Fé en las erratas

Toscanadas | Nuestros columnistas

Algunos errores son horrores, pero otros, todo lo contrario.

Hay erratas que se disculpan como meros dedazos. Otras son más graves porque parecen venir de la ignorancia. (Foto: Aaron Burden | Unsplash)
David Toscana
Ciudad de México /

Por supuesto, el título tiene una errata. En mal latín, decimos errata en singular, no erratum.

Algunas erratas duelen más que otras, pues hay las que se disculpan como meros tropiezos o dedazos, por ejemplo, escribir “algunas presonas”. En cambio, otras son más graves porque parecen venir de la ignorancia: “Hasta que no lo hallas terminado” o bien, “a ver si hayas el reloj que perdiste”. Y ni se diga el famoso “haber” por “a ver”.

Al respecto, dichoso fue Stefan Zweig, que escribió en El mundo del ayer: “No recuerdo, haber encontrado en treinta años una sola errata en ninguno de mis libros… todo, hasta el detalle más insignificante, tenía la ambición de ser ejemplar”.

Un periódico soviético publicó una carta dirigida a Stalin. Sin embargo, por una errata, el texto iba dirigido a “El Comandante de Mierda”. Se cuenta que el jefe máximo mandó ejecutar a los editores del periódico.

En La experiencia literaria, Alfonso Reyes cuenta tres accidentes afortunados con las erratas. Mencionaré aquí dos de ellos.

En su célebre poema “El sol de Monterrey”, él había escrito “¡Cuánto sol se me metía por los ojos! Más adentro de la frente”. El tipógrafo escribió “Mar adentro de la frente”, verso que Reyes llama “más sugestivo”.

Luego menciona otra errata en los inicios de Visión de Anáhuac. Escribe Reyes:

“Y otro por fin, al hablar de la transformación del estilo histórico causada por el descubrimiento de América, donde yo decía: ‘La historia, obligada a describir nuevos mundos’, me hicieron decir: ‘La historia, obligada a descubrir nuevos mundos’, lo que tiene mucho más movimiento.”

Es un acto de humildad literaria reconocer que esos dos agraciados deslices llegaron por mano ajena. Sí veo que se queda muy corto al llamarle “más sugestivo” a “mar adentro”. Pues el mero trueque de palabras es un tránsito al olimpo que separa un verso regular de la auténtica poesía. En el segundo caso, también hay un salto cuántico entre “describir” y “descubrir”. Tras la primera palabra está la normalidad, lo esperado; tras la segunda hay una visión original, sublime. Si se me permite decirlo, hay un descubrimiento.

Aquello lo leí hace muchos años, cuando apenas me nacía la liendre de la escritura. Lo leí como lo que era y también lo leí como metáfora.

Con el “mar adentro” me dije que el escritor debe andar al acecho de la errata perfecta. No hay que esperar al tipógrafo ni al corrector. Al contrario, lo usual es el temor de que un erratista haga lo inverso y convierta el “mar adentro” en “más adentro”.

La otra errata que menciona Reyes la llevé a la novela. Me pregunté si la novela estaba para describir o para descubrir nuevos mundos. Por supuesto la respuesta fue: descubrir.

AQ

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