Kafka dibujante

Centenario

Por cortesía de Zorro Rojo, presentamos un fragmento del prólogo a ‘Dibujos recuperados’, que ofrece una faceta poco conocida del escritor praguense.

Libretas con dibujos de Franz Kafka. (Zorro Rojo)
Jordi Llovet
Ciudad de México /

No puede decirse que Franz Kafka fuera un dibujante de primerísimo orden, tanto si se observa el panorama del dibujo y la pintura en sus años de vida como si sus dibujos se consideran a la luz, siempre vacilante, de un criterio objetivo y anacrónico. Kafka apenas cita en sus diarios y cartas a los dibujantes más conocidos de la Praga de su tiempo, y menos aún a los de Alemania, en su mayoría adscritos al Expresionismo. Kafka siempre creyó que pertenecía, ante todo, a la cultura alemana; en segundo lugar, a la judía, y solo marginalmente, pues conocía su lengua, a la cultura checa. Es cierto que su obra literaria fue considerada, cuando se publicaron sus primeros escritos, próxima a la “escuela” expresionista. Pero esa apreciación fue consecuencia de la falta de perspectiva sobre su obra, algo que hoy ya poseemos, y que ha acabado deslegitimando casi del todo ese calificativo. Kafka es un autor enormemente singular —posiblemente el más singular de toda la literatura europea del siglo XX y uno de sus cuatro o cinco valores—, y sus dibujos acusan igualmente su singularidad, ajena a toda “escuela”.

Por las conversaciones que Gustav Janouch mantuvo con Kafka hacia el final de la actividad laboral de este en Praga, sabemos que al escritor le gustaba la obra de Picasso, de quien había visto alguna exposición en la ciudad, pero tan tarde como a principios de los años veinte. Por esta razón, los dibujos de Kafka no permiten hablar de influencias picassianas, pues la mayoría de ellos son anteriores a su conocimiento de la obra del pintor malagueño, a quien ni siquiera cita en sus diarios o en su correspondencia. Sí menciona, sin embargo, a Alfons Maria Mucha en una entrada del 12 de noviembre de 1911, aunque Mucha fue propiamente un artista del periodo modernista. Solo algunas veces se advierte en los dibujos kafkianos la atención que el autor prestó a ciertos dibujantes coetáneos, como Otto Mueller, Emil Nolde, Max Pechstein, Christian Rohlfs o Karl-Schmidt-Rottluff; pero los dibujos del escritor no acusan de una manera obvia la impronta del arte gráfico de estos artistas. Si acaso, hay algunos trazos en los dibujos de Kafka que remiten, indirectamente, al arte de Schmidt-Rottluff (véanse, de este, Aus Rastede o Dünen und Male) y también, vagamente, al de Elrich Heckel (véase Der Gefangene, de 1918), en el que aparece un hombre rodeado por unas rejas, motivo parecido a uno de los dibujos de Kafka que presentamos en esta edición; pero esto es, también, una mera suposición y pura coincidencia. En algunos casos, podría plantearse que ciertos dibujos de Kafka se parecen ligeramente a la obra de George Grosz, pero es más por lo que ambos tienen de satírico que por los trazos artísticos de los dibujos. En el menos hipotético de los casos, como ya se ha indicado, por la fecha de publicación de sus dibujos en libros o revistas, Kafka pudo haber conocido los del citado Emil Nolde de los años 1910, como el Fräulein Dr. Sch (Rosa Shapire), de 1907; los Patnadore I y II, de 1908: los Tanz I y II, del mismo año, o el Zwei Juden, de finales de los años 1910. La obra ulterior de Nolde ya no tiene nada que ver con los dibujos de Kafka; y lo cierto es que el escritor no lo cita en ninguna ocasión en sus diarios y cartas, en los que los asuntos artísticos se limitan a comentarios de la pintura clásica que vio en museos del extranjero durante sus viajes, y observaciones sobre los autores que tuvieron una presencia más regular en la ciudad de Praga, algunos de ellos amigos de Max Brod, cuyo domicilio fue centro de una actividad artística y literaria notable.

Es probable que el dibujo “significara” para Kafka algo más determinante en el campo de sus proyectos literarios que en sí mismo. (Zorro Rojo)

No menos relevante fue la admiración de Kafka por el arte gráfico de Albert Kubin y de Kurt Szafranski, ambos amigos del Brod y del autor. Conoció personalmente a Kubin y, en una postal que Kafka envió a Max Brod el 22 de julio de 1914, el escritor se refiere a un dibujo de tres años antes que Kubin había enviado a Brod —en el que aparecen dos hombres deformes ataviados al modo burgués, con sombrero— en estos términos: “Tal vez consiga decirle alguna vez […] lo que para mí significa este trabajo suyo”. Aun así, es probable que el dibujo “significara” para Kafka algo más determinante en el campo de sus proyectos literarios que en su práctica del dibujo en sí, que fue siempre ocasional y azarosa. Una vez más, conviene señalar que los contactos de Kafka con el arte clásico y las muestras artísticas de su tiempo —estas, en especial— tuvieron alguna influencia en su obra literaria, pero es mucho más discutible que la tuvieran en su obra gráfica. Apreció el arte de Willi Nowak, a quien Brod había conocido en el Café Arco, frecuentado por Kafka, y mucho más el de Friedrich Feigl, uno de los miembros del llamado grupo praguense de Los ocho, y a quien cita a menudo en su correspondencia con su prometida Felice Bauer.

AQ

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.