Ernesto Cardenal en las orillas de la lengua

Literatura

El legado del poeta y sacerdote, fallecido el pasado 1 de marzo, se antoja impreciso sin su esfuerzo por traducir e incorporar los recursos del idioma inglés.

Ernesto Cardenal murió el pasado 1 de marzo de 2020. (Foto: Octavio Hoyos | MILENIO)
Álvaro Ruiz Rodilla
Ciudad de México /

6 de marzo de 2020. La caída del sol en el lago de Nicaragua acaba de clausurar un capítulo definitivo de la vida de Solentiname. Esa mañana, habitantes y familiares han enterrado, en el túmulo de piedra en honor a los guerrilleros caídos, los restos del padre Ernesto Cardenal. La ceremonia fue íntima y breve por miedo a más profanaciones del sandinismo oficial, cuyos esbirros entraron a interrumpir la misa de cuerpo presente en la catedral de Managua. Ahora las cenizas de Cardenal vuelven a su tierra prometida, a las islas hoy en boca de todos y antes abandonadas al oleaje mínimo del olvido, donde vio el paraíso y sentó las bases de su credo humano y poético.

El mundo lo recuerda: en 1966 Cardenal da origen a una comunidad utópica, o “un monasterio laico”, que funde la espiritualidad religiosa y la poesía, el arte y la revolución, la experiencia contemplativa y la vida comunal. Desarrolla talleres de poesía y pintura. Reúne fondos para construir una escuela y una iglesia en la que organiza lecturas colectivas y comentadas del evangelio con los habitantes isleños, en su mayoría campesinos y pescadores. Empiezan a gestarse páginas primordiales de la Teología de la Liberación, integradas en El evangelio en Solentiname que recoge aquellas lecturas en diálogo, y con ellas la conciencia histórica que desemboca en la revolución sandinista de 1979. Una más que acabará siendo una revolución traicionada.

Más allá de su papel como sacerdote, poeta, revolucionario y ministro de Cultura del primer gobierno sandinista, una de las claves para entender el legado cultural y humano de Ernesto Cardenal es el afán por traducir y descubrir nuevos mundos, por traer a las aguas de su idioma los recursos de otra lengua, así puedan servir a fines revolucionarios. En 1949, otro poeta nicaragüense de la vanguardia, maestro y primo de Cardenal —21 años mayor que él—, publica en Madrid un conocido Panorama y antología de la poesía norteamericana. En él, José Coronel Urtecho, su autor, traza una historia de la poesía estadunidense desde la Colonia hasta la New Poetry, que recalca el proceso lento y discontinuo de independización de Norteamérica frente a Europa. Esta “liberación de lo europeo” remite a la “imaginación colonizada”, yugo del cual debe emanciparse también la literatura hispanoamericana para ser moderna —según la lectura de Jean Franco— y cuya cúspide de irradiación creativa ya libre de todo molde encorsetado, o mejor dicho ya liberada al fundir todos los moldes en una síntesis americana, alcanza el modernismo de Rubén Darío. El otro aspecto de esta poesía norteamericana en el que insiste Urtecho es la corriente oceánica de Whitman que luego crece en varios afluentes: la tendencia a democratizarse y acercarse “al alma americana individual y colectiva”. Una poesía que “tiende a ser un arte popular que sirve de expresión, no solo a los poetas superiores sino a una creciente mayoría de seres humanos”. Pronto llegará el momento —“ese día se está preparando”— en el que la poesía integre y comulgue cada vez más con la sociedad. La parte antológica abarca 46 poetas, desde William Cullen Bryant y Longfellow hasta Hart Crane y Muriel Rukeyser, pasando por los imprescindibles: Poe, Whitman, Dickinson, Frost, Lee Masters, Sandburg, Vachel Lindsay, Pound, H. D, Wallace Stevens, T. S Eliot, E. E. Cummings, Marianne Moore, Archibald Macleish, William Carlos Williams y Langston Hughes, por solo mencionar algunos.

El poeta y traductor Ernesto Cardenal (Foto: María Secco)

Unos años después de esta antología, Urtecho invita a colaborar a Cardenal: la lista se extiende y aparece un volumen de 500 páginas en Aguilar en 1963. La importancia de esta labor de traducción al alimón no es menor: a través de ella los nicaragüenses repiten la fórmula dariana de expropiación creadora. En lugar de nacionalizar, o mejor dicho continentalizar, la poesía simbolista y parnasiana, como hizo el modernismo, traen a las aguas de la lengua poética hispana el énfasis en lo ético en detrimento de lo estético, el ímpetu por democratizar, empeñarse en el glosario común de la vida real y no en el de la literatura, buscar la imagen concreta y concentrada en un lenguaje claro y sin ornatos. “Traduciendo con Coronel Urtecho esta poesía fue como surgió entre nosotros el término ‘Exteriorismo’, con el que queríamos designar la tendencia predominante en ella, y que era lo que más nos gustaba. […] La poesía de la realidad exterior, objetiva o concreta, había existido desde Homero, incluyendo la poesía bíblica, la china y japonesa, el Romancero y La divina comedia”, apunta Cardenal. Esa poesía exteriorista tiene cauces afines: la llamada poesía conversacional y la antipoesía —en referencia a Nicanor Parra y sus Poemas y antipoemas (1954)—. Los orígenes de éstas son “la otra vanguardia”, la que según José Emilio Pacheco se inicia en el año milagroso de 1922 cuando se publica en México El soldado desconocido de otro nicaragüense bilingüe y en contacto con la poesía angloamericana: Salomón de la Selva —sin obviar el papel de Novo y Henríquez Ureña en la transmisión del canon angloamericano—. Acaso el exteriorismo también representa, además del apego fiel a la poesía objetiva y concreta, la voluntad histórica hispanoamericana de buscar nuestros recursos poéticos en el exterior. Traer de los mares extranjeros el barro y la paja, la arena y la sal, y mostrar a todos las carabelas y el cargamento sin ocultamiento.

Una edición ampliada de la Antología de la poesía norteamericana de Urtecho y Cardenal casi pasa desapercibida en 2016 (Siglo XXI editores). Los agregados son los poetas de la Beat Generation, poemas satíricos de H. L. Mencken, las últimas palabras de Vanzetti ante la corte y tres poemas del místico Thomas Merton. Sobra decir que el poeta y sacerdote con el que estuvo Cardenal como novicio en el monasterio de Getsemaní (1957-1959) tiene incontables semejanzas con el nicaragüense. Ambos estudian en Columbia, aunque no se conocen ahí, y ambos deciden, en pleno desarrollo de su labor intelectual, orientarse a la vida monástica. Merton descubre en un libro de filosofía medieval la palabra “aseidad”. También lee en Ends and Means de Huxley, un alegato contra la guerra, la posibilidad de establecer comunidades pacíficas y ascéticas para destruir la “prevaleciente obsesión por el poder y el dinero”. Sus libros pronto se volverán bestsellers y sus Treinta poemas (1944) aparecen en New Directions, la editorial que ha publicado a Pound y a William Carlos Williams. Cardenal, por su parte, aprende a disparar en las montañas y participa en la rebelión de 1954, cruelmente reprimida por Somoza. Luego presencia la boda de su amada (“Ileana: la Galaxia de Andrómeda,/ a 700 000 años luz, que se puede mirar a simple vista en una noche clara,/ está más cerca que tú”) con un protegido del dictador; hay un gran bullicio de sirenas por la avenida Roosevelt hacia la Catedral. Ante la visión sobrepuesta de Dios y el Dictador, Cardenal decide recluirse en Getsemaní.

La llegada de otro poeta al monasterio es un bálsamo para Merton y también una vuelta al telescopio oscuro del mundo. Un adelanto, publicado en México en 1957, del poema político de Cardenal de Hora 0 (1960) le revela los horrores de la United Fruit Company en las “Noches Tropicales de Centroamérica/ con lagunas y volcanes bajo la luna/ y luces de palacios presidenciales,/ cuarteles y tristes toques de queda”. Luego de estas lecturas, Merton será el primero en traer a las aguas de la lengua inglesa la poesía de Cardenal. Su interés por América Latina se vivifica: percibe en las comunidades indígenas un posible modelo para implantar sociedades no violentas, contemplativas. Ha establecido una nutrida correspondencia no solo con Cardenal desde 1959, sino con Nicanor Parra, Pablo Antonio Cuadra y Victoria Ocampo, de quienes, entre otros más (como César Vallejo), integra traducciones en su libro de poemas Emblems of a Season of Fury. “Así que, ya ves, estaréis todos vosotros incluidos en un libro que será casi una obra colectiva”, le escribe Merton a Cardenal. El comentario de Victoria Ocampo, en otra carta a Merton, de que en Estados Unidos solo se conoce a Borges también contribuye a arraigar en él la determinación por resarcir la arrogancia imperial. Emblems, un libro plagado de preocupaciones políticas y humanistas que denuncia los horrores del siglo XX, aparece en 1963, el mismo año que la gran antología de Urtecho y Cardenal.

Tanto en Merton como en el nicaragüense la traducción apunta a un blanco ideológico; es parte cabal de la experiencia de cambios vitales y políticos que conducen a una sociedad de paz. “Por esa época en que viví en el monasterio —apunta Cardenal—, Merton estuvo haciendo una profecía: que un día se unirían las dos Américas, pero no con una unión basada en la dominación de la una sobre la otra, sino una unión fraterna. Espero que este libro [la antología] en alguna medida contribuya a ello”.

No cabe duda de que las dos Américas fraternales encarnaron en Merton y Cardenal; también en un frío monasterio de Kentucky y en las ensenadas solares de Solentiname.

ÁSS

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