poemas, hay otros libros publicados. ¿Dónde arranca el problema? Pertenezco a la cultura catalana, es decir, a una lengua sin Estado, una cultura comparable a la española, pero sin Estado. Entonces, a los 18 caí en una trampa: en pleno franquismo, en plena dictadura que prohibió el catalán —porque no aprendí a escribir catalán, hablábamos en casa coloquialmente, pero estaba prohibido—, hice un silogismo simplón: como la poesía es literatura y yo de letras solo sé bien castellano, por lo tanto, escribiré en castellano. Entré en el territorio propio de la poesía, ese territorio que ve dentro de uno, pero con el arma de una lengua que no es la materna no haces nada. Llevo 60 años buscando a un gran poeta que haya escrito su obra en una lengua que no sea la materna. Tardé 20 años en darme cuenta de esto y publiqué cuatro libros en castellano; el primero lo prologó Camilo José Cela. Pero sé que no valen nada, que poéticamente no valen nada, y sigo intentándolo, hasta el día en que escribiéndome con el gran poeta catalán Miquel Martí i Pol, me dijo en una carta: “hice una gran incorrección, le mostré la última de tus cartas a mi hija y le pregunté si la persona que ha escrito esa carta podría escribir poesía en catalán”. Cuando leí esto en la carta de Miquel Martí i Pol, me quedé, me quedé… Vaya, el hombre que piensa en esto lleva 20 años intentando escribir un poema, con cuatro libros en la espalda. Cambié radicalmente de lengua y empecé a escribir en catalán. Me vino una locura, porque reconocí y descubrí mis palabras en mi interior más oscuro y me entusiasmó. Y el entusiasmo me dictó ocho libros en catalán que obtuvieron premios, pero que tampoco valían nada, precisamente por ese exceso de entusiasmo. Entonces me serené y empecé a escribir. Lo primero que descubrí es lo siguiente: Franco me dio el castellano a golpes de porra de la policía, no le voy a devolver el castellano, me lo quedo. Tengo dos lenguas, pero desde entonces sé que he de empezar el poema por la lengua materna. He de empezar por el catalán. Tenía casi 40 años y nació el poeta que tú conoces, que está en mi obra completa, y ese poeta tiene todo esto detrás.
—Así es, como parte de ese cálculo de estructura que es el proceso para hacerse poeta.
Sigo amarrado a mis dos lenguas. Ya sé que he de utilizar primero la catalana. porque si utilizo primero la castellana vuelvo a caer en mi antiguo error de juventud. He de empezar por la catalana. Empiezo un poema que durará unos tres meses entre mis manos. Tres meses que acojo cada día. A la primera semana está solo el catalán; a partir de la segunda semana están las dos lenguas.
—¿Consideras viable que la lengua catalana tenga al fin un Estado?
Creo que ha pasado el tiempo de esto. Después de haber podido lograr esto en los siglos XVII, XVIII y XIX, vino la época de las nacionalidades, que ya se está acabando, y estamos reivindicando una cosa que es del XIX, cuando vamos ya en el XXI y no se sabe si la Tierra terminará siendo un papel para moscas, lleno de personas. En estos momentos de cambios hacia ese peligrosísimo final, hacer una reivindicación que es del siglo XIX le veo poco futuro. Soy nacionalista catalán. Estoy harto de que me manden en otra lengua, pero creo que se nos ha pasado el tiempo.
—Osadía y humildad, has dicho respecto a la actitud del poeta. ¿Cómo se logra esto frente a una sociedad que menosprecia lo poético?
La osadía forma parte del propio poeta. La gente sabe, aunque ahora se ha puesto en duda, que se nace poeta: tu capacidad para mirar dentro de ti y encontrar un universal. Eso no se aprende en ninguna Facultad, lo tienes o no lo tienes. Y si no lo tienes y piensas que lo tienes, se ha jodido tu vida. Si eres poeta y posees la intuición de buscar los universales dentro de ti no hay quien te pare. El problema está en creerse por encima de los demás, y solo los estúpidos pueden llegar a esto. Me explico: ningún poeta puede estar seguro de haber escrito grandes poemas porque esto no se sabrá hasta un par de generaciones después y tú ya no estarás. Puedes tener signos, te pueden dar un premio, un crítico famoso te puede hacer una alabanza. pero eso no son seguridades. Los premios están llenos de gente que luego no vale nada, los críticos se han equivocado millones de veces alabando malos poetas.
—Recuerdo un poema de Casa de misericordia, “Apilando leña”, donde encuentro la dura metáfora de los afanes del poeta: “El hombre suele recoger del bosque/ troncos caídos con la tempestad./ Va apilando la leña tras la casa. De cada uno sabe/ qué lo hizo caer, dónde lo recogió”. ¿Cómo has confirmado esta postura frente al dolor?
Fue un momento concreto de mi historia personal y de mi historia poética, el momento en que mi hija Joana enfermó de un cáncer del páncreas y supimos que no había solución. Hice frente a esto con los recursos que tenía, pero me dije: si la poesía no me sirve ahora, no vuelvo a escribirla más. La poesía, según lo que yo había oído de los especialistas, no debía escribirse en caliente. Pero yo decidí que necesitaba la poesía en ese momento y no al cabo de los años. La necesitaba en el día a día de esos meses. Tras decidirme a abandonarla si no me servía, escribí lo que considero mi mejor obra.
ÁSS