Recostada boca arriba, Clara recuerda: enuncia los últimos cuatro años de su vida durante una prolongada noche que enmarca su espera al llamado de la muerte. Es un sendero que ella misma describe como “un largo final que nos fue devorando de a poco”. Habla en plural porque incluye a Flor, su hija, una niña vivaz nacida de la relación incestuosa de Clara con su padre, quien completa el triángulo familiar que habita el agobiante departamento en el que se desarrolla la trama.
Este escenario es el punto de arranque de La azotea, primera novela de la uruguaya Fernanda Trías, publicada originalmente en 2001 y editada por primera vez en México por Dharma Books en noviembre de 2020.
Sobre la literatura premonitoria, las mentiras de la memoria y los mecanismos de la escritura va esta charla.
- Te recomendamos Escenas de René Magritte Laberinto
—Debe ser extraño volver a tu primera novela, ahora que se publica en México, después de veinte años.
No he dejado de hablar de La azotea en los últimos años, desde 2015 hasta acá, porque ha tenido muchas ediciones en distintos países. Fue un libro fundacional para mí; tengo unos recuerdos muy frescos de la escritura: la sensación de estar absolutamente tomada por una historia, por una atmósfera, y de estar viviendo en esa atmósfera. Es una novela que ahora se me confunde con otra que acabo de publicar, Mugre rosa. Como tienen varios puntos en común, siento que a veces estoy hablando de las dos al mismo tiempo.
—Eso, de cierto modo, resulta natural, en tanto que ambos libros vienen de un impulso creador único.
Sí, yo siempre estoy hablando de todos los libros, porque siempre estoy haciendo conexiones. Cuando hablo del proceso creativo, me doy cuenta de cómo un libro va a llevando al otro. Aunque entre La azotea y La ciudad invencible y No soñarás flores esa línea no queda tan clara, sí hay temas que se repiten. Sigo viendo las mismas obsesiones, sólo que trabajadas desde otro lado.
—Ya que hablaste de Mugre rosa, hay quien ha señalado que con ella te anticipaste a varios motivos que vendrían con la pandemia. Algo similar podríamos decir de La azotea con respecto al enclaustramiento y a la opresión del espacio que habitamos.
Yo vengo hablando del encierro desde el siglo pasado. El encierro es una consecuencia; el tema profundo, verdadero, es el miedo al otro, al afuera en el sentido más amplio. En el caso de Mugre rosa, el afuera es el medio ambiente, el otro, lo extranjero, lo desconocido, cualquier cosa que quiera venir a transformar, a invadir, a contaminar. Todas estas palabras las vengo usando desde que empecé a escribir en el 97 o 98. Es decir, el tema de cómo el mundo hostil se presenta como amenaza y cuáles son las estrategias posibles de supervivencia. En el caso de Clara, su estrategia de supervivencia es tratar de evitar que ese mundo exterior penetre el núcleo familiar. El suyo es un acto de amor enfermo y extremo; no lo pensé desde la crueldad, sino desde el amor. Pero el amor se presta a todo tipo de crueldades, atrocidades cometidas en nombre del amor hacia la que se supone que es la persona amada.
—Cuando relees la novela, ¿surgen cosas que antes no habías notado?
Sobre todo me interesa cuando veo lecturas de otros que ven cosas que yo no había visto. Por ejemplo, en España, cuando se publicó en 2018, el interés se enfocó en el tema tabú, en el incesto. Ahora he notado que se enfoca más al encierro. Una lectura que me pareció muy interesante, pero que no estuvo en mi horizonte cuando estaba escribiendo, fue la que se hizo en clave de dictadura, en el sentido de que ahí está el otro amenazante, la fuerza, el encierro. Un poco como “Casa Tomada”, que se ha leído también en esa clave. Esa lectura me ilumina porque yo crecí en dictadura, fui una niña de dictadura, y en el pasaje a la democracia yo era una niña. Hay una cantidad de imágenes y de información que absorbí y que no recuerdo claramente, pero que está en mi cabeza. Me interesan esas lecturas, porque me iluminan y me hacen reflexionar sobre esos materiales inconscientes.
—Hablas del contexto político que se cuela en tu literatura involuntariamente… En el sentido opuesto, ¿qué tanto dejas que la realidad penetre en tu escritura?
Es imposible no ser contemporáneo, esto es algo que dijo Borges. Yo nunca he intentado ser contemporánea, porque siempre me quedó clara la idea de que es imposible no serlo. Lo que pasa es que no puedes verlo cuando estás en el ojo del huracán. Yo sé que todo el tiempo me están atravesando la realidad, la coyuntura, los conflictos de la sociedad y del mundo. Me duelen, me generan conflicto, pero al escribir no puedo pensar en temas, simplemente dejo que eso fermente solo y surja en el texto. La azotea tenía que ver con mi experiencia vital, con mis miedos personales, con el vínculo difícil con mi padre. Lo volqué ahí y la ficción lo transformó. Esa es la magia de escribir.
—Clara, la protagonista, tiene una relación complicada con la memoria: todo el tiempo está recordando, pero tiene un impulso destructor hacia la memoria. Aspira a que sus recuerdos se confundan con la realidad, quizá para crear su propia realidad.
Totalmente. Ese tema para mí es muy importante y lo he trabajado en otros libros. La memoria es ficción; todo el tiempo la estamos editando y va cambiando a lo largo de los años. Me gusta trabajar la ambigüedad para que el lector tenga que abrirse camino entre esos recovecos, entre lo que digo y lo que oculto como narradora. Se escribe tanto en la letra como en lo no dicho. Dónde dejas los silencios, qué cosas no decís... eso también es escribir.
ÁSS