Gabriel García Márquez escribió sus historias dando golpecitos con dos dedos sobre las teclas de la máquina de escribir, que después cambió por la computadora. Sigue siendo un misterio cómo sobrevivieron sus falanges a diecisiete obras, cómo resistieron miles de páginas de mágica prosa. En cambio, sabemos que su terreno de formación literaria fue el periodismo y que no habría habido Macondo si Gabo no hubiera respirado la tinta de las imprentas.
En el ámbito periodístico fue de todo: columnista, reportero, editor, hasta convertirse en fundador, accionista y financista de varios proyectos. Su sueño era crear el mejor periódico de América Latina, inspirándose en periódicos europeos como El País y La Repubblica.
Había escrito su primer artículo, con el rumor de las teclas, a los 21 años, como aprendiz de El Universal de Cartagena. Hablaba del toque de queda vigente, pero funcionarios del gobierno impidieron su publicación. Era 1948 en una Colombia convulsa, pero la censura, en vez de desalentarlo, alentó la creatividad e imaginación del joven Gabo.
De esta manera, en su primera columna diaria, “Punto y aparte”, utilizaba refinados juegos lingüísticos para lanzar flechas envenenadas contra el régimen. Con lo que le pagaban apenas le alcanzaba para sobrevivir y comprar los tres paquetes de cigarrillos al día que fumaba. En sus memorias recuerda cómo a veces se quedaba dormido arrullado “por el olor aceitoso de las bobinas de papel en la oficina editorial, el único lugar que nunca cerraba”.
Entre tantas otras cosas, García Márquez inventó y publicó Comprimido, el periódico más pequeño del mundo: cuatro medias páginas dobladas en un cuaderno de cinco centímetros. Era una edición vespertina de distribución gratuita y podía leerse completa en cinco minutos. Solo se publicó durante una semana.
Ni la fama ni la literatura lo apartaron del periodismo. En 1982, a los 54 años, ya en el Olimpo de los novelistas y con el Premio Nobel a las puertas, se lanzó a otra aventura editorial: un periódico innovador que subvertiría la rutina de apegarse al lenguaje y a los hechos pregonados por el gobierno, como sucedía en la mayoría de periódicos latinoamericanos de la época. Sería un periódico diferente y se llamaría El Otro.
Para su creación tomó como modelo dos periódicos: El País de España y La Repubblica de Italia, fundado por Eugenio Scalfari seis años antes. Darío Arizmendi, periodista colombiano, ahora jubilado y quien sería el editor designado por Márquez, lo recuerda desde su casa en Colombia.
—¿Por qué la elección de La República como modelo?
Gabo quería crear un híbrido, inspirado en los que consideraba entre los mejores periódicos europeos, modernos y pluralistas. El Otro debería haber sido un soplo de aire fresco, habría circulado desde finales de 1983 con una tirada inicial de 100 mil ejemplares. En mi libro, Gabo contado, publicado hace seis años, relato el acto constitutivo del futuro periódico, con los principios fundacionales y la línea editorial, incluido el formato: “será un tabloide como La Repubblica”, dijo García Márquez durante las innumerables reuniones de planificación. Sin espacio para comentaristas, nos repitió: “La línea del diario estará en las investigaciones”.
—¿Qué criterio siguieron para formar el equipo de periodistas?
Gabo buscaba jóvenes de mirada intacta y espíritu ligero, sin rencores, sin que los picara la hiel de la amargura. Se lanzó un concurso nacional y se seleccionaron 35 reclutas, todos menores de 30 años, para la redacción. Fueron capacitados durante cuatro meses, más con lecciones en ética que en técnica periodística, involucrados en pruebas de simulación como pilotos en la escuela de vuelo. En el manual de estilo de El Otro, Gabo les indicó que el rigor en la investigación no era una especialización periodística, sino la esencia del oficio.
—En su libro relata numerosos consejos del maestro a los futuros editores.
Les instó a no abusar del género de entrevistas que él consideraba más apropiado para radio y televisión. Prefería la libreta de notas a la grabadora. Les enseñaba a respetar las fuentes, sin ponerlas en un pedestal. Reprochó el ímpetu en la búsqueda de adjetivos e incluso prohibió adverbios que terminaran con el sufijo “mente”. Los estudiantes protestaron, era imposible. Pero en 1985 reiteró sus teorías en la novela El amor en tiempos del cólera. En sus páginas no hay traza de los adverbios señalados. Insistió en no sacralizar la primicia. En su opinión, el reportaje es el género estelar del periodismo. Se necesita tiempo para investigar y reflexionar, así como habilidad narrativa, y es la forma más completa de noticias. Animó a los futuros editores a formarse en este estilo para practicar, como él mismo dijo, el mejor oficio del mundo sin remordimientos.
—Usted era el director designado, ¿qué papel tenía García Márquez?
Además de ser accionista, era presidente de la junta editorial, pero en realidad controlaba todo, hasta los mínimos detalles, desde los títulos hasta las fotografías. Las habituales fotos de un gobernador el día de su toma de posesión serían descartadas, señaló Gabo en el proyecto editorial, así como los primeros ministros que se dan la mano, “a menos que el gobernador, prestando juramento, levante la izquierda o los primeros ministros hagan muecas”.
—La relación entre García Márquez y el periodismo fue visceral. ¿Es cierto que sus artículos a veces llegaron a influir directamente en los hechos? Se dice que sucedió desde sus primeros informes, como corresponsal del diario El Espectador.
Así es. Llegó a Chocó, una de las provincias más olvidadas y remotas de Colombia, entre los Andes y el Pacífico, donde se acumulaban las protestas populares contra el saqueo de recursos realizado por el gobierno militar. Gabo mostró ese saqueo y el agotamiento de los recursos del Chocó. Su reportaje tuvo un eco enorme y el gobierno abandonó el proyecto. Claro que no escribía para recibir aplausos, como hoy no habría escrito para los amantes de la moda.
—¿Qué lo llevó a lidiar con noticias olvidadas?
El placer de contar historias, de documentar hechos y tragedias personales por la injusticia. Se convirtió en un especialista en la redención de verdades perdidas, casos fríos de la época que demasiados periodistas no querían investigar. Así dio nueva vida a la noticia que permanecía archivada, que volvía a ser primicia. Por ejemplo, cuando un mes después del naufragio del destructor Caldas entrevistó al único superviviente, el marinero Luis Alejandro Velasco. Se descubrió la verdad sobre el desastre: no fue la tormenta lo que lo provocó sino el excedente de contrabando, mercancías transportadas por el buque de la Armada, en violación de los códigos de navegación y las normas internacionales de seguridad.
—Ese reportaje, “Relato de un náufrago”, causó sensación en 1955.
Por esta revelación, el joven reportero fue atacado como agitador y enemigo del régimen. Para protegerlo, su director, Guillermo Cano, lo envió a Ginebra y luego a Roma para cubrir la enfermedad del papa Pío XII. Para García Márquez, comenzó una nueva época: fascinado por el neorrealismo, decidió matricularse en el Centro Experimental de Cinematografía de Cinecittà y permaneció en la capital italiana varios meses, lo que resultó crucial para el reportero y el escritor que señalaba las raíces de su realismo mágico en la obra de Cesare Zavattini.
—A los 27 años era un destacado periodista, mientras la Guerra Fría y la caza de brujas del macartismo se infiltraban en Latinoamérica. ¿Gabo ya era considerado un periodista de izquierda?
Durante el conflicto ideológico nunca ocultó sus simpatías por el socialismo, pero sin carnet de partido. Su munición periodística era el rigor investigativo, el poder narrativo, la empatía con los lectores, así como el humor refinado. Deseaba que El Otro fuera una mezcla explosiva de misticismo, ética y estética, más allá de los cálculos partidistas.
—El nombre del periódico era un homenaje a Jorge Luis Borges, autor del cuento “El Otro”
Sí, aunque políticamente eran polos opuestos. Un monárquico honrado por un maître à penser de izquierda. A través de El Otro, Gabo quiso sacudir el dogmatismo de los medios tradicionales, como habían hecho El País y La Repubblica. Cuarenta y dos años después, ese proyecto sigue siendo de gran trascendencia. Los amantes del periodismo de García Márquez encuentran allí innumerables reflexiones sobre las “burbujas de información” que construyen las redes sociales, que hoy, con la intermediación de algoritmos, domestican al público a un solo pensamiento, limitando la visión del mundo y la información.
—En diciembre de 1982 García Márquez obtuvo el Nobel. El Otro ya estaba registrado ante notario y él se había comprometido a destinar parte del premio para financiar el proyecto. Pero la utopía no se realizó, ¿por qué?
El año siguiente resultó agitado para Gabo. Entre viajes, conferencias, entrevistas, seminarios, pudo dedicar poco tiempo al desarrollo del diario. Pero el golpe de gracia no fue por falta de tiempo. “Ella lo pensó”, dijo refiriéndose a La Gaba, Mercedes Barcha, su esposa, su musa desde la adolescencia. Y tenía el derecho a hacerlo. Había afrontado a los acreedores durante los 18 meses en que García Márquez escribió Cien años de soledad. Había empeñado en el Monte de Piedad sus electrodomésticos para pagar el envío de la copia mecanografiada a Buenos Aires, a la editorial Sudamericana, que publicó la primera edición de la obra maestra en 1967. Ella asistió a las reuniones de El Otro (era accionista) pero cuando se discutió el financiamiento, se puso de pie exclamando: “Aquí el dinero lo administro yo, y no pretendo arriesgar un solo peso”.
Tomado de Robinson, enero 2021.Traducción: MBM
AQ