La poesía nace en el alma humana, donde se condensa la emoción y la experiencia que provienen del mundo y que trascienden a través de la inteligencia y la palabra para llegar, feliz conjunción de identidades, a otras almas.
“La escritura poética”, dice el poeta valenciano Francisco Brines (Oliva, 1932), “es un proceso de exploración en un paisaje desconocido que el poeta coloniza y fecunda con el raciocinio y la intuición, que es inteligencia. Por poesía entiendo el encuentro con lo intenso y profundo, y por eso prefiero la poesía que surge desde dentro y que se va descubriendo ante el que la escribe, que la haya en él mismo al escribirla”.
Brines sostiene que un poeta se acaba, sin embargo, “cuando pierde esa condición de la intuición creadora, pues con el intelecto no se escribe poesía”.
Reconocido a sus 88 años con el Premio Cervantes de las Letras, el autor de obras como Las brasas, Palabras a la oscuridad, Insistencias en Luzbel, El otoño de las rosas o La última costa, sostiene en entrevista exclusiva con Laberinto que este galardón, el máximo que se otorga a un autor en lengua española, representa “una cierta seguridad de que mi poesía ha llegado a los lectores, a la mayoría de los cuales desconozco, porque todo poeta suele desconocer a sus lectores. Pero este premio me indica que haber llegado a ellos justifica sobradamente la escritura de mi poesía”.
El jurado que le ha otorgado el galardón reconoce en su obra poética un recorrido “que va de lo carnal y lo puramente humano a lo metafísico, lo espiritual, hacia una aspiración de belleza e inmortalidad”, y lo considera “el poeta intimista de la Generación del 50 que más ha ahondado en la experiencia del ser humano individual frente a la memoria, el paso del tiempo y la exaltación vital”.
Brines ha recibido la noticia del Premio Cervantes en su casa de la costa valenciana donde nos recibe, una finca de finales del siglo XVIII enclavada en una colina desde la que se contempla el mar Mediterráneo, rodeada de naranjos y palmerales, donde atesora no sólo sus recuerdos de infancia, sino una enorme biblioteca y unas estancias tapizadas de obras de arte, algunas de ellas firmadas por los artistas españoles más representativos del siglo XX: Pablo Picasso, Joan Miró, Eduardo Arroyo, Pablo Palazuelo, José Hernández…
“Este premio”, comenta sonriente, “es a la vez un premio al amor por la poesía, a la que tengo un poco como una hija y, por lo tanto, la necesito vibrante, viva”.
Aunque su estado de salud es delicado, los ojos de Brines chispean felicidad y su ánimo, entusiasta y generoso, permite una conversación inmediata al hilo de la amistad y la alegría por la buena nueva, que lo ha tomado por sorpresa mientras hace esfuerzos por sacar adelante una fundación que lleva su nombre y cuyo propósito es preservar su legado material y poético y enriquecer el patrimonio literario mediante la creación de un premio literario de ámbito internacional en lengua española.
La Fundación Francisco Brines, señala el poeta, “tiene el ánimo de que la poesía llegue al mayor número de ciudadanos, a las distintas generaciones porque, aunque cada generación tiene sus particularidades, la poesía es intergeneracional y tiene puntos comunes; uno de ellos la verdad que uno, aun no queriendo, está obligado a decir, una verdad ante la que debemos detenernos y pensar si queremos verla”.
En ese sentido, Brines afirma que “la poesía ejerce una función pedagógica profunda, pues cuando uno escribe poesía desde su verdad no se miente a sí mismo. El hombre trata de conocerse. Lo que ocurre es que cree que se conoce a sí mismo mucho más de lo que en realidad se desconoce”.
Por esa razón, Brines considera que “la poesía hace falta siempre. En primer lugar, porque el lector de poesía, al contrario que el votante de unas elecciones que no lee, no juzga igual a un líder político; es decir, que como hombre de espíritu es mucho más amplio su criterio, y actúa también como habitante de este mundo, que no deja de ser un mundo un poco falso y de mentira. Así que la poesía es también un método de enseñanza para la democracia”.
Si la poesía es honesta, siempre “es iluminadora, porque es un espejo en el que asoma el rostro del que la escribe, un ser humano que vive en un momento histórico y en un lugar geográfico; es decir, en una tierra que tiene también alientos filosóficos, políticos, sociales, culturales y de toda clase, y que se tiene que acomodar a su entorno”.
“Creo que cuando hacemos poesía”, añade, “si actuamos con honestidad, los poetas aparecemos siempre al final y descubrimos cómo somos cuando nos vemos. Y esa es la importancia que le doy a la poesía”.
Muy cercano a poetas como Vicente Aleixandre, Octavio Paz, José Emilio Pacheco, Jaime Gil de Biedma, Carlos Barral, José Ángel Valente, Claudio Rodríguez y Carlos Bousoño, Brines asume que a cierta edad es difícil tener cosas nuevas que decir o que añadir. No obstante, revela que tiene en marcha un próximo libro, Donde muere la muerte, una colección que “hace referencia a ese lugar donde vive la poesía”.
“En una vida larga como la mía, cuando estoy tocando ese muro en el que ya no hay porvenir, sino que el porvenir es un presente continuado en el que uno ha sido varios, ¿qué tengo yo del niño, aparte de la nostalgia?, ¿qué tengo del adolescente o del joven?”, se pregunta, y enseguida responde: “tengo algo: el sentimiento de identidad. ¿Y cuál es ese sentimiento de identidad que puede justificar que aún siga escribiendo? La capacidad de asombro. Esa es la continuidad, porque ahora tengo más recuerdos que futuro”.
En ese próximo libro hay poemas en los que aborda la muerte de su madre, ocurrida en 1999; en otros toca ciertas zonas metafísicas, así como la amistad o lo cotidiano, “cosas tan simples como la emoción intensa que se contagia a la naturaleza al leer un poema de un amigo y sentir la emoción del poema”.
“La poesía es misteriosa y tiene que sorprender, porque el poema se produce por azar, por relaciones que sorprenden al poeta y se cargan de significación. Todo poema debe dar la sensación de haber sido escrito desde un pensamiento y una experiencia vivida. Y lo que tiene de bueno es que también te sorprendes a ti mismo”.
En cuanto a la propia escritura, Brines expone que usa palabras de uso cotidiano que son las que recibimos y las que damos en momentos de más intensidad humana; es decir, en aquellos momentos en que necesitamos consuelo, cordialidad, amor o afecto. “El poeta tiene unas posibilidades a veces comunes y otras personales. Se puede hacer poesía de todo, pero la poesía es un sistema educativo o formativo del que lee. El buen lector de poesía se ha educado en la tolerancia y acepta la verdad del que ha escrito aquello si es una porción de humanidad y asiente a la emoción del contenido”.
Por último, en su perspectiva de vida, Brines considera que, estando en la recta final de sus días, no desearía nunca tener un final instalado en el dolor. “Eso no, porque esa no es la vida que yo he amado. Yo he amado una vida en que se baraja el dolor con el gozo, con la alegría. Y se complementan, soportando el dolor y quizá ahondando la estimación por el gozo. Porque he conocido el dolor, pero el dolor solo no. En ese caso, por amor a la vida y por lealtad hacia ella, me parece muy bien la eutanasia. Nacemos sin que nos hayan pedido permiso, lo agradecemos porque es un don, pero es un don cuando se barajan el amor con el desamor, y una tortura continuada no es un don”, concluye.
AQ | ÁSS