En ‘Feral’, Andrés Kaiser explota la ambigüedad del falso documental

Cine

En su ópera prima, el realizador mexicano nos enfrenta al horror de aquello que no logramos comprender.

Detalle del poster de 'Feral', de Andrés Kaiser. (Cortesía: Ítaca Films)
Fernando Zamora
Ciudad de México /

El Feral (o El pequeño salvaje, como le llamó Truffaut en 1970) apela a ese espacio en el ser humano en que se unen arte y psicoanálisis, ese sitio en la psique de donde nace el horror, eso que Freud llamaba “ominoso” o “siniestro” en 1919. Los ferales son, además, el tema de la ópera prima de Andrés Kaiser, director y guionista mexicano que en Feral (recién estrenada en cines) ha conseguido ponerse a la altura de todos los que han pensado en torno a este tema.

Moviéndose entre los polos del arte y el psicoanálisis, Kaiser consigue utilizar acertadamente las convenciones del falso documental. Ahora bien, la reflexión en torno al arte trasciende el punto de vista formal. La película está bien filmada, cuenta con excelentes actuaciones y los recursos lucen en el diseño de producción, pero además el trabajo de autor propicia la reflexión en torno a la importancia del habla, eso que, según dicen, nos distingue del resto de la creación.

Felipe de Jesús es un antiguo monje con inclinaciones homosexuales. Vivió en carne propia la fallida revolución de Gregorio Lemercier, monje benedictino que trató de mezclar, en un convento de Morelos, cristianismo y psicoanálisis. Falló. Todos sus monjes abandonaron los hábitos. El caso real de Lemercier se mezcla con la ficción de este atormentado monje que ha decidido irse a vivir a un pueblo de Oaxaca donde, casualmente, paseando por el bosque, encuentra a los niños salvajes que dan nombre a la película. ¿Quiénes son estos niños? ¿Por qué han crecido hasta los diez años sin haber recibido ningún tipo de cuidado o afecto? ¿Por qué vagan por el bosque? La película ofrece pistas. Nos introduce incluso en una cueva en que, al modo de la famosa caverna de Platón, los pequeños fueron encadenados. Hasta que el primero escapó. Ahora, al modo de Sócrates, Felipe de Jesús quiere ser el guía, la luz que ilumine a estos niños. Enseñarles la verdad del mundo para que ellos puedan hablar.

La cuestión está en lo que se entiende por “salvaje” pues en su inocencia estos niños son quienes enfrentan a Felipe de Jesús con sus propios demonios y una fe débil, mas construida en torno al miedo al diablo que al amor a Dios. Además, está el pueblo que comienza a murmurar: ¿qué hace este hombre viviendo con esos tres niños de aspecto extraño que han salido quién sabe de dónde? Conforme crece el chisme en el pueblo, se gesta el horror, lo siniestro de lo que hablaba Freud. Porque el feral, nos queda claro, es la sombra del hombre “civilizado”, es el ser humano mirando su desnudez, encontrándose frágil, cruel y habitado, sobre todo, por deseos que no quiere reconocer.

Se trata de un tema que a lo largo de toda la película se materializa en el fuego que juega un papel doble en esta ficción. Por una parte, asombra a uno de los niños y nos conduce hacia lo que, adivinamos, terminará por ser el clímax de la película, pero es también símbolo de las pasiones sexuales. Este mismo niño que ama los cerillos y el fuego se deja acariciar la cara por la otra niña feral durante una escena que resulta al mismo tiempo inquietante y tierna. Otra vez la ambigüedad. El gran logro de Kaiser en su primera película es haber conseguido navegar en el difícil terreno de lo ambiguo y salir bien librado. Porque es ambiguo el falso documental, es ambiguo el protagonista de esta película, es ambiguo el significado del fuego y del mismo feral. Y este es el logro: que de la ambigüedad emana lo siniestro. El horror.

Feral

Dirección: Andrés Kaiser | México | 2018


AQ

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