Erick Baena Crespo: “La crónica es literatura; discutir eso me parece algo bizantino”

Entrevista

En entrevista con Laberinto, el autor de 'El relámpago y la bala' habla, entre otras cosas, de su fascinación por el arte de contar historias.

Erick Baena Crespo afuera de la vecindad en la que creció, en la colonia Santa María la Ribera. (Foto: Marisol Cid)
Silvia Herrera
Ciudad de México /

Si bien la violencia es una especie de hilo conductor de las “crónicas furiosas” reunidas en El relámpago y la bala (UAM - Producciones El salario del miedo, 2022), primer libro de Erick Baena Crespo, en realidad el autor no se regodea en ella. En todo caso, lo que el lector encontrará son retratos de personajes que lo sorprenderán por lo inusitado de sus profesiones. Hay un embalsamador, un limpiador de escenas de crimen, una doctora de muñecas, un pintor sordo, la guardiana de la Santa Muerte, un detective.

En conversación para Laberinto, Bena Crespo ahonda en su interés por la crónica y cómo se gestaron estas historias.

—Hay escritores que saben desde el principio que quieren ser poetas o novelistas, ¿tú te viste siempre como cronista?

No, la crónica fue el género al que llegué al último; yo comencé en los suplementos Brújula y Laberinto de MILENIO. Creo que en el periodismo la crónica es el género más difícil y haber tenido experiencia previa en la entrevista me preparó para la crónica.

Mi labor como periodista y como autor de este sello, Producciones El salario del miedo, que congrega muchos cronistas, ha sido muy sui generis. Hay muchos casos de gente que se preparó como reportero, pero en mi caso he estado más apegado a la labor de edición y corrección, y ahora como escritor fantasma. La crónica entonces fue un género al que me había resistido llegar, pero desde hace diez años, cuando estuve como becario en la Fundación Prensa y Democracia de la Ibero, ahí me formé en la crónica con Sergio Rodríguez Blanco y luego vinieron muchos talleres pequeños con gente como Julio Villanueva Chang. Ahí fui preparando proyectos exclusivamente para la crónica.

—Se ha señalado que la crónica tiene que ver ante todo con la memoria, ¿estás de acuerdo?

Citando un famoso salmo: “Yo atravesé un valle de sombra y muerte”, me vi obligado después de la pandemia y de la escritura de la crónica “Historia íntima de un suicidio”, que ganó el premio de periodismo Gonzo en 2020, a escribir también una parte desde el yo, que es como hablar un poco de la memoria. Al reportear sobre la vida de este joven suicida, fui muy afortunado al conseguir sus diarios, tener contacto con su familia y reunir todos los materiales para construir una crónica. Yo la reporteé a finales del 2019 y cuando empezó la pandemia también comencé la fase de la escritura; me dio tiempo de escribirla en el encierro y esa situación me llevó a una especie de reconciliación conmigo mismo. Eso de hablar desde la primera persona, yo siempre lo vi como un recurso castigado del periodismo.

A mí me interesaba hablar de los otros y en esa historia, pensando en la estructura y en el tono, al final decidí contar cómo había conocido esta historia, que también fue en un momento de crisis de vocación y emocional que me hizo identificarme con el personaje y pensar en el suicidio, pero no como un acto real, sino como si estuvieras en un rincón oscuro. Ahí me dije que el uso del yo sí está justificado y sin duda también la memoria. Y cuando se reunieron todas las crónicas, el profesor Vicente Francisco Torres, de la UAM Azcapotzalco, me hizo notar que más que perfiles, el libro estaba atravesado por la violencia y me preguntó por qué me interesaba la violencia y cómo la había vivido. Al principio no supe qué responder e hice como una labor de autodescubrimiento y cuando estaba trabajando el manuscrito con J.M. Servín, mi editor, le dije que valía la pena hacer una crónica introductoria en la que yo hablara de mis orígenes en los que viví la muerte de uno de mis amigos y me alejé de ese lugar para salvarme. Y también cabe mencionar cierta madurez. Pasando los treinta años y comenzar a vivir otras experiencias, te va haciendo valorar las cosas y regresar a la memoria y escribir desde el yo. Me gusta saberme parte de una tradición en la que también cabe Sergio González Rodríguez, quien me ha influido mucho y supo volver literatura una experiencia traumática.

—¿Tuviste algún conflicto para equilibrar el periodismo y la literatura?

Cuando estudié Comunicación no sabía que me iba a convertir en periodista. Llegué al periodismo motivado por la literatura; al periodismo cultural llegué pensando en reunir las herramientas necesarias y en tener acercamiento con escritores. Yo quería escribir ficción, y de hecho lo hago, pero todavía soy escritor de ficción de clóset aunque tengo mis proyectos.

Yo llegué al periodismo viéndolo como una herramienta de la ficción. Yo me decía. “Aquí voy a estar en contacto con escritores, voy a entrevistarlos y voy a conocer los trucos y demás”. Luego me di cuenta en el camino que en realidad había un maridaje, que el periodismo narrativo era literatura. Desde que comencé a escribir crónica me propuse verla como literatura, sin ser irrespetuoso con toda la parte del oficio, de la técnica. Estoy totalmente convencido de que si no apostamos por las historias bien contadas, por darle una carga literaria a cada crónica vamos terminar contando una historia que quizá no logre atrapar a los lectores. Para mí la crónica es literatura y a estas alturas discutir eso me parece algo bizantino.

—Hablando de tu libro, sí están las cuestiones de la violencia, pero yo prefiero verlo, ya lo dijiste, como un libro de perfiles porque los personajes que presentas son poco comunes, como el embalsamador o la doctora de muñecas.

Cuando empecé a escribir crónica estaba en la Fundación Prensa y Democracia y teníamos todo el tiempo para hacer un proyecto; la mayoría se iba por aspectos personales. Yo desde el principio tuve el tema de la muerte muy presente y pensé en los oficios alrededor de ella como para hacer una serie que salió de alguna manera a trompicones. Mi primera crónica que se publicó en MILENIO fue con el pionero de la tanatología en México; era una persona ya grande y falleció a mitad de la crónica. La última fue la del embalsamador.

A mí lo que me mantiene viva la llama de los temas no es la coyuntura, sino la curiosidad que me lleva a temas raros. Esa vez se acercaba el día de muertos y le propuse a José Luis Martínez S. el tema del embalsamador. Le habían hecho un video en Canal Once y yo me acerqué a él y le pregunté sobre su oficio, pero también me interesó porque toda la familia se dedicaba a eso. Al final lo interesante es que no se ve desde lo mórbido, sino que él les habla a los muertos para que se aligere el rigor mortis; eso me pareció un aspecto humano. Eso fue lo que hice, acercarme desde el aspecto humano.

—Pero además de las influencias literarias, también diría que hay influencias televisivas y de cine. Por ahí citas a Nic Pizzolatto, creador de la serie True Detective, además de que el limpiador de escenas del crimen nos lleva a Pulp Fiction.

Cuando escribí estas crónicas seriadas, yo estaba estudiando guionismo en el Centro de Capacitación Cinematográfica y sin duda alguna las herramientas que aprendí empezaron a influir en la escritura de esas crónicas. Ahorita que mencionas lo de los personajes, yo quería homenajear al género de detectives y aparece una crónica que tiene a uno como personaje. En ese momento leíamos El complot mongol y vimos la adaptación que se hizo; discutíamos sobre la complejidad de adaptar un libro a la pantalla.

A estos personajes no llegué por haber visto una serie o una película, simplemente nació de la curiosidad neurótica que tengo. Con el que limpia las escenas, yo me acerqué a él pensando encontrar a un tipo sombrío, que a lo mejor tenía un gusto por el cine gore, pero eso algo muy noble que tiene la crónica, que te va rebasando tus prejuicios. Descubres que los personajes son humanos; yo esperaba alguien estrafalario y al final me encontré con un padre de familia que tiene una especie de mística por su oficio. Yo quería saber también qué hacía en su tiempo libre, que hacía para desprenderse de todo el dolor.

El relámpago y la bala. (Producciones El Salario del Miedo)


AQ

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