En el museo del Louvre hay un cuadro de Watteau que inspiró al cineasta Robert Bresson para filmar Al azar de Baltasar, una de las películas más influyentes en la historia del cine occidental. La pintura de Watteau se llama Gilles o El Pierrot y hay en ella, al centro, un triste personaje vestido con un traje blanco y muy brillante, a la manera de la vieja comedia del arte callejero italiano. Lo importante de la pintura, sin embargo, estriba en que detrás de este comediante tan llamativo está el auténtico protagonista de la pintura: un burro. El jamelgo nos mira furtivo, con un ojo brillante y negro en torno al cual gira un mundo que al pintor le resulta chocante.
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En Al azar de Baltasar Bresson retoma la idea de este burro espectador. Para ello construye una historia de amor y crimen circunscrito a un pequeño pueblo que simbolizaba en aquel tiempo a la convulsa Francia de los años de 1960. En Eo (disponible en MUBI) el polaco Jerzy Skolimowski lleva esta idea hasta el siguiente nivel.
El viaje del burro que da nombre a la película va más allá de un pueblo. El animal viaja en este siglo por un continente desencantado. Es importante aclarar que Eo no es “cine de animalitos”. Su naturaleza subversiva está más cerca de Lars von Trier que de Disney. Además, Skolimowski tiene la inteligencia de seguir a Bresson solo en espíritu. Las secuencias son muy distintas si bien hay un par de ellas en que el director polaco ha querido mostrar explícitamente todo lo que, en tanto artista, le debe tanto a Bresson como a Watteau: una mirada que le permite un juicio que se aproxima a los exaltados discursos de Coetzee en su novela Elizabeth Costello y que puede resumirse así: sin cariño hacia los animales y la naturaleza no podemos respetar a la humanidad.
Tanto el final de Al azar de Baltasar como el de Eo son similares en contundencia: el burro que ha representado la pureza de quien todo lo aguanta y todo lo carga no puede más. Skolimowski, como sus antecesores, ha sabido explotar el simbolismo del burro que resulta sabio justamente por su silencio. El anhelo de volver a ver a Colombina, que es en ambas películas una hermosa muchachita que ha cuidado al burro desde que nació hasta que, por circunstancias relacionadas con el mal en el mundo tuvo que separarse de él, también se discute en ambas historias. Ella es como un espíritu incapaz de levantarse contra el estado de las cosas, contra el desconcierto de un espíritu que no sabe qué hacer ante el crimen, el tráfico de personas y la crueldad hacia los más débiles que son, también, los animales. En Eo, la amada Colombina es una acróbata que lo cuidó desde que nació hasta que, por una resolución judicial, se prohibió en Polonia el uso de animales circenses.
Con este acto comienza el largo trayecto de un jamelgo que ha perdido el sentido de existir y, sobre todo, ha perdido a la única persona que lo amó. Eo cuenta una historia cósmica y apasionante. Atrapa desde la primera secuencia y mantiene en todo momento la tensión, tanto por sus imágenes desconcertantes como por el onirismo que ofrecen la fotografía, la iluminación y las actuaciones además de un par de hechos sobrenaturales que conducen al animal a un clímax que tal vez represente a la escalera de Jacob, este lugar en que se unen la tierra y el cielo. Sobran razones para justificar el premio del jurado en Cannes: Skolimowski ha creado una obra sin fórmulas; arte visual que se mide con nombres de la talla de Bresson o Watteau.
Eo
Jerzy Skolimowski | Polonia, Inglaterra, Italia | 2022
AQ