Gabriel Bernal Granados: “Somos parte de un orden superior que aún nos rige”

Entrevista

De Leonardo Da Vinci a John Keats, el ensayista mexicano explora qué nos puede decir el pasado sobre el encuentro entre lo humano y lo divino.

Gabriel Bernal Granados, ensayista, narrador y poeta mexicano. (Foto: Secretaría de Cultura)
Silvia Herrera
Ciudad de México /

Escritor cuyo proceso creativo se encuentra en un momento alto en cuanto a productividad, Gabriel Bernal Granados, luego de su celebrado libro Leonardo da Vinci. El retorno de los dioses paganos (Turner, 2021), ha dado a conocer los volúmenes Dos poemas del romanticismo inglés. William Wordsworth-John Keats (UANL, 2021), en el que se hace presente uno de los principios de este movimiento, la relación del hombre con la naturaleza, e Interiores (Odradek, 2021), un libro de ensayos el cual posee un tono diferente al Leonardo y cuyo común denominador, como él señala, es la nostalgia mediante la que reconstruye “un mundo ido hace mucho tiempo. El de mi infancia y mi adolescencia”. Además, Bernal Granados obtuvo el Premio Bellas Artes de Ensayo Literario José Revueltas 2021 por su libro Historias, del que se espera una próxima publicación. La siguiente conversación se centra en los dos primeros títulos.

—En tu libro sobre Leonardo tradujiste un poema de John Milton; ahora publicas un pequeño libro donde traduces poemas de Wordsworth y de Keats. ¿Por qué elegir poetas del pasado y no contemporáneos?

El poema de Milton del que aparece apenas un fragmento en el libro de Leonardo, “Il Penseroso”, forma parte de un díptico donde la figura del melancólico se opone a la del “alegre”. Milton estaba pensando en su propio temperamento (melancólico) y lo oponía al temperamento de uno de los amigos más significativos de su juventud, Charles Diodatti, que había conocido en sus años de estudiante en Cambridge. La melancolía fue clave para jalar el hilo de la influencia del neoplatonismo en la obra de Leonardo (los poemas de Milton pertenecen a una tradición donde aparecen contrastados los caracteres de dos “amigos”, como sucede en el doble retrato de Leonardo y Bramante, donde Bramante retrata a Leonardo como “el filósofo que llora” y él se retrata a sí mismo como “el filósofo que ríe”). Los poemas de Wordsworth y de Keats (otro díptico) que aparecen en el libro Dos poemas del romanticismo inglés, que publicó a finales del año pasado la UANL en su colección El Oro de los Tigres, fue parte de un trabajo escolar. No obstante, esta preocupación por el pasado debe tener una explicación inconsciente. Quizás en este momento de mi vida me interesa más el pasado del arte y la literatura que el presente.

—Acaso sobreinterpreté, pero percibo una conexión entre el poema de Wordsworth, “Tintern Abbey”, y una vertiente de los ensayos de Interiores. En un verso precisamente el poeta inglés habla de “Pensamientos de una interioridad más profunda”.

Los textos que conforman Interiores (ensayos, estampas, crónica de viaje) escarban en el recuerdo y la memoria. Son textos breves que van creciendo en su intencionalidad temática y terminan proyectando ese mundo interior en lo exterior, como sucede a partir del ensayo sobre el autorretrato de Schiele, que es uno de los momentos más escabrosos de este libro. El poema de Wordsworth, “Tintern Abbey”, tiene mucho de crónica de viaje: por un lado, Wordsworth rememora un viaje al valle del río Wye, en Gales, y por otro lado éste es un viaje al mundo mágico y salvaje de su adolescencia y primera juventud. Visto en retrospectiva, “Tintern Abbey” es un ensayo preparatorio de su poema mayor, El preludio, donde la memoria y esta noción de interioridad tendrían un papel preponderante. El interior es una proyección del universo exterior y viceversa. En mi libro sucede esto mismo: el alma o la memoria son espejos, donde lo que está afuera es un reflejo de lo que está adentro.

—Otro aspecto es la visión romántica de la naturaleza, que en tu caso considero se relaciona con tus mascotas.

Cuando tenía nueve años, mi tío Manuel me regaló un libro que todavía conservo: las Fábulas de Esopo. Mi historia favorita era la del león que se encaja una espina y le pide a un pastor que encuentra en el camino que le ayude a quitarle la espina de la garra. El pastor accede con temor. Cuando finalmente le quita la espina, el león le lame las manos en señal de agradecimiento y sumisión. Después de mucho tiempo, los dos amigos vuelven a encontrarse en circunstancias diferentes: el león ha sido cazado y destinado a un circo, donde debe devorar a unos malhechores. El pastor es uno de los prisioneros condenado a ser devorado por las fieras. Pero el león lo reconoce y en lugar de matarlo se coloca a su lado y lo defiende de las otras bestias. Esa misma historia apareció años más tarde en mi vida, bajo la figura de San Jerónimo y su león. El patrono de los traductores y uno de los intelectuales más destacados de los primeros siglos de la era cristiana, convivía con un león en la celda del monasterio donde vivía y trabajaba. Siempre me intrigó esta historia y su significado oculto: ¿se trataba del antiguo vínculo entre el hombre y la Naturaleza que los hombres, al vivir en las ciudades, habían olvidado? Desde luego que la presencia de los animales en nuestras casas, ahora que esa relación parece quebrantada por completo, son un recordatorio de lo que verdaderamente somos: parte de un orden superior que aún nos rige y del cual no podemos sustraernos. Así pues, lo natural se refiere a la pertenencia del hombre a ese orden superior que lo comprende todo y que nos sigue rigiendo, como el cambio de las estaciones o el movimiento y la rotación de astros y planetas.

—Otras “interioridades”, de carácter más físico pero no menos simbólico, son las de los textos sobre Degas. En principio pareciera que rompen con el tono del resto de los ensayos.

En Degas, al mismo tiempo que en Mallarmé, se produce un extraño fenómeno en la historia del arte moderno: el pintor se entrega a la tarea de reproducir un momento clave que tiene que ver con la representación, pudorosa o sugerida, de un acto en extremo violento entre un hombre y una mujer: una violación. La representación de una escena de esta naturaleza, en Degas, lleva el título significativo de Interior (1868). En el “Soneto en ix” (la primera versión del soneto es de 1868), el poeta representa una habitación vacía, donde en la luna de un espejo, se encuentra un bajorrelieve en el que una ninfa está siendo alanceada por una estampida de unicornios. Se trata, en efecto, de una violación que ocurre en el plano de lo simbólico. El tema vuelve a presentarse en Picasso, en dibujos y en pinturas donde lo masculino se representa bajo la figura de un Minotauro, que posee salvajemente a una mujer. Tanto Degas como Mallarmé y Picasso parecen estar conscientes de que la representación de este acto hunde sus raíces en la Edad Media, donde la unión se produce entre un dios y una mujer. Es el hieros gamos, o unión sagrada, que significa una alteración del orden cósmico, pero también y al mismo tiempo la renovación de un pacto entre el hombre y lo divino. En Degas, el “caballero” que observa a la ninfa reclinada tiene las orejas de un fauno; en Mallarmé, es un unicornio el que embiste a la virgen; y en Picasso es un Minotauro el que se ayunta con una mujer indefensa. La unión parece darse en el hortus conclusus de la tradición medieval, donde lo abierto recuerda a lo cerrado y viceversa. Esta doble conjunción, esta doble resonancia entre lo abierto y lo cerrado, lo humano y lo divino, es el espíritu que recorre las páginas de mi libro.

AQ​

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