Georges Charpak: Héroe de la Resistencia, cazador de partículas

Mis días con los Nobel

El físico francés obtuvo el Nobel en 1992 "por el invento y desarrollo de detectores de partículas, en particular la cámara multicable", que hoy nos permiten descifrar cada vez más secretos del universo.

Georges Charpak en el Laboratorio Europeo de Investigaciones en Altas Energíasen 1992. (Foto: Gerard Cerles | AFP)
Carlos Chimal
Ciudad de México /

Lo conocí en el restaurante principal del Laboratorio Europeo de Investigaciones en Altas Energías (CERN), al que llamaré la Ciudad Escéptica. CERN, al igual que Fermilab, localizado en las afueras de Chicago; DESY, en el barrio de Altona, Hamburgo; KEK, en la ciudad de Tsukuba, Japón, son sitios donde se observan las entrañas de la materia y nada se da por sentado. “Somos escépticos por naturaleza”, me aseguró Georges Charpak, mientras tomábamos un café exprés. Es una pequeña urbe con avenidas que ostentan los nombres de Marie Curie, Ernst Rutherford, Albert Einstein y otros paladines del átomo, las cuales conducen a edificios laberínticos, cortazarianos, en cuyo subsuelo se encuentra un túnel de 23 kilómetros de diámetro donde descansa la poderosa máquina, Gran Colisionador de Hadrones (LHC). Como en la novela de Julio Cortázar, Rayuela, el edificio 1 no necesariamente conduce al 2. Hay un hotel con cuatro edificios, tres restaurantes, cafeterías, correo postal, banco, tienda de recuerdos.

Charpak obtuvo el Premio Nobel de Física en 1992 por materializar los sueños de los cazadores de partículas de su época. Y es que varias décadas antes había concebido y dirigido la construcción de instrumentos detectores, sin los cuales hubiera sido imposible adentrarse aún más en este extravagante universo de partículas subatómicas, alguna de ellas provenientes del cosmos. Otra mañana me habló de aquellos tiempos románticos. En 1968, dentro del mismo anillo subterráneo donde reposa el LHC, se hallaba el SPS (Súper Sincrotrón de Protones), máquina que se modificó para generar también antiprotones. Así se pusieron en marcha dos experimentos colosales: UA1 y UA2. Recuerdo que Charpak fue enfático al aclararme que un solo choque entre un protón y un antiprotón generaba cientos de señales eléctricas conforme las partículas atravesaban las diversas capas de UA1.

El cómputo se hizo cada vez más sofisticado, de manera que ambos experimentos incorporaron una serie de microprocesadores y computadoras conectadas a un ordenador principal; luego éste grababa sobre cinta magnética toda la información contenida en dichas señales. Cada evento ocupaba el espacio equivalente a uno 70 mil bytes y la computadora tomaba un cuarto de segundo en escribirlo sobre la cinta, ¡una eternidad! Los paquetes de protones y antiprotones que giraban en el SPS se topaban cada 7.6 microsegundos (esto es, 7.6 millonésimas de segundo). Así que mientras la computadora estaba ocupada escribiendo el registro completo de una sola colisión o evento, ya había una fila de otras tres mil colisiones que podía ser interesante registrar.

Para ello se utilizó el sistema subsidiario de microprocesadores y computadoras disponible entonces en la Ciudad Escéptica. Programadas con el propósito de realizar evaluaciones en cuatro millonésimas de segundo, descartaban las señales inútiles y guardaban las pertinentes. ¿Cómo saber qué grabar y qué no? Charpak me ilustró. “Mediante un programa escrito por físicos y expertos en lenguajes binarios, en ellos se indicaba a las máquinas qué guardar y qué desechar, dependiendo de sus valores intrínsecos”. Una nueva era del cómputo estaba comenzando. El ingenio de los programadores debía permitir que los protocolos pudieran reescribirse y ajustarse a diferentes tipos de eventos. Un paso crucial en la búsqueda de velocidad y precisión lo dio el hombre que tenía frente a mí, a punto de pararnos e ir en busca de otro café exprés. Héroe de la resistencia durante la Segunda Guerra, prisionero en Dachau un año, momento que coincidió con el final de la contienda. Luego se convirtió en un prolífico inventor de detectores, “una forma de entretener los demonios del cautiverio”, me dijo. Entre sus ingenios destaca la cámara de alambres proporcionales. En los años de 1960 las cámaras de centelleo multialámbricas resultaron ser valiosas porque eran más rápidas que las cámaras de burbujas, si bien no podían proporcionar la misma información detallada.

La cámara que Charpak ideó en los siguientes años fue más rápida que la de centelleo y, al mismo tiempo, tan precisa como la cámara de burbujas. Cuando una partícula cargada atraviesa un gas deja tras de sí un rastro de átomos ionizados. Todos los detectores, desde la cámara de niebla hasta la de centelleo y alambres, servían solo si eran capaces de revelar semejante huella ionizada. En 1968 el grupo de Charpak descubrió nuevas formas de hacer que tal ionización mostrara el paso de las diferentes partículas y, para ello, ideó dos tipos básicos de detectores, la cámara de alambres proporcionales y la cámara de flujo. Esta innovación en las trampas subatómicas dio un impulso renovado a la cacería de los entes ínfimos. Hoy, una calle del pueblo francés fronterizo con Ginebra, Saint-Genis Pouilly, cuya población vive en buena parte gracias a la derrama económica de quienes visitan y trabajan en CERN, lleva su nombre.

AQ

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