En Ciudad de odios (Grijalbo, 2019), el periodista Fernando del Collado ofrece instantáneas, como las llama, donde periodismo y literatura se hermanan. El odio al que hace referencia el título se concentra en la comunidad LGBT, pero esa sólo es una de las puntas. Los crímenes de odio igualmente abarcan a las mujeres, los migrantes, los que no profesan las mismas ideas que nosotros... En fin, el temor al diferente.
Lograr que este tipo de delitos no queden impunes es la finalidad de Fernando del Collado en este libro que se relaciona con lo que, por ejemplo, Paul B. Preciado está realizando en Europa.
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—¿Por qué comenzaste tus crónicas en los años noventa?
El año de 1995 es muy simbólico por el crimen de odio de Liborio Cruz. Esto hizo que detonara la asociación civil de crímenes por homofobia y se comenzaran a registrar de forma sistemática los crímenes con estas características a través de la prensa. Es una de las cosas que pretendí con este libro: tipificar el crimen por odio para que las autoridades puedan clasificar mejor y tengamos al menos datos más precisos. Aquí solo se concentran los crímenes contra la comunidad LGBT, pero los crímenes de odio proliferan de forma brutal en este momento —de mujeres, por diferencias religiosas, por diferencias políticas—, cuya característica es la saña.
—El DF antes y hoy la Ciudad de México han creado leyes a favor de esta comunidad, pero paradójicamente la violencia ha explotado.
Ese es un punto a discusión. No sé qué tanto la visibilidad de estas preferencias afectó el crecimiento de tales crímenes; la cantidad no ha disminuido. Lo que sí ha habido en todo caso es un mejor registro. Los medios de comunicación, la nota roja en los periódicos, han bajado la presencia de crímenes por odio. Lo que se ha mantenido son las agresiones a transexuales y travestis, la comunidad que en los últimos años ha sido más violentada. No soy experto en números, pero no veo que se empalmen los datos de una ciudad con mejores derechos a menos violencia. Los datos que dan las mismas organizaciones no muestran un descenso. La proyección es igual a lo que está sucediendo con las mujeres. ¿Por qué se habla de proyección? Porque no están registrados o son averiguaciones que no avanzan o hay móviles distintos. En el caso de la comunidad LGBT, si ven un vestido o cosas de mujeres, las autoridades clasifican el crimen como “pasional”. Por eso es importante tipificarlo. Ya hay dos entidades incluyentes que tienen clasificado el crimen de odio, pero falta avanzar en la legislación a nivel nacional. El libro presenta instantáneas de la furia y el odio en la Ciudad de México porque es ahí donde está más documentado, pero estos crímenes ocurren también en otras entidades a nivel nacional.
—A las organizaciones LGBT ¿les ha faltado más presencia para ayudar a reducir estos crímenes?
Las organizaciones tienen varias agendas. Esto es más bien algo que le corresponde a otras instancias del gobierno. Como te dije antes, las autoridades clasifican estos crímenes como pasionales, pero el odio surge de lo que rechazas. La mayoría de los crímenes contra homosexuales y la comunidad LGBT no son cometidos por homosexuales. Creemos que las organizaciones tienen que evitarlos, pero no es cierto: son las autoridades las que no han avanzado en esto. Los crímenes de odio tienen que ver con el machismo; tienen otros tintes. No habría tantos asesinatos de este tipo si no hubiera impunidad.
—En cuanto a la narrativa, pones al Metro como un motivo importante.
En el Metro se da una extensión del odio, pero creo que en general la ciudad también participa de estos odios. Quise que ese fuera una especie de hilo conductor con varias direcciones. También refleja un tiempo en que nos mirábamos y nos tocábamos más que ahora que ha irrumpido el celular. El Metro da lugares clave, tanto de reunión como de dónde ocurrió el asesinato. Ahí está el trabajo periodístico. Ya acudí a lo narrativo para humanizar un poco la violencia que expongo. Las historias quedan sin concluir porque espero que más tarde se recuperen estos casos.
—La paradoja es que ahora hay más libertad para encontrarse, menos represión por las autoridades.
¿Te refieres a parejas besándose y eso?
—Sí, como en la estación Hidalgo.
Hay algunos trabajos que han señalado que la visibilidad y luego el reconocimiento encadenan los temores. Pero ya no se puede detener está libertad. Ahí se confrontan nuestros miedos, los rechazos. Es como un espejo en donde podemos ver hasta dónde tenemos interiorizados nuestros odios. Quizá comience un diálogo con esto.
—Tocando la parte narrativa, cada instantánea que presentas es redonda, sabes contar. La objeción que pondría, y aquí puede haber una limitación por la forma en la que leí el libro, es que no sentí un ritmo en el conjunto. Una historia sigue a la otra y terminé un poco abrumado.
El plan que hice fue dejar el libro deliberadamente sin final, y que quedara en instantáneas. La mayoría están escritas en tercera persona, pero hay algunas en primera. Yo no quise ponerme nada más del lado de la víctima, sino también del agresor. Quise que la descripción fuera objetiva; representar el momento del odio en el que no hay empatía. Está la víctima que recibe las puñaladas y que pide: “no me mates, ¿por qué yo?” Estamos hablando de que la mayoría de las víctimas son adolescentes acribillados por sus preferencias. Yo pude haberme inventado una ficción, pero quise que mi trabajo fuera desde el periodismo. La violencia puede abrumar, pero ahí está.
ÁSS