En contra de lo que la opinión común sostiene, lo mejor y más significativo en la escena del arte casi nunca ocurre en el mundo del éxito y el espectáculo, a menos que esté ligado a los intereses políticos o a los arquetipos ideológicos dominantes de la época (Revolución, Guerra fría, Amor y paz, Feminismo, Migración…).
Esto lo saben de sobra los poetas con sus magacines, sus editoriales y sus propios libros de poemas. En el pasado, las revistas Pegaso, Contemporáneos, Taller o El hijo pródigo no representaron empresas o centros de proyección social. Sí representaron una intervención profunda en los problemas estéticos de su momento y, sobre todo —como ahora sabemos muy bien— en el futuro que ahora es nuestro presente. Por eso podemos decir que todas esas publicaciones nos ayudan a entender lo que pasa de bueno y malo en la literatura y en el arte de nuestros días.
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Así, no es raro que el gesto, el gesto profundo y contestatario, del grupo de pintores asociado con la galería Zona, pueda aparecer como algo olvidado o, más aún, casi como algo que no sucedió. Sin embargo, en ese juego de señales los signos saturados de pretensiones económicas y políticas señalan el vacío. Y, a la inversa, las exposiciones de comunidad, las imágenes no subordinadas a una idea de mercado y los caracteres personales hondamente necesarios —soslayados o eludidos por una crítica sorda o por una política cultural ciega— significan siempre más. Todos los pintores del grupo Zona constituyeron, en el colectivo que formaron, no sólo un camino original sino una operación mucho más grande de lo que hemos imaginado. Crear una galería de pintores para pintores que tratan de saltar por encima de las galerías comerciales y, en ese intento, producen un espacio, no sólo de exhibición, sino de auténtica actividad creativa, tiene un valor insospechado. Desde la primera exposición, donde todos los miembros del grupo participaron, hasta la última, pasando por “Hombres mirando Hombres”, “Mujeres mirando mujeres”, “Madona” de Alberto Gironella ..., Zona inventó un espacio de fuerza y actuación colectiva en que los artistas, en vez de perder la voz en el tráfico comercial, la hacían más potente en la difusión y el intento por transformar la venta de sus propias obras. Sé que junto a Zona habría que hablar de Suma, Proceso Pentágono, La Quiñonera, Temístocles 44 y otras más. De manera distinta, ellas también revelan la conciencia de un problema. Sin embargo, hay una diferencia: aunque Zona ya no esté y parece olvidada, la verdad es que su espíritu no ha muerto. Invisible, está aquí. Y no sólo porque sus miembros refrendaron su talento y desarrollaron una obra. Está aquí porque nunca ha dejado de ser un espacio real. Por eso la presencia de la galería Acapulco en la colonia Roma o, ahora, en la colonia Santa María. Y por eso el fantasma de Zona en la panadería de la Escandón con la reunión, hace treinta años, de Ana Casas, Manuela Generali, José Antonio Hernández, Alfonso Mena, Gustavo Monroy, Yolanda Mora, Mauricio Sandoval, Roberto Turnbull, Germán Venegas y Boris Viskin.
AQ