Bradbury y Truffaut: historia de una obra maestra del cine

Cine

El escritor y el realizador se guardaban una profunda admiración; sin embargo, uno de ellos no quedó satisfecho con la adaptación de Fahrenheit 451.

Fotograma de una de las versiones cinematográficas de 'Fahrenheit 451', dirigida por François Truffaut. (Vineyard Film)
Alejandro Acevedo
Ciudad de México /

Si se trataba de opinar sobre la adaptación de sus obras, Ray Bradbury podía ser muy sincero: “La interpretación de Rod Steiger en El hombre ilustrado (Jack Smight, 1969) me gustó, pero el guión es malo”. Y cuando en 2004 Michael Moore lo homenajeó titulando Fahrenheit 9/11 a su exitoso documental sobre la caída de las Torres Gemelas, Bradbury, conservador empedernido, reaccionó con molestia. Por ello resulta creíble la opinión de Bradbury respecto al trabajo cinematográfico que François Truffaut realizó sobre Fahrenheit 451:

“Qué raro es para un escritor entrar a una sala de cine y ver su propia novela fiel y excitantemente contada en la pantalla —se leía en el telegrama que Bradbury le envió a Truffaut en agosto de 1966—. Usted me ha devuelto el regalo de mi propio libro traducido a un nuevo medio conservando el alma del original. Estoy profundamente agradecido”.

A quien la película Fahrenheit 451 no dejó completamente satisfecho fue a Truffaut. El arranque fue prometedor, pero después de un par de años de conversaciones y retrasos los productores abandonaron el proyecto. Fueron los productores estadunidenses y británicos quienes se interesaron en Fahrenheit 451. Sin embargo, las condiciones de filmación no fueron ideales. Para empezar, Truffaut debió trabajar por primera vez fuera de Francia y utilizar una lengua que no dominaba.

Y fue en los estudios Pinewood de Londres donde Truffaut tuvo un sinfín de desacuerdos con el actor austriaco Oskar Werner, quien opinaba sobre el guión como si fuera el productor. Se cuenta que Werner trató de sabotear la filmación y que, en ocasiones, Truffaut debió utilizar al doble del actor como protagonista mientras a Werner se le pasaba el berrinche.

A la pésima relación del director con el actor que interpretó a Guy Montag (el bombero que dejó de quemar libros cuando descubrió la poesía) se sumó el hecho de que a Truffaut no se le ocurrió tratar a los libros como personajes, como seres vivos. “La cámara debió seguirlos hasta su total consumación, hasta sus cenizas”. Truffaut buscaba la causa de sus sinsabores pero el error no estaba allí. La sensación que nos queda a los espectadores es la perseguida por Bradbury: tristeza y desconcierto ante el abrasamiento libresco. Una de las escenas climáticas del libro y de la cinta de Truffaut es aquella en la cual una anciana esconde una biblioteca en su casa, extasiada y sonriente y junto a sus gatos. “Debo decirle con franqueza ahora que ha terminado nuestra larga y común aventura de Fahrenheit 451 que fue excitante, pero a menudo me sentí apabullado por el alcance del proyecto. Quizá fui muy ambicioso y temí que mi esfuerzo y talento no fueran iguales a los de su trabajo”. Así respondió Truffaut al telegrama de su admirado escritor estadunidense.

La idea de Bradbury es hasta el día de hoy fascinante. Convertir la imagen de un libro quemado en una idea aplicable a muchos momentos históricos marcados por la represión y la censura sigue siendo un extraordinario hallazgo literario.

Los dictadores y los censores han quemado bibliotecas enteras. Bradbury tenía 15 años cuando se enteró de una quema de libros en las calles del Berlín nazi. ¿Cómo entendió ese hecho el adolescente a quien ya le apasionaban los libros? Este hecho se convirtió en la semilla de Fahrenheit 451, escrita durante la cacería de brujas de Joseph McCarthy, uno de los más implacables censores de Estados Unidos.

¿Para cuánto da el punto de partida de esta novela? Da para muchas adaptaciones. En 1979 se estrenó en un teatro de Los Ángeles una adaptación dramática de Fahrenheit 451, escrita por el mismo Bradbury, quien incluyó algunas ideas de la cinta de Truffaut.

La BBC ha difundido varias adaptaciones televisivas y radiales.

Y en 2009 apareció una novela gráfica ilustrada por Tim Hamilton en la que participó el mismo Bradbury que, además, escribió la introducción.

La historia de Fahrenheit 451 es espléndida en su sencillez formal y pródiga en significados. Puede ser entendida como la denuncia de una tecnología alienante. Contiene frases impactantes como “la gente es infeliz porque lee”. Y, claro, hay una historia de amor, una toma de conciencia por la vía del romance. Alguien resumió así el episodio. Una noche como cualquiera, Guy Montag, un bombero que disfruta de su trabajo y del olor a queroseno, está de regreso a casa cuando se encuentra a Clarisse. Este primer encuentro marcará un punto de inflexión en la vida de Montag, que empezará a cuestionarse su realidad a raíz de las reflexiones de Clarisse, que habla sobre una época pasada en la que los bomberos apagaban fuegos, no se veía televisión y se disfrutaba del rocío de la mañana.

Cuenta el ilustrador Tim Hamilton que para la adaptación de Fahrenheit 451 evitó ver la película de Truffaut por miedo a que influyera en las imágenes que tenía en mente para su cómic. En cambio, Tim Hamilton revisó carteles art deco y afiches de la Rusia soviética. Y si en un principio la pensó en blanco y negro, pronto comprendió que lo que requería su historia visual era el contraste de gélidos azules contra los rojos y amarillos del fuego.

¿Hacía falta una adaptación más? En 2018, HBO realizó una versión cinematográfica; la dirigió Ramin Bahrani. No sabemos si era necesaria pero la crítica no la elogió.

Seductora y abierta a diversas interpretaciones relacionadas con la censura y el control, Fahrenheit 451 se erige como una de las grandes novelas ideológicas de todos los tiempos. ¿Es el gobierno el gran censor? ¿Es el pueblo que acusa al pueblo el principal represor? ¿Son las enormes y planas pantallas de televisión las que gobiernan?

“Hay muchas maneras de quemar un libro —comentaba Bradbury—. Una de ellas consiste en no leerlo”. Y hay muchas formas de reivindicarlo. François Truffaut, quien fue un gran amante de los libros, comentó en una entrevista que “Fahrenheit 451 es un homenaje a las tretas. ¿Que los libros están prohibidos? Pues nos los aprendemos de memoria. El libro es el medio ideal de resistencia”. Bradbury descubrió cómo ponerle el mejor punto final a su novela creando a los “hombres-libro”. “Eso sí que es ser ingenioso”, concluyó François Truffaut.

ÁSS

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