François Dosse: “Macron pasó de Ricoeur a Maquiavelo”

Entrevista

En esta entrevista realizada en París, el historiador francés muestra sus desacuerdos con el presidente de su país, habla de su relación con México y expresa que actualmente “vivimos una crisis de porvenir”.

François Dosse, historiador francés (Foto: Hannah Assouline | Opale via Leemage)
David Noria
Ciudad de México /

La voz del historiador François Dosse (Francia, 1950), reposada pero firme —siempre bien articulada—, se escucha en su país con atención. Fuera de su vasta obra, Dosse vino a la luz pública por haber sido el profesor de Emmanuel Macron en Ciencias Políticas. De hecho, Dosse presentó al joven Macron con Paul Ricoeur, el filósofo anciano y lleno de probidad que entonces cerraba el ciclo de su larga obra.

Este encuentro entre el joven con ambiciones y el viejo pensador, la vida activa del político y la vida contemplativa del sabio, fue motivo de un libro de Dosse, El filósofo y el presidente. Ricoeur y Macron, donde se auguraba un ascendiente ricoeuriano en el programa de Gobierno que comenzaría en 2017. Cinco años después, el título del nuevo libro de Dosse es contundente: Macron o las ilusiones perdidas. Las lágrimas de Paul Ricoeur. No es la primera vez que un teórico queda desengañado con su pupilo. Le pasó a Aristóteles. Como sea, Dosse ha tenido el valor y la altura moral para deslindarse del príncipe una vez que éste, como en las fábulas, ha traicionado sus ideales.

Pero durante nuestra entrevista en su departamento en París quise preguntarle antes por otros asuntos, como su amplio trajinar por América Latina, donde no es desconocido en absoluto. Su obra está traducida al español y al portugués en varios países, y sus propias giras de conferencias y seminarios lo han hecho una figura familiar dentro del ámbito universitario en América. Toda conversación tiene algo de acuático. Puede comenzar como un nado sincronizado y en pocos minutos convertirse en un buceo a ciertas profundidades.

Así, ya entrados en temas especulativos y aguijoneado por las preguntas, Dosse me dio su visión de nuestro tiempo entre dos tazas de café. Su parsimonia es asombrosa, no menos que ver cómo los conceptos se suceden unos a otros, en una secuencia de pensamiento que no hace sino corroborar que estamos ante una de las mayores inteligencias de Francia. Rescato particularmente de sus palabras, de esa voz clara y amable, su reflexión sobre el deber de las generaciones jóvenes, llamadas a no cometer los mismos errores que las anteriores y, por qué no, incluso a albergar mejores sentimientos.

Ofrezco la transcripción y traducción del francés al español de este encuentro, que tuvo lugar en febrero de 2022 en una sala bien iluminada del barrio 13 parisino, y que conserva intacta su actualidad.

—¿Cuál fue su primer vínculo con América Latina?

Es un vínculo muy fuerte para mí porque fue la primera vez que me invitaron fuera de Europa. Es decir que mi primer gran viaje a través del Atlántico en avión fue justamente por una invitación de la UNAM. Carlos Aguirre, especialista en la Escuela de los Annales y en Braudel, me había contactado después de la publicación en 1987 de mi libro La historia en migajas, traducido por la Universidad de Valencia. Nos encontrábamos en posiciones cercanas respecto a la historia de los Annales. Así que en 1988 se puso en contacto conmigo y me invitó a principios de los años 90 a México, cuando yo acababa de publicar mi Historia del estructuralismo. Por lo tanto, fui invitado sobre cuestiones de historiografía. Di cinco conferencias en 1991, entre la UNAM y el Instituto Mora. Después hice un tour enorme por México con mi esposa y mis tres hijos todavía pequeños. Rentamos un carro y fuimos a Yucatán, Chiapas, Palenque, Oaxaca, en fin. Fue mi primer viaje a un país tropical con una naturaleza exuberante. Y fue un viaje inolvidable que me sedujo mucho, tanto en el plano académico como por el descubrimiento de un pueblo y de un país magnífico adonde he regresado varias veces invitado frecuentemente por Carlos Aguirre y después por Alfonso Mendiola de la Universidad Iberoamericana, y donde he impartido seminarios y conferencias, porque en la Ibero están los estudios más importantes sobre Michel de Certeau y su obra, es decir, justamente sobre la historia y grafía, como lo indica el nombre de la revista de la Ibero, que significa que la historia es escritura. Se debe tomar en cuenta que la historia es una narración, y que hay que interesarse por el discurso que la contiene, y a partir de eso surge, como decía Certeau, una reflexión sobre la disciplina. Una reflexión de orden historiográfico y discursivo-literario. Así que, gracias a estas amistades, he estado siete u ocho veces en México. Me gusta mucho la Ciudad de México. Después efectivamente mi relación con el mundo latinoamericano ha crecido puesto que he sido invitado muchas veces a Brasil. También he viajado siete y ocho veces al norte y al sur de Brasil. He publicado incluso libros que no existen en Francia, recopilaciones de artículos, etcétera. He sido invitado a la reunión de los historiadores de todos los estados de Brasil, donde he intervenido varias veces. Con mis editores he conocido Recife, Río Grande del Sur, Porto Alegre, San Pablo, Río, etc. También he ido varias veces a Buenos Aires. Dos veces a Santiago de Chile; Bolivia y Perú de forma rápida con amigos por ciertos cursos. Ve pues que para mí el mundo latinoamericano es muy importante. He comprobado que estos países están muy avanzados en la reflexión sobre la historia. Es decir que nosotros en Francia nos dedicamos bastante tardíamente a la historiografía, a la reflexión sobre nuestras disciplinas, pero es algo que se ha anclado académicamente mucho más en las universidades latinoamericanas, donde muy pronto se estudia teoría de la historia, sus aproximaciones, cómo abordarla, en fin, la historia de la historia. Es una perspectiva bastante abierta y reflexiva. Todo ello es muy reciente en Francia. Y entonces, como ése era mi terreno de estudio pues mi tesis fue sobre la historia de la historia, en particular sobre la historia de la Escuela de los Annales, en efecto me encontré después con historiadores y sociólogos latinoamericanos.

—¿Diría usted que hay diferentes regímenes de historicidad entre América y Europa? ¿La gente vive de manera diferente el tiempo?


Sí, el tiempo se vive de manera diferente en América Latina y en Francia. Hay rezagos, sin duda. Pero si tomamos el abordaje que usted propone, “régimen de historicidad”, concepto de François Hartog, diré que vivimos tanto en América Latina como en Francia una crisis de historicidad que nos es común. ¿Qué es un régimen de historicidad? Es la relación entre el pasado, el presente y el porvenir. Ahora, en América Latina o en Europa, conocemos hoy —ya desde hace mucho —una crisis de porvenir, crisis de futuro, crisis de proyecto de sociedad, después del derrumbamiento, del fracaso y abominación que fue el régimen comunista, que generó en un momento el sueño y la utopía social, lo que ya no es el caso. Entonces no tenemos proyecto alternativo, por lo que vivimos un proyecto que François Hartog calificaba con razón de “presentista”. Una especie de ausencia de futuro, “no future” como se decía antes. Entonces se trata de una relación fuerte entre el pasado y el presente que tendrá las mismas consecuencias tanto en América Latina como en Europa, esto es evidente, bajo la forma de un empoderamiento de la memoria. Es decir, se trata de una relación con el pasado bastante diferente, que ya no es la de la historicidad precedente, que consistía en ir a buscar en el pasado el alimento del futuro, del que sabíamos o conocíamos más o menos la dirección. Cuando se conoce más o menos la dirección se van a buscar cosas que alimenten esa construcción de futuro. Pero como ya no hay porvenir, nuestra relación con el pasado se hace cada vez más nostálgica, melancólica, de patrimonialización, de desarrollo de conmemoraciones. Se recicla el pasado. Ahora bien, esto tiene aspectos positivos. No lo digo sólo como crítica. Existe la necesidad de convocar el pasado y evidentemente hay una necesidad de convocar la memoria. Incontestablemente la memoria ha enriquecido mucho la historia. Hay un aporte historiográfico importante que fue hecho en Francia por Pierre Nora, Lugares de memoria, en tres tomos y varios volúmenes, que demuestra justamente que hoy no podemos hacer una historia sin convocar la memoria y que hay una historia social de la memoria por construir. Entonces es un aporte incontestable, que también teorizó Paul Ricoeur en su gran libro publicado en el 2000, La memoria, la historia, el olvido. Para él hay que distinguir la memoria y la historia, pero al mismo tiempo hay que pensarlas juntas y articularlas mutuamente. Es pues un aporte historiográfico muy importante. Pero al mismo tiempo esta mirada por el retrovisor hacia el pasado está cercenada de porvenir. Es un porvenir sin brújula, indistinto, indeterminado. Ahora, hay algo bueno en este aspecto: hemos enterrado un poco lo que yo llamaría la teleología histórica. La filosofía de la historia que dominó desde finales del siglo XVIII, todo el siglo XIX y buena parte del siglo XX hasta, yo diría, la Segunda Guerra Mundial, consideraba que había una única dirección de la historia. Así lo pensaron Kant y Marx pasando por Hegel. Bien, hoy esta idea de la historia está en crisis y es entonces que hemos cambiado de régimen de historicidad porque ya nadie cree fundamentalmente que la historia sea lineal, tendiendo al mejoramiento y dirigiéndose al bienestar. En este punto hubo el nazismo y la barbarie en el país más cultivado del mundo, Alemania, que dio luz a un monstruo. Evidentemente esto nos hace interrogarnos sobre el sentido de la historia. Ahora bien, para mí tenemos una responsabilidad importante que es justamente encontrar o inventar el sentido, pero que no sea un sentido direccional, lo que motivó mi libro El imperio del sentido. La humanización de las ciencias sociales, de 1995. Propongo allí una interrogación sobre el actuar humano que busque también una revitalización del presente, pero un presente que debería ser portador de un nuevo sentido del devenir. Un devenir que nos remita a una responsabilidad, un sentido donde los actores sean responsables, y un sentido que conlleve un proyecto. Ahora bien, este sentido necesita, en el plano metodológico, al menos de la parte de las humanidades, de los historiadores, analizar justamente qué es el sentido para los actores. Hay que tomar en serio a los actores, como se decía en la Escuela de los Annales. Tomar en cuenta a los actores significa llevar cuenta de sus discursos, de sus escritos, y no solamente desenmascararlos con una filosofía de la sospecha. Eso requiere hoy de un proyecto que sea el de una sociedad más justa, de una ética de vida colectiva en el sentido romano, que implique una convivencia más abierta, y que tenga en cuenta, lo mismo para América Latina y Europa, los efectos de la globalización. Un proyecto que tenga en cuenta nuestro sistema, nuestro planeta y su equilibrio, e incluso a los seres vivos, es decir, no solamente a los seres humanos sino a los seres vivos, los animales, las plantas, la preservación del oxígeno, que nos permita protegernos del efecto invernadero, por hacer un juego de palabras, que no lo es tanto. Esto que decimos nos remite a lo que decía Albert Camus de modo casi profético cuando ganó el Nobel de Literatura en 1957, después de su militancia comunista. En 1957 ya había pasado el XX Congreso, la invasión de Hungría por el Ejército Rojo. Evidentemente ya había tomado una enorme distancia crítica con la Unión Soviética. Decía que el desafío de su generación, generación que había creído en revolucionar el mundo, era salvar el planeta de la catástrofe. Lo dice en 1957 en su discurso de aceptación del Nobel en Estocolmo. Hoy esto es evidentemente un imperativo y nos parece obvio a escala planetaria que todas las naciones se pongan a discutir sobre cómo van a salvar el planeta de un desafío importante.


—Hemos hablado de la relación entre América Latina y Europa y ahora podríamos pensar tal vez en la diferencia entre los jóvenes y los mayores, que todavía vivieron una época de ilusiones y proyectos, lo que ya no es el caso para las generaciones, digamos, a partir de los años ochenta y noventa. ¿Constata usted esta diferencia?

Sí, esta diferencia sí. Usted tiene razón. Pertenezco a una generación que debe hacer un trabajo de duelo. Un duelo de la esperanza que tuvo, y por lo tanto un trabajo de reflexión. En este sentido escribí el libro La saga de los intelectuales 1944-1989, en dos volúmenes, traducido por Akal. La elección de las fechas no es casual. En mi opinión es durante este periodo que se acaba el régimen de historicidad teleológico, que se derrumbó totalmente. Entonces sí, mi generación ha tenido que hacer este trabajo de duelo, aunque personalmente nunca creí en el modelo soviético. Cuando era joven me encontraba en Praga mientras Checoslovaquia era invadida por los rusos. Y yo no estaba del bando de los tanques rusos que invadían el país en aquel agosto del 68... Pero efectivamente creía en esta especie de utopía presentada como comunista no estalinista. Entonces usted tiene razón, para las nuevas generaciones no hay este trabajo de duelo por hacer. Pero de cualquier modo hay que conocer ese periodo que nos es próximo para no cometer los mismos errores, yerros, cegueras, porque la nueva generación debe reconstruir sobre ruinas un proyecto colectivo completamente diferente. Lo que da esperanza es que la juventud internacional está mucho más sensibilizada por las cuestiones de orden ecológico, todo lo que es preservación del medio ambiente y por lo tanto todo lo que implica una nueva ética, otro modo de vida, otro modo de crecimiento, todo lo cual tiene muchas consecuencias en el orden político. Esta toma de conciencia de los jóvenes es esperanzadora, pues muestra su rebeldía en manifestaciones públicas a nivel internacional, donde efectivamente se trata de golpear fuerte y claro para hacerse escuchar para que los Estados tomen medidas que sean verdaderas, y no pura demagogia, con el fin de preservar nuestro mundo y para que haya menos desigualdades sociales y más preservación de la vida.

—¿Quisiera decirnos algo sobre sus nuevos libros?

Macron ou les illusions perdues. Les larmes de Paul Ricoeur (Macron o las ilusiones perdidas. Las lágrimas de Paul Ricoeur), en las ediciones Le Passeur, es, digamos, un segundo volumen después del que apareció en 2017, al comienzo del quinquenio, que se llamó El filósofo y el presidente. Ricoeur y Macron, en el cual yo veía el programa de Macron como una traducción de tipo político —pero toda traducción implica un desplazamiento, no era una aplicación del programa filosófico de Ricoeur evidentemente—, pero veía pues la filosofía de Ricoeur como una fuente de inspiración importante para su programa de Gobierno tal como el propio Macron lo había hecho explícito en su libro Revolución (2016), en sus discursos de campaña y en su primer discurso como presidente. Luego he constatado cómo le dio la espalda, en lo esencial, a esta herencia, a esta filiación filosófica, de donde se explica mi subtítulo Las lágrimas de Paul Ricoeur, porque manifiestamente la filosofía muy humanista en búsqueda de la justicia social de Ricoeur no se encuentra en la política de Macron, que ha derivado de la izquierda a la derecha, incluso hasta intentar drenar el electorado de la extrema derecha. En efecto, cuando vio que Marine Le Pen (de extrema derecha) consiguió mucho reclutamiento con la cuestión de la inmigración, intentó insertar en su programa la cuestión de los inmigrantes para mantenerlos lejos y para hacerlos regresar a sus países de origen. Entonces en ese punto ya no me reconocí en las orientaciones de Macron, que son de una derecha bastante clásica en realidad, y en absoluto de izquierda. La izquierda que, por supuesto, es muy heterogénea. En todo caso, sentí un deber moral, personal, después de haberlo apoyado, de decir lo que pensaba. Y en este libro digo lo que pienso. Tenemos un presidente camaleón que hace todo por… para decirlo rápido para pasar de Ricoeur a Maquiavelo en su práctica de poder. Entonces tenemos efectivamente el poder de la seducción. Se pasó de la conquista del poder al ejercicio del poder en una tentativa por mantener el sistema, sin tomar en cuenta lo que fue la pandemia.

Luego está Las verdades de la novela. Una historia del tiempo presente. En este ensayo trabajo la literatura francesa de los últimos treinta o cuarenta años, en todas sus variantes, para mostrar que los escritores, que frecuentemente están adelantados para percibir el tiempo, como se dice, describen tan bien nuestro régimen de historicidad presentista que, para muchos, hacen historia del tiempo presente cuando toman prestado el traje de historiador para llevar a cabo indagaciones de tipo histórico sobre temas particulares, pero con una escritura literaria, y que los historiadores están fascinados por la ficción, que les hace sentido. Y que se lanzan a veces, historiadores conocidos, a las ficciones. Hay entonces un cruce entre historia y literatura que nos remite a una situación nueva en Francia, puesto que la historia había cortado su cordón umbilical con la literatura en el siglo XIX. Cuando los historiadores se profesionalizaron bajo la Tercera República, se pusieron en guardia contra lo que llamaron “los microbios literarios”. Entonces inventaron el método histórico, la crítica interna y externa de fuentes, con lo que se independizaban de las letras. Esto se manifestó en términos académicos. En la Sorbona hizo falta crear cátedras de historia, pero estas cátedras fueron creadas a partir de las de humanidades, es decir, de letras. Enseguida esto se ligó a la idea de que la historia era una ciencia, y esta aspiración hacia la historia científica la distanció aún más de la literatura, de la ficción, hasta que un cierto número de personas —Ricoeur, Certeau— mostró que no: la historia es una narración, una intriga, o como decía Certeau, una “ciencia ficción”. Ficción no en el sentido del género literario que llamamos ciencia ficción, sino como una tensión, un oxímoron que se mantiene unido, es decir, una ficción en el discurso histórico. Y evidentemente estas reflexiones sobre la historia como escritura han acercado a los escritores y a los historiadores. Es aquí donde hay toda una serie de acercamientos y actualmente hay casi una indistinción entre los dos.

Después estoy trabajando en una gran biografía de Michel Serres, que debe aparecer en ediciones Bouquins. He trabajado en ello dos o tres años en investigación de archivos, entrevistas y en la lectura de su corpus que es inmenso, porque publicó cerca de ochenta libros y dictó un sinnúmero de conferencias. Gravitaba lo mismo sobre la ciencia, la filosofía, la literatura y la historia. Es una obra de una gran riqueza.

—De cierta manera se diría que usted es un poco como Plutarco…

¡No, es muy amable, pero en realidad no…

—O como Diógenes Laercio. Quiero decir que usted conserva la memoria de los grandes filósofos de una época y de una cultura, la francesa, ¿no es verdad?

Sí, bueno, yo no tengo la carrera de Plutarco, autor de las Vidas paralelas. Pero cuidado porque Plutarco, cuando escribía sus Vidas paralelas de romanos y griegos estaba en un discurso que era un discurso moral, que es lo que tenía sentido para él. Por otra parte, él mismo dice en su Vida de Alejandro Magno: yo no hago historia, yo escribo vidas. Aquí tomo mi distancia, porque yo soy un historiador. Plutarco no, porque tomaba muchas libertades con la verdad histórica. No era su problema. Él inventaba diálogos, inventaba historias que le sucedían a César o a fulano o a zutano, a Alejandro o a alguien más, en razón de una demostración filosófico-ética. Su objeto era el vicio y la virtud. Era la diké y la hybris, la mesura y la desmesura. Lo que él buscaba era hacer valer la diké, hacer valer la mesura, hacer valer una especie de “equilibración” de la psicología humana para tomar buenas decisiones. Es por eso que Plutarco ha sido enormemente utilizado posteriormente por Napoleón y otros que llevaban su pequeño Plutarco en el bolsillo, como lección de vida, como lección de “decididores”, de estrategas en el plano militar y político. Ahora bien, evidentemente éste no es mi objetivo. Mi objetivo siempre ha sido la historia intelectual. Cómo esta historia intelectual se articula a partir de ciertas figuras. Es por eso que he ofrecido muchas biografías intelectuales: Ricoeur, Certeau, Deleuze, Guattari, Castoriadis, Vidal-Naquet y ahora Michel Serres, pero también sobre las revistas —comencé por la Escuela de los Annales, que era una revista— y sobre paradigmas dominantes de una época, de ahí mi libro sobre la historia del estructuralismo, y luego El imperio del sentido, sobre el post-estructuralismo y la emergencia de un paradigma pragmático-hermenéutico. Entonces es esta distribución entre paradigmas, revistas y figuras, donde se encarna la historia intelectual en personas con sus apuestas, sus combates. Y esto es lo que he desarrollado en mi Saga de los intelectuales en la Francia de la posguerra. Ver cómo se desarrolla. Porque en esta Saga de los intelectuales hay figuras preponderantes, de donde se explica la portada de los volúmenes: Sartre y Foucault. Pero también ha habido sobre todo innumerables revistas que han animado esta vida intelectual. Las revistas como marco de sociabilidad, como marco generacional de ciertos intelectuales que se encuentran entre sí y publican entre ellos.

—Tal vez podríamos llamar a esto una historia del espíritu encarnado… o de la inteligencia encarnada.

Sí.

AQ

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