“El libro no está acosado”: Fernando Fagnani

Entrevista

El editor de Edhasa nos habla sobre la historia de esta casa editorial, así como los pormenores que enfrenta el negocio del libro en esta era.

No creo que Argentina haya tenido en ningún momento de su historia más intelectuales que México (Foto: Word Press)
Silvia Herrera
Ciudad de México /

Fundada en diciembre de 1946 en Argentina por Antonio López Llausás, Editora y Distribuidora Hispanoamericana S. A. (Edhasa) es un sello que desde su nacimiento apostó por la buena literatura. Podría considerarse que su fama no esté al nivel de otras editoriales, pero no lo necesita. Discreta y elegante, el poseedor de algunos de sus libros sabe que pertenece a un selecto grupo. Fernando Fagnani, editor de Edhasa Argentina, estuvo en México y en plática para Laberinto habló de la historia de la editorial y de problemas ligados al negocio del libro, entre otros temas.

—Edhasa nace como un sello del exilio español.

Nace en 1946 porque el editor de Sudamericana, Antonio López Llausás, había salido de España por el franquismo. Se fue a Buenos Aires en 1940. Se puso a dirigir Sudamericana, que iba muy bien, pero llegó Perón. Se asustó porque creyó que Perón era como Franco y supuso que tenía que volver a irse. Entonces funda Edhasa en España y Hermes en México, que era más una oficina de distribución. Durante el franquismo, fue muy poco lo que pudo publicar por la censura, pero conforme el franquismo iba terminando, comenzó a exportar autores —Cortázar, García Márquez— y libros que el franquismo había prohibido. Cuando el franquismo cae, Edhasa se convierte en una editorial. Al principio publicó mucho del fondo de Sudamericana y después encontró un perfil propio, más adecuado para los lectores españoles y muy fuerte en lo que es la novela histórica en tapa dura.

En 2003 se crea Edhasa Argentina. Al principio, hicimos lo mismo que ellos: publicamos los mejores libros del fondo de España, sobre todo novela histórica, que era lo que más había, y clásicos modernos como Thomas Mann y Henry Miller, que tienen lectores en todos lados. En 2008 la editorial ya caminaba sola.

—En cuanto a los “clásicos modernos”, que también van a definir a la editorial, la aceptación que tuvieron en Argentina ¿se debe a que el lector era intelectualmente más exigente que, digamos, el mexicano?

Ese es un prejuicio. No creo que Argentina haya tenido en ningún momento de su historia más intelectuales que México. Borges y el grupo que lo rodeaba eran un faro, una cosa muy impactante. Pero si vos mirás que en el mismo momento en que Borges está vivo, en México están Alfonso Reyes y Octavio Paz; no resulta poco.

Argentina tenía a Borges y el grupo alrededor de Sur; a diferencia de los mexicanos, era un grupo muy anglófono. Su trabajo repercutió en toda América Latina. Tradujeron e introdujeron a un montón de autores ingleses y alemanes, porque en sus filas había algunos germanófilos. No fueron superiores a los mexicanos, pero sí aportaron algo que a lo mejor no estaba en la cultura de América Latina. Recuerdo un número monográfico de Sur dedicado a la literatura japonesa; eso nadie lo hacía. Los intereses hacia cierta literatura europea y hacia Oriente fueron distintivos. Pero si vos mirás la productividad de los escritores mexicanos de la misma época, verás que estaba al mismo nivel pero con otros intereses.

—¿Cómo maneja la convivencia del libro impreso con el libro electrónico?

Eso no me preocupa.

—Pero sí editan libros electrónicos.

Hacemos algunos. A ver: en Argentina y América Latina el libro electrónico tiene una penetración muy baja. En realidad, ahí está la tecnología que desde hace quince años viene vaticinando la muerte del libro impreso. Pero cuando te fijás bien, notás que el libro electrónico tuvo un crecimiento desmesurado en Estados Unidos y en Inglaterra, creo que en 2015 o 2016, y alcanzó una cuota en el mercado del 45 por ciento. Todo mundo pensó, como pasa siempre en este negocio, que en tres años la cuota iba a ser del 90 por ciento, y lo cierto fue que la cuota fue del 25 por ciento. O sea, subió y bajó. Ahora bien, es probable que dentro de algún tiempo el libro electrónico pueda desplazar al libro impreso. Creo que en América Latina eso puede llevar más tiempo: dos, tres o cinco décadas. La discusión sobre el soporte es una discusión reaccionaria. Lo importante es el contenido: lo que la gente lee, no dónde lo lee. Lo mismo te puedo decir del libro de bolsillo o de tapa dura, dos universos distintos. Si vas a leer La montaña mágica, de Thomas Mann, a quién le importa dónde lo leas.​

—¿Hay crisis en la industria del libro?

No. Yo creo que hay crisis en lugares puntuales. En Argentina hay crisis en el mercado del libro, pero no hay una crisis del mercado del libro. Hay una crisis económica que afecta el mercado del libro. Cuando en un país se atraviesa una crisis como la que atraviesa Argentina desde hace varios años, se venden menos libros, como se ven menos películas, como se reducen los gastos relacionados con la cultura y el entretenimiento. La gente restringe sus gastos porque no hay más remedio. La gente se protege. A España le pasó lo mismo. Pasada la crisis, España tiene años en los que sube la venta de libros y años en los que baja. Si sube y baja, no hay crisis. Hay crisis si baja todos los años. Creo que hay también un cambio de hábitos. Hay ciertas cosas que pueden afectar el hábito de la lectura, como Netflix, porque lo que se ofrece ahí tiene calidad y por lo tanto te saca horas. A mí me saca horas, porque lo que ves ahí tiene un nivel literario. Apareció la radio, apareció el cine, apareció la televisión y el libro sobrevivió. No, el libro no está acosado.

​LVC​


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