Fascismo contemporáneo: la advertencia de Albright

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La ex secretaria de Estado estadunidense analiza la trayectoria de algunos líderes del siglo XX y los puntos en común de sus plataformas ideológico–políticas.

En la Ópera Kroll de Berlín, asistentes dan a Hitler el saludo nazi durante el himno nacional, el 9 de octubre de 1935. (Foto: Shutterstock)
Iván Ríos Gascón
Ciudad de México /

Uno de los mejores libros de 2018 fue Fascismo. Una advertencia, de Madeleine Albright, un escrupuloso ensayo histórico en el que la secretaria de Estado durante el segundo periodo de Bill Clinton en la presidencia de Estados Unidos (1997–2001), analiza la trayectoria de los líderes fascistas del siglo XX y los puntos en común de sus plataformas ideológico–políticas.

Escrito con claridad y sin ambages, conforme avanza la lectura de Fascismo… es imposible no comparar esos relatos de poder y decadencia con las doctrinas, estrategias y directrices de algunos regímenes contemporáneos. El resultado es demoledor. El fascismo, o muchos de sus rasgos, sigue presente en la política mundial, porque su principal poder de penetración germina en el descontento, la desilusión, la ira, el miedo o el dolor de un electorado hambriento de justicia, venganza o desagravio, o urgido de una retribución a toda costa (señala Albright: “A diferencia de la monarquía o de una dictadura militar impuesta desde arriba, el fascismo obtiene energía de los hombres y las mujeres que están descontentos por una guerra perdida, un empleo perdido, el recuerdo de una humillación o la idea de que su país está en declive. Cuanto más dolor haya en la base del resentimiento, más fácil le resultará a un dirigente fascista obtener seguidores, sea incentivándolos con una mejora futura o prometiendo la devolución de lo robado”).

Albright repasa el camino de Benito Mussolini (de su movimiento proviene el término fascismo, derivado del fasces, un manojo de varas de olmo atadas a un hacha que era símbolo de poder de los cónsules romanos y que los fascistas adoptaron como metáfora de la unión del pueblo), de Hitler y el Tercer Reich, de Stalin y los bolcheviques (que significa “la mayoría”), y también se ocupa de Milošević en Yugoslavia, de Franco en España, Salazar en Portugal, Chávez en Venezuela, Erdogan en Turquía y, así, sigue el hilo de gobernantes y gobiernos: la Rusia de Putin, la Hungría de Orbán, la Polonia de Kaczyński.

Por supuesto, en esta peculiar historia hay más personajes y tramas y entrecruzamientos, y al final reflexiona sobre las conquistas y quebrantos de la democracia estadunidense antes y durante la presidencia de Donald Trump, quien hizo (hace) eco de argucias fascistas como el mitin–espectáculo y la demagogia de la supremacía, el nacionalismo y la resurrección del imperio; el odio antiinmigrante; la virulenta descalificación de voces críticas (fake news si se trata de medios, haters si son usuarios de redes sociales); la condena de los funcionarios incompetentes o ladrones (léase corrupción) que impusieron a Estados Unidos una carga económica desventajosa en el plano internacional. En suma, el análisis no es alentador, así que, como el subtítulo propone, la advertencia debe tomarse en serio: el fascismo recorre el planeta embozado en el maniqueísmo de elitistas versus populistas, liberales v.s. conservadores o derecha contra izquierda, aunque, aclara Albright:

“La mayoría de los movimientos políticos de una cierta entidad son populistas en algún sentido, pero eso no los convierte en fascistas o intolerantes. Cualquiera que sea su propósito, limitar la inmigración o ampliarla, censurar al Islam o defenderlo, promover la paz o actuar en pro de la guerra, todos son democráticos, habida cuenta de que los objetivos que tratan de alcanzar se valen de medios democráticos. Lo que convierte un movimiento en fascista no es la ideología, sino su disposición a hacer todo lo que sea preciso —utilizando incluso la fuerza y pisoteando los derechos de los demás— para imponerse y exigir obediencia”.

Estados Unidos acude a las urnas en noviembre. Qué bien le caería a sus ciudadanos repasar el libro de Albright aunque, a decir verdad, todos deberíamos poner las barbas a remojar.

AQ | ÁSS

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