Rebeldía y terquedad, el equipaje de una niña indígena que no aceptó un rol impuesto

Entrevista

En Los sueños de la niña de la montaña, Eufrosina Cruz escribe sobre cómo la vida la llevó, desde pequeña, a luchar por los derechos de las mujeres.

Eufrosina Cruz, activista por los derechos de las mujeres y niñas, desde 2021 diputada federal. (Foto: Avelina Cruz)
Ciudad de México /

Levantarse a las tres de la mañana, desgranar elotes, hacer tortillas, alimentar a los animales, juntar leña y ser la última en ir a dormir. Así es la vida impuesta a millones de mujeres indígenas, como Eufrosina Cruz, mujer zapoteca que vivió hasta los 12 años en Santa María Quiegolani, un municipio ubicado en la región sur de la Sierra de Oaxaca. Fue la primera mujer indígena en presidir el Congreso de Oaxaca y actualmente es diputada federal.

Cuando Eufrosina conoció a Joaquín, su maestro de primaria, empezó a cuestionarse sobre las actividades que tenía asignadas por su condición de mujer y, al mismo tiempo, empezó a desarrollar curiosidad por otras formas de ser y hacer.

“Me enseñó a rebelarme. Me enseñó que no era malo jugar con canicas, brincar, que eso no significaba olvidarme de mi identidad como niña indígena, sino que también esa niña indígena podía jugar y podía hacer tiros precisos con las canicas, igual que hacía tortillas”.

En el libro Los sueños de la niña de la montaña (Grijalbo, 2022) Eufrosina Cruz narra la historia de aquella niña que no estaba dispuesta a casarse a los 12 años. La terquedad, la rebeldía y la persistencia fueron las armas de la lucha de una mujer indígena que no aceptó el rol que le habían impuesto.

“Cuántas veces nos han dicho: ‘estás loca, cómo te atreves a soñar, eso no es para ti’. Cuántas veces nos han dicho a las mujeres: ‘tu lugar es en la cocina, en lo privado, tu lugar es cuidar a los hijos’. Y no es cierto. Nos toca hacer lo que nosotras decidamos y de eso hablo en este libro”.

En el texto Eufrosina cuenta cómo salió de su comunidad, con una caja llena de sueños. Si hoy compartiera lo que llevaba en esa caja con otras niñas y mujeres podrían encontrar ahí dos reflexiones: “La primera sería que se atrevan a desafiar lo que la cotidianidad les está dictando en estos momentos: hacer la tortilla o servir a sus hermanos. Que se rebelen a esas circunstancias”.

La segunda no sería para ellas sino para la sociedad: “Se tiene que reaprender a ver a las mujeres y a las niñas indígenas, porque desde la mirada de la sociedad se nos ha visto como víctimas, como jodidas, como mujeres devaluadas. Se tiene que reaprender a ver a las mujeres y a las comunidades indígenas como posibilidades. No como causas, no como investigación, no como estadística, sino como poblaciones con posibilidades grandes de ser ellas y de definir sus rutas”.

Eufrosina camina en Santa María Quiegolani. (Foto: Gregory Bull | AP)


Una mujer que arrebató a la vida su libertad

Entre los 16 y los 17 años Eufrosina Cruz se convirtió en instructora comunitaria. Quería seguir los pasos de su maestro, cuya homosexualidad —recuerda— descubrió después de algunos años. Por eso, dice en el libro, “defendía su libertad”. Ella también quería impactar en la mente de niñas y niños indígenas: “romper la monotonía y los paradigmas culturales de estas comunidades”.

Eufrosina ha recorrido largos caminos desde su partida de Santa María Quiegolani: ha sido maestra en localidades como Chayotepec o San Carlos Yautepec, fue la primera mujer indígena en presidir el congreso de Oaxaca, ha sido diputada local y, actualmente, federal.

Hoy Eufrosina dice ser “una mujer que arrebató a la vida su libertad, su conciencia. Una mujer que ha asumido su obligación y su derecho, pero que también ha fracasado. He batallado en la vida. Una mujer sobreviviente de cáncer”.

Sin embargo también reconoce que salir de sus comunidades no es siempre la solución, sino consecuencia de una violencia sistémica que ha obligado a miles de indígenas a dejar sus territorios.

“A esas mujeres que hoy están en una disyuntiva les diría que si deciden quedarse en sus comunidades no es malo. Que no permitan que abusen sobre nuestra identidad, que cometan violencia y que digan que es normal. No es normal la violencia. Nuestra cultura es otra cosa, nuestra cultura es nuestra lengua, nuestra vestimenta, nuestra forma de organizarnos. Pero no la violación a nuestro derechos humanos como mujeres. Eso se tiene que gritar, eso se tiene que visibilizar”.

Rumbo al 8 de marzo, Eufrosina se detiene a pensar sobre esta fecha. La considera un recordatorio del extenso camino por recorrer, un indicio de que la lucha sigue y se mantiene en resistencia. Un día que también nos hace reconocernos como aliadas, dice: “que la sororidad sea real, efectiva”.

Otra reflexión importante para Eufrosina alrededor del 8M es sobre las mujeres que ya no están “y a las que el sistema no les ha hecho justicia. También eso es el 8 de marzo, decir que no nos hemos olvidado de ellas y que vamos a seguir pronunciando su nombre hasta que la violencia deje de ser costumbre”.

La caja de Eufrosina se sigue llenando, hoy tiene algunos mensajes para esa niña rebelde. Uno de ellos es para decirle “que fue muy valiente, que la admiro y la quiero un chingo”. Pero también tiene un mensaje de ayuda, “para que nunca más en este país una niña se tenga que casar”.


AQ

  • Patricia Curiel
  • patricia.curiel@milenio.com
  • Estudió Comunicación y Periodismo en la UNAM. Escribe sobre arquitectura social y el trabajo de las mujeres en el campo de las artes. Cofundadora de Data Crítica, organización de investigación periodística que produce historias potenciadas por análisis de datos.

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