Filosofía y música: Keith Jarrett

Detener el tiempo

El compositor e intérprete estadunidense hace del jazz algo mágico, arcaico, fundamental, lo cual no resulta extraño considerando los orígenes “primitivos” de esta mezcla de lamento existencial con la estructura de la música ritual.

Keith Jarrett, pianista y compositor. (Archivo)
Guillermo Levine
Ciudad de México /

Dedicamos la entrega anterior a explorar algunos elementos de cómo la música puede volverse mágica, arcaica, fundamental, por medio de la extraña idea de “detener” el tiempo ayudándose de la repetición de patrones básicos, pues los ciclos forman parte central de todo lo natural y armónico, incluida nuestra conciencia. Tal vez eso explique cómo nuestra participación activa en ciertos rituales hace posible readquirir un contacto vital con la realidad fundamental, aquélla de donde provenimos.

Hablamos ya de la obra de Carl Orff, y ahora exploraremos las posibilidades de la repetición primordial en el ámbito de la música de jazz.

Siendo tan amplia la gama de elementos a disposición del artista, no intentaremos definir cómo se determina si una pieza o estilo musical debe considerarse como jazz, y nos contentamos con pensar en términos de música sincopada y libremente ejecutada. Recordemos: se habla de música sincopada cuando se ha hecho un desplazamiento rítmico para alterar de cierta manera la cadena de los sucesos musicales. Así, es posible acentuar las partes "equivocadas" de la medida tonal o, más generalmente, lograr una “contradicción rítmica” para imprimir a esta música su sabor característico. De manera interesante, existen elementos de este tipo en la música folclórica sudamericana, dignos de explorarse en algún otro momento.

Nuestro autor es por completo disímil del analizado en la entrega pasada, pues se trata de un compositor e intérprete de jazz, nacido en Estados Unidos en 1945. Keith Jarrett representa una buena mezcla de virtuosismo para el piano y de capacidad musical para la composición jazzística. Personifica la capacidad del jazz de actuar “como una esponja capaz de asimilar toda clase de influencias”, según palabras de Dave Brubeck.

En efecto, Jarrett muestra cómo el jazz puede volverse mágico, arcaico, fundamental, por medio de la concepción filosófica ya presentada, lo cual no resulta extraño si consideramos los orígenes “primitivos” de esta mezcla de lamento existencial (originador del blues) con la estructura de la música ritual. Cuando uno escucha a Jarrett no puede dejar de pensar en el canto Gregoriano o en los ragas para cítara, como muchas de sus piezas revelan.

La obra de Keith Jarrett es una mezcla indisoluble de improvisación y composición, de manera tradicional en el jazz, en donde es difícil hacer esta diferencia. Su música ha sido recopilada por la marca de discos ECM (Edition of Contemporary Music), creada por el productor Manfred Eicher en 1969 e inicialmente dedicada al jazz, aunque luego se ha movido hacia otras áreas de la creación contemporánea.

Jarrett actuó en su primer recital formal de piano a la edad de siete años con obras de Bach, Beethoven, Mozart y Saint-Saëns, y terminando con dos de sus propias composiciones. Su carrera adulta comenzó como pianista (aunque también interpretando otros instrumentos) en grupos de jazz en los años sesenta, entre los cuales destacan los de Charles Lloyd y Miles Davis, y luego formó otros varios conjuntos con artistas europeos, con quienes en total grabó más de 20 discos, el último en 2009, y sin abandonar sus giras como solista.

Aquí nos interesará fundamentalmente su trayectoria al piano solo, en donde alcanzó niveles de excelsitud que a mediados de los años 70 lo colocaron como el máximo exponente de un nuevo género, prácticamente inaugurado por él: largos conciertos en vivo, sin programa ni tema previo. Su música de piano solo consiste en una gran cantidad de conciertos en vivo, en diversos países de Europa y en Japón —incluso vino a México en 1992—, además de varios discos grabados en estudio. Podría verse a Jarrett como el inventor de una nueva concepción de hacer música mediante sus presentaciones como solista en largas improvisaciones donde interpreta una virtuosa combinación de jazz, música clásica y atonalidad en formas libres y espontáneas, con mínimas pausas de cuando en cuando. En múltiples momentos, además de pequeñas exclamaciones también usa el mueble de madera del piano para ayudarse en la percusión.

Esos conciertos son demostraciones de virtuosismo, armonía y suavidad, repeticiones sin fin, zonas de cacofonía, silencios y momentos expresivos casi cantados y otros llenos de movimiento, levantándose mientras toca con los ojos cerrados, poseído de un encanto contagioso y conmovedor, transmitiendo una emoción y una hermosura capaces de perdurar en el oyente durante años.

Durante la sesión es realmente difícil saber si está siguiendo una composición previa o si improvisa, pues hace ambas cosas a la vez. Hablamos de un fenómeno nunca antes visto, sobre todo por su presencia a lo largo de décadas. (Aunque poco conocido, otro gran exponente de una modalidad similar, y menos melódica, fue el pianista de jazz Cecil Taylor.)

En la etapa temprana de la trayectoria solista de Keith Jarrett destacan dos álbumes de una belleza e innovación que los han vuelto verdaderos clásicos; uno puede escuchar sus diversas secciones una y otra vez, en una inacabable re-creación que los mantiene como presencias íntimas y cercanas, inmunes al paso del tiempo. Esa magia es sin duda una de las características distintivas de la gran música.

Solo Concerts: Bremen/Lausanne, de 1973, consistió en tres discos LP grabados en dos sesiones en vivo en Alemania y Suiza, que a la fecha se siguen considerando como las piezas maestras de una carrera inigualada en la improvisación musical.

Su forma improvisada de tocar consiste en explorar y desarrollar pequeños temas armónicos, repitiéndolos para lograr un cierto estado de ánimo, o hasta literalmente llenar el espacio sonoro y físico con acordes múltiples que, en su conjunto, logran una estructura propia, mucho mayor que la mera suma de sus partes. Es, diríase parafraseando a la psicología, una música “gestaltiana”. Una vez agotado un tema así, Jarrett escoge otro, y otro, y otro, de manera al parecer inacabable.

Luego vino el álbum doble El concierto de Colonia, de 1975, que se convirtió en el disco de piano más vendido de la historia. Para esa ocasión, Jarrett había solicitado a la joven promotora (de tan solo 18 años de edad) un gran piano de concierto (Bösendorfer 290 Imperial, el más grande en existencia, con una octava extra en el teclado, y peso de 550 kg), pero por una confusión, detectada demasiado tarde, a la sala llegó un modelo mucho menor, empleado para prácticas, con mala afinación y pedales defectuosos. Ya no había tiempo para reemplazarlo, pues el concierto comenzaría pronto, a las once y media de la noche, en el único horario otorgado por el teatro de la Ópera de Colonia, Alemania, donde nunca antes se había presentado música de jazz. Aun así, la concentración y entrega fue de un virtuosismo y una dinámica simplemente extraordinarios.

Si nuestro pianista solo hubiera producido esos dos álbumes, ya con ello sería un aliado y acompañante para toda la vida, pero hay mucho más.

Luego viene un tour de force llamado The Sun Bear Concerts: diez discos LP grabados en vivo en Japón en 1976. De su música de estudio sobresale el álbum de dos discos Staircase, de 1977. Es interesante también su álbum doble para órgano de vapor, grabado en órganos antiguos en Alemania: Himnos, Esferas.

De su producción posterior destacan un álbum triple grabado en Múnich (1981) y otro de dos discos con composiciones para instrumentos, pero además con piezas para piano solo de excepcional belleza, fuerza y lirismo: The Moth and the Flame (“La polilla y el fuego”).

En 1987 apareció un álbum doble con composiciones para flauta e instrumentos de los indios americanos, Spirits, seguido de otro disco doble de música para clavecín, llamado Book of Ways. En 1985, en el 300 aniversario del nacimiento de Johann Sebastian Bach, Keith Jarrett anunció sus intenciones de dedicarse a interpretar su música, pero no fue sino hasta 1988 que apareció el Libro I de El clave bien temperado, tocado en forma canónica, sin ningún tipo de arreglo ni modificación. Su carrera en la música clásica siguió durante algunos años más, y tiene un disco doble con los preludios y fugas de Shostakovich y otros con la flautista danesa Michala Petri.

Hablando únicamente de conciertos de piano solo, posteriormente aparecieron los discos Radiance (2005), The Carnegie Hall Concert (2006), Paris/ London: Testament (2009), Rio (2011), Budapest Concert (2020) y Bordeaux Concert (2022), estos dos últimos grabados unos años antes. Ya se había retirado un tiempo para tratar de reponerse del “Síndrome de fatiga crónica” (encefalomielitis miálgica), que finalmente lo obligó a terminar su carrera al perder el control sobre el brazo izquierdo luego de dos embolias. Sin embargo, en febrero de 2023, el youtuber y músico Rick Beato dio a conocer una entrevista que le hizo en su casa, en un lugar apartado de Nueva Jersey, en donde toca unos minutos con la mano derecha, en interpretaciones que la gran mayoría de los humanos no lograríamos ni con tres brazos...

Antes de seguir, proponemos ahora detenerse a ver y escuchar este fragmento de cinco minutos de un concierto en vivo en Japón de 1984, porque contiene todos los elementos de lo que constituye la extraordinaria combinación de poesía, virtuosismo, ritmo y emoción de la música de Keith Jarrett. Aunque no es muy común en su caso, esta es la reinterpretación de un tema que había usado años antes para finalizar el concierto de Bremen.

Por limitaciones de las piezas accesibles por internet, aquí solo puedo elegir algunos ejemplos de fragmentos de los conciertos de Bremen/Lausanne, porque fueron dos sesiones ininterrumpidas de una hora de duración cada una. El concierto completo está disponible en internet, aunque también hay unos pocos fragmentos separados, que utilizaremos ahora.

En ese álbum fundamental dice, a manera de presentación:

Consideraciones morales: estoy, y he estado, llevando una cruzada musical anti-eléctrica, de la cual estos discos son una presentación para la causa. La electricidad va a través de todos nosotros, y no solamente está relegada a los cables. Creo en la música, al grado de que pienso que ella existía antes que nosotros”.

Jarrett logra hacer llegar al escucha un estado de ánimo particular por medio del ataque, a veces hasta difícil de soportar, sobre ciertos ritmos y mini melodías que se repiten sin cesar. De hecho, podríamos decir que parte de su música consiste en la variación que hace entre notas semialeatorias y pequeñas repeticiones de ritmos que escoge cada varios minutos.

He aquí uno de estos “ataques”, de casi siete minutos de duración, sobre un pequeño tema con variaciones, tomado de esa presentación en vivo en Lausanne: el ostinato en toda su potencia. Es sólo hasta el minuto 6:47 de este enlace, porque inmediatamente a continuación en forma descuidada le acoplaron otros fragmentos de ese concierto, y sobre eso aquí no tengo control.

Como parte del estilo tan personal de Jarrett se puede observar la facilidad que tiene de hacer “cantar” al piano; es decir, de lograr que una nota se superponga a otra y suenen ambas como una elongación que más parece producida por un instrumento de cuerda. Esto se nota particularmente en un momento de la primera parte de la pieza anterior. Como dato curioso, un artículo sobre acústica en la revista Scientific American trata de esta posibilidad.

En diversas secciones a lo largo de las piezas puede escucharse la facilidad con la que el autor pasa de una pequeña repetición de notas a otros grupos similares, guiado siempre por una gran fuerza expresiva. Nuestro estado de ánimo cambia a medida que lo hacen los grupos de repeticiones. Jarrett demuestra una enorme capacidad para llenar literalmente el espacio de notas musicales repetidas, y muchos de los ostinatos tienen la característica de estar acompañados de arpegios que los hacen aún más bellos.

En esta parte final del concierto de Bremen (con el tema que en 1984 reinterpretaría en Japón), el ritmo y complejidad de la melodía repetitiva lo dominan casi todo.

Luego de un tiempo de estar escuchando esta música ya se habrá comprendido la idea: llegar a un estado de conciencia particular por medio de la repetición de temas simples. Justo el concepto ya mencionado en la obra de Carl Orff. Y no es raro, porque la razón subyacente es la misma: tocar zonas “primitivas” o arcaicas de nuestro cerebro por medio de esta especie de hipnotismo filosófico-musical.

Y hablando de ritmo, y de sus connotaciones que pudiéramos llamar casi febriles, escuchemos este pasaje contenido en el álbum de diez discos en vivo grabados en la gira en Japón. Está aproximadamente entre los minutos 10:40 y 16:40 del concierto en Kyoto, parte I. Como el fragmento no está disponible en forma separada en internet, solicito la participación del amable lector para localizarlo dentro de esta liga.

La dedicatoria de este enorme álbum dice, sencillamente, “piensa en tus oídos como si fueran ojos”; y yo recuerdo las palabras de William Blake (1757-1827), cuando dice: “Si las ventanas de la percepción fueran limpiadas, cada cosa aparecería al hombre como verdaderamente es, infinita. Pero el hombre se ha recluido en sí mismo hasta tal punto que solo ve las cosas a través de las grietas de su caverna”.

En este nuevo ejemplo, aproximadamente entre los minutos 4 y 11 de la primera parte del concierto grabado en vivo en Colonia, nos asombrará la forma de manejar el piano, al grado de que en algunos pasajes se comporta como si fuera otro instrumento, casi una cítara en este caso.

Y del ya mencionado disco The Moth and the Flame está disponible también esta pieza de 5 minutos, donde nuestro autor demuestra su enorme capacidad de sugerir estados de ánimo cercanos a lo extático, en forma similar a su disco Sacred Hymns (1980) donde interpreta composiciones del místico y compositor ruso G.I. Gurdjieff.

Igualmente de la música de estudio escogemos aquí este fragmento del álbum Staircase/ Hourglass, que transmite una quietud comparable a la Entrata de Carl Orff; se puede escuchar entre los minutos 3:50 y 8:10.

Desafortunadamente, todos mis intentos por conseguir acceso por internet a la parte III de Sand, de ese mismo álbum, fueron inútiles; cuando por fin logré encontrar la ansiada liga me topé con el mensaje “No disponible para México”, o bien “Solo para suscriptores Premium”. Era mi intención presentar una pieza que juega con la repetición figurada de un tema para encubrir su verdadera finalidad: llevarnos por un camino bordeando una melodía simplísima y lineal que se descubre justo cuando ya han terminado los tres minutos que la componen. Y es precisamente cuando termina que comenzamos a pensar en el poder de la música, y en la posibilidad de llegar a limpiar nuestras ventanas de la percepción y mirar esa realidad de frente...

“Así es la vida, inmensamente hermosa pero efímera”, fue el comentario de un amigo hace muchos años cuando escuchó ese fragmento, que en literatura sería casi una saga o una elegía. Y ahora es el momento apropiado para hablar acerca de la idea central de toda filosofía: la de vencer a la temporalidad; la de tener algo que decir ante el hecho de nuestro transitorio paso por el mundo.

Leemos en los Catulli Carmina de Carl Orff: “Nada puede durar infinitamente. Una vez que el sol ha brillado se vuelve al océano. La luna mengua; cuán brillante era hace muy poco. La tempestad del amor se convierte en un susurro”.

Retomando el tema de la inevitabilidad del paso del tiempo, Selma Lagerlöf dice en su libro El carretero de la muerte:

"Pronto será la mañana del primer día del año, y al despertarse, el primer pensamiento de los hombres será para el año nuevo. Repasarán en su mente cuanto esperan y cuanto desean de este nuevo año, pues pensarán en lo porvenir. Entonces quisiera yo poder aconsejarles que no pidieran ni la ventura, ni el amor, ni el éxito, ni la riqueza, ni la vida larga, ni aun la salud. No, sino únicamente, que juntasen sus manos y concentrasen sus pensamientos en una sola plegaria: ¡Señor, Dios mío, haced que mi alma llegue a su madurez, antes de ser segada!”

Aunque también está la opinión que Hermann Hesse hace decir al Lobo Estepario:

“Entre los hombres de esta especie ha surgido el pensamiento peligroso y horrible de que acaso toda la vida humana no sea sino un tremendo error, un aborto violento y desgraciado de la madre universal, un ensayo salvaje y horriblemente desafortunado de la naturaleza. Pero también entre ellos es donde ha surgido la otra idea de que el hombre acaso no sea solo un animal medio razonable, sino un hijo de los dioses y destinado a la inmortalidad”.

Este es un nocturno de Rosario Castellanos:

Para vivir es demasiado el tiempo;
para saber no es nada.
¿A qué vinimos, noche, corazón de la noche?
No es posible sino soñar, morir,
soñar que no morimos
y, a veces, un instante, despertar.

Para finalizar, escuchemos la íntima y delicada sección final del concierto en Lausanne, de diez minutos de duración, de tal belleza y lirismo poético que para ciertos momentos de la vida bien podría ser casi una tabla de salvación.

La música nos puede acompañar siempre; dejemos que nos ayude en el camino…

Guillermo Levine

fil.tr.int@gmail.com

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