Gabriela Couturier: “Todos migramos de alguna manera”

Entrevista

Siempre un destierro narra la historia de sus antepasados franceses, obligados a migrar a México en busca de una vida lejos del hambre, la pobreza y la guerra.

Gabriela Couturier, autora de 'Siempre un destierro'. (Foto: Ángel Soto)
Ángel Soto
Ciudad de México /

Suzanne Simard, silvicultora y profesora de Ecología Forestal en la Universidad de Columbia Británica, tiene una teoría sobre los nexos subterráneos de los árboles. “Bajo tierra —explica— hay otro mundo, un mundo de infinitos caminos biológicos que conectan árboles y les permiten comunicarse y comportarse como un solo organismo”. Esa imagen surgida del método científico es idónea para describir el hilo con el que se teje Siempre un destierro (Océano), la nueva novela de Gabriela Couturier.

“En el momento en el que arrancas uno de esos árboles, también los demás se quedan un poco contrahechos. Te arrancan y te vuelves a plantar, pero ya no sabes cómo vas a crecer en ese otro lugar”, cuenta la autora.

La suya es la historia de una familia condenada al desarraigo: un puñado de franceses que, como tantos otros, se instalaron en México durante el siglo XIX para huir de la pobreza, el hambre y la guerra. En el transcurso, abandonaron el abolengo, el paisaje —qué decir del clima— y a su gente, conscientes de que quizá nunca se reencontrarían.

La aparición de una carta “de amor que no iba dirigida a la mujer deseada”, olvidada durante más de un siglo en un granero, encendió en Couturier el estímulo narrativo que la facultó para entregarse a la tarea de hurgar en el pasado de su estirpe.

En el acontecer que narra hay magia, viajes, matrimonios, pérdidas y nostalgias. “Es un diálogo con tus muertos”, le sugiero. “Es diálogo, homenaje y justificación”, revira ella.

—¿Qué hace diferente a esta historia de migración?

Migraciones siempre ha habido y siempre habrá, son parte de la humanidad misma. La gente necesita buscar una vida mejor y todos estamos haciendo lo mismo. En ese sentido, todos migramos de alguna manera. Este éxodo es distinto en el sentido de que salió de lo que en ese momento era la civilización europea y se vino a lo que todavía era un mundo muy agreste, en Veracruz. Ahora las migraciones tienden a ir hacia la civilización, pero en aquel momento estaban dejando un mundo que, por muy civilizado y europeo, no tenía condiciones de vida.

—La incertidumbre puebla buena parte de la novela.

Es algo que me preocupaba mucho: cómo habían cambiado los que llegaron en relación con los que se habían quedado. Debe haber sido muy duro pensar en la pérdida, al margen de todo lo que ganaron; pensar “cómo habría sido yo si me hubiera quedado”. Es algo que nos pasa a todos.

—Es la idea del “mundo espejo” que describes al inicio del libro.

Sí, y eso es parte de la magia de ese momento. Sabían, con meses de retraso, de los nacimientos, muertes y otras noticias. Estaban, de alguna manera, comunicados y seguían siendo familia, pero ya no tenían nada en común. Cómo trasciendes cuando sabes que no hay nada detrás de ti, que los niños no tienen a sus abuelos, que no existen esos modelos con los que habían crecido.

—Tu relato es tan minucioso que parece que viajaste al siglo XIX francés. ¿Cómo hiciste para conseguir esa precisión?

Tres cosas. Uno: leí muchísimo. Fueron siete años de trabajo. Empecé por leer todo lo que me encontré. Me importaba no poner anacronismos, cosas que te distraen si el autor no es cuidadoso. Fui obsesiva al grado de investigar de qué lado se pone el sol, me fijé muchísimo en los olores de las cosas, en las texturas, en la vegetación. Tomé montones de fotos de los lugares antiguos, para saber cómo estaban hechas las puertas, los techos… Fui muy neurótica.

Dos: los viajes. Fui a Veracruz un par de veces. Fui a Francia un par de veces (en invierno y en verano) para entender cosas como los olores.

Tres: sentarme con las cartas y hacer un ejercicio de imaginación, tratar de entender cómo se deben de haber sentido mis personajes.

—Desde tu novela anterior, Esa otra orfandad, has demostrado que haces una suerte de literatura de la intimidad.

Me tardé mucho en apropiarme de los personajes y hacer que salieran desde algo que es mío, no en el sentido familiar, sino emocional: cómo puedo entender a alguien a partir de lo que siento. Como escritor, no tienes otra cosa. Si no sale de algo que tú conoces, se siente. Hay otro tipo de novelas que puedes ver desde afuera. Una novela como Siempre un destierro, donde intervienen tanto las entrañas, no puedes fingirla. No sabría cómo hacerlo. Todo lo inventado tiene que venir de una fuente muy interna, de algo real, porque si no se ve el artificio.

Siempre un destierro

Gabriela Couturier | Océano | México | 2019 | 287 páginas

ÁSS

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