La revuelta contra el patriarcado

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Las luchas contra la violencia de género y el modelo patriarcal han cristalizado en una ola de reivindicaciones sin vuelta atrás.

Mujeres protestan en Ciudad de México contra la violencia de género. (Foto: Patricia Curiel)
Guadalupe Alonso Coratella
Ciudad de México /

De acuerdo con la periodista Alma Guillermoprieto, “el feminismo es la revolución más grande que se ha dado desde que, en algún pasado remoto, una mitad de la humanidad fue sometida por la otra mitad”. En efecto, la igualdad de derechos, basada en la igualdad de los sexos, tiene precedentes en el siglo XVIII cuando un puñado de filósofos ilustrados se preguntó por la naturaleza y el papel de la mujer en la sociedad.

Para el siglo XIX, el movimiento de las sufragistas en Estados Unidos conquistaba una de las grandes batallas, el derecho al voto. A esta se le denominó la primera ola del feminismo. La segunda, se alzó ya entrado el siglo XX. Múltiples voces persistieron en la exigencia de los derechos de la mujer, entre otras, Virginia Woolf, quien manifestó en su ensayo Una habitación propia (1929) la necesidad de una literatura escrita por mujeres. Para lograrlo, decía, era preciso contar con un cuarto propio y dinero para sobrevivir. En El segundo sexo (1949), Simone de Beauvoir destaca que la mujer es un ser definido por la sociedad, una sociedad patriarcal creada por hombres que ostentan la jerarquía y ven al sexo opuesto como objeto de placer, de trabajo, de reproducción. “Sin estas referencias, a las que se suman Andrea Dworkin —precursora del ‘no es no’ y ‘el violador eres tú’—, Germaine Greer y los colectivos feministas que en Inglaterra, Francia, Estados Unidos e Italia, intentaron definir qué es el machismo, qué es una sociedad patriarcal, por qué surgieron las sociedades patriarcales, y por qué ya es absolutamente inaceptable desde una perspectiva moral y práctica que sigamos viviendo en un universo patriarcal, no estaríamos donde estamos”, apunta Guillermoprieto en su libro ¿Será que soy feminista? (2020).

En México, el movimiento feminista ha caminado en paralelo a las distintas etapas u olas surgidas alrededor del planeta. Entre la primera y la tercera, cristalizaron demandas como la igualdad de derechos civiles; el salario y el derecho a los propios bienes; el control de la natalidad y el acceso a la educación superior. La emancipación de la mujer se vio reflejada también en el ámbito laboral: permisos de maternidad pagados y protección contra despidos injustos durante el embarazo. Se ventilaron temas como la protección frente a la violencia de los maridos y medidas contra la violación. La narrativa sobre “lo personal es político”, colocó en el centro el tema de la libertad individual de la mujer: nuestro cuerpo es nuestro, lo mismo que nuestro placer sexual. Esto derivó en la demanda del uso libre de anticonceptivos y la legalización del aborto. La filósofa y teórica de género Judith Butler, se refiere a los avances del feminismo en los Estados Unidos: “Veo que las mujeres han comenzado a cerrar la brecha salarial entre los sexos. Ya hay protección legal contra la discriminación. El acoso y la violación están considerados como crímenes. También veo cierto miedo de que el feminismo borre las diferencias entre hombres y mujeres o que ataque a la familia tradicional. Sin embargo, muchas mujeres, aun en familias heterosexuales, exigen más libertad e igualdad y no necesariamente quieren alejarse de la tradición. Por ejemplo, cuando hablamos de las mujeres y el islam o feminismo e islam, hay un movimiento importante”.

La activista libanesa Joumana Haddad ve en el machismo una enfermedad grave que debe erradicarse y advierte que la política, la religión y el sexo conforman una barrera para libertad la de la mujer. “Lo llamo el triángulo de las Bermudas de la discriminación contra la mujer. Si tuviera que elegir un elemento para empezar a destruir ese triángulo, sería la religión. No hablo de la fe, respeto el derecho a tener convicciones propias, pero éstas no deberían influir en el modo como es tratado el ser humano. Hablo, sobre todo, de las tres religiones monoteístas: el judaísmo, el cristianismo y el islam porque vienen de la misma fuente y del mismo sistema patriarcal. La religión ha sido cómplice de la política y de la frustración sexual. Es todo un sistema que debemos desmantelar”.

Para la segunda década del siglo XXI, revienta la llamada cuarta ola. Las posturas se radicalizan consiguiendo alcance internacional a través de las redes sociales. El movimiento #MeToo, en 2017, que desenmascaró las denuncias de abuso sexual y violaciones por parte de un grupo de actrices en Estados Unidos, se hizo viral y sacudió no sólo a la comunidad cinematográfica sino a la industria editorial, la academia y los medios de comunicación, entre otros gremios. Las consecuencias de esta alianza entre mujeres y la conciencia de haber sido víctimas y no culpables cimbró a las estructuras patriarcales.

Dos años después, diciembre de 2019, bajo la consigna “el violador eres tú”, un grupo de feministas chilenas se manifestó en contra la violencia de género. Un pañuelo verde alrededor del cuello o del brazo fue acogido en todo el mundo como símbolo para reivindicar los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, una postura política a favor del aborto seguro, legal y gratuito. “El aborto legal —dice Guillermoprieto— significó el reconocimiento del derecho de las mujeres a gobernar su propio cuerpo. Una podría pensar que el movimiento antiaborto es cuestión de la derecha, pero no, es cuestión del patriarcado, un sistema que no distingue entre ideologías. Una mujer que es dueña de su decisión de gestar o no llevar el embarazo a término es peligrosamente libre”.

Feministas se manifiestan el 8 de marzo de 2021. (Foto: Octavio Hoyos)

Hoy en toda la República Mexicana está despenalizado el aborto, sin embargo, solo en seis estados es legal. Desde su curul, la presidenta de la Comisión para la Igualdad de Género de la Cámara de Senadores, Martha Lucía Micher, quien trabaja en una iniciativa de reformas en materia de salud sexual y reproductiva, derecho a decidir, objeción de conciencia, salud materna y otros temas relacionados, declaró: “Vamos a aprobar algunas reformas a la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia y a la Ley General de Salud, en materia de derechos sexuales y reproductivos”.

“Ni una menos, ni una más”, fue el grito que resonó el 8 marzo de 2020 cuando una ola púrpura —símbolo del repudio a cualquier tipo de violencia contra las mujeres— inundó las calles del centro de la Ciudad de México. El gobierno reportó más de 80 mil asistentes. El 8M marcaría un hito en la historia de la lucha por los derechos de la mujer en un país donde solo ese año la cifra de muertes violentas de mujeres fue de 3 mil 723. Entre estas, 969 feminicidios. Para Judith Butler, “con ‘ni una menos’ y las grandes movilizaciones contra la violencia hacia las mujeres y personas trans, hay una nueva pasión política, una nueva conciencia. Lo más importante es construir una sociedad en la que estos crímenes no se encubran porque de no ser así, más hombres se sentirán libres para matar. Entre ellos se crean fraternidades terribles, con leyes no habladas donde saben que pueden matar sin ser perseguidos. Es una suerte de estructura social que debe ser desmantelada”.

La historia oficial destacó del 8M, ante todo, el saldo de violencia: pintas en bardas y monumentos, cristales rotos, un explosivo contra la policía que resguardaba la puerta de Palacio Nacional. “Quizá esta revolución —afirma Alma Guillermorpieto— se puede dar el lujo de privilegiar la ética y el pacifismo puesto que ha sido incomparablemente menos violenta que las anteriores. O digan, si no, los que se quejan: ¿Cuántos despidos masivos de hombres llevamos por faltas a un código feminista? ¿Cuántos hombres castrados por rabiosas hordas feministas como consecuencia del #MeToo? ¿Cuántos juicios sumarios y guillotina para los violadores? Pero, ¡ay de la que se atreva a pintar un grafiti durante alguna manifestación! Será denunciada de inmediato como ‘violenta’”.

De ahí que al año siguiente, la víspera del 8 de marzo de 2021, a manera de evitar cualquier tipo de agresión en la marcha del Día Internacional de la Mujer, se resguardara, a todo lo largo, la fachada de Palacio Nacional con una valla metálica. A la postre, la barrera sirvió a las manifestantes como lienzo y fue intervenida por algunos grupos con los nombres de las víctimas. La estructura se registró, fue digitalizada y se puede consultar en la edición especial de Cuadernos Cátedras de la UNAM: 8M-21 Del muro al memorial. Anaí Tirado Miranda, describe su experiencia: “El registro del ‘muro de paz’, como cínicamente el Gobierno federal se refirió a él, lo hice fotografiando cada valla de forma individual. No quería registrar solo la totalidad de víctimas sino el nombre de cada una de ellas. Esta combinación es lo que hizo que la intervención de las vallas tuviera la importancia que tuvo: une lo colectivo con lo individual. Las vallas intervenidas se convirtieron en un monumento efímero que permanecerá en la memoria colectiva como un testimonio gráfico de las demandas y la lucha del movimiento feminista”.

Muro de la paz en las vallas colocadas frente a Palacio Nacional. (Foto: Jorge González)

La gesta de las mujeres ha generado una profusa obra literaria en los últimos años. Cito algunos títulos tanto de autoras de las nuevas generaciones como de las nacidas en la segunda mitad del siglo XX. La escritora Gabriela Jauregui coordinó las antologías Tsunami (2018) y Tsunami 2 (2020), una serie de textos enfocados en la pregunta ¿Qué es ser mujer en México? En el prólogo escribe: “Guardo el dolor clavado en los huesos, la rabia en la tripa, al leer sobre tantas niñas y mujeres con cuerpos diversos […] mutiladas, encajueladas, tiradas a orillas de las carreteras, las vidas destruidas, presentes sin futuro, y en mis oídos retumba el eco de esos versos del himno de Vivir Quintana: ‘Si tocan a una, respondemos todas’. Luego se pregunta: “¿Cómo respondemos? ¿Con la voz entrecortada? ¿Con el cuerpo? ¿Con la lata de aerosol? ¿Con un coctel molotov? ¿Con toda nuestra rabia? […] ¿Cuántas formas posibles de respuesta hay?”.

El invencible verano de Liliana (2021), de Cristina Rivera Garza, es un libro estrujante donde la autora narra el feminicidio de su hermana: “Hay un feminicida suelto que no ha pagado por su crimen. Estos asesinos andan por ahí porque hay un círculo que los protege. Estamos en un contexto que ha forzado una conversación urgente sobre violencia de género. Me parece que es una de las batallas más importantes que tenemos que dar. Si queremos construir un mejor futuro, tendrá que ser con base en la justicia”.

En el contexto de su novela Radicales libres (2021), Rosa Beltrán reconoce que “las chavas más jóvenes pertenecientes al movimiento #MeToo que han dicho ‘ni una más’, ‘basta ya’, ‘cero concesiones’, y que piensan ‘o llegamos todas o no llega ninguna viva’, tienen toda la razón, sufren de estos estigmas cuando no de otros peores, porque esta violencia ha ido a más y porque también el lenguaje ha cambiado. Lo que antes se llamaba crimen pasional hoy es violencia de género. Me parece bien que el lenguaje cambie porque sólo al nombrar las cosas de manera distinta se convierten en distintas, se consignan, se visibilizan”.

Sobre El libro de Eva (2020), Carmen Boullosa dice: “Fue un regalo que me dieron las jóvenes de la nueva ola del feminismo. En México tenemos un enorme ejército de antígonas marchando, exigiendo el cuerpo de los suyos. A este coro se han sumado madres, hermanas, hijas. Así como el Estado ha decidido militarizar al país, también el mundo civil, las mujeres, han formado su coro. En este México de antígonas es donde el reclamo de justicia sí puede cobrar forma y cuerpo social. Estamos viviendo algo muy doloroso”.

AQ

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