Herrera Corral: “La astrofísica nos despoja de toda vanidad”

Entrevista

En un libro, el líder del equipo mexicano en el proyecto ALICE del Gran Colisionador de Hadrones disecciona “los dos hallazgos científicos más importantes del siglo”.

Gerardo Herrera Corral es investigador asociado en el Centro Europeo para la Investigación Nuclear. (Foto: Ángel Soto)
Ángel Soto
Ciudad de México /

El 11 de febrero de 2016, la física argentina Gabriela González se plantó frente a los reporteros reunidos en el National Press Club, en Washington, y le anunció al mundo: “Podemos escuchar el Universo”. Sus palabras anunciaban un hito: la primera observación directa de las ondas gravitacionales que Einstein pronosticó 100 años antes. El hallazgo había sido alcanzado cinco meses atrás —el 14 de septiembre de 2015, a las 5:51 de la mañana—, cuando los detectores gemelos del proyecto LIGO (Laser Interferometer Gravitational-Wave Observatory) captaron un pulso cósmico “originado a 1.3 mil millones de años luz en la fusión de dos agujeros negros”, relata Gerardo Herrera Corral en su libro Agujeros negros y ondas gravitacionales. Una mirada profunda al universo (Sexto Piso, 2019).

El descubrimiento confirmó una norma tácita de la evolución humana: que el progreso se construye con antagonismos, pues, a pesar de sus cálculos, el mismo creador de la Teoría General de la Relatividad negó la posible existencia de tales ondas.

No es la primera vez que ocurre una confrontación de ideas acerca de las fuerzas que interactúan en el Universo: desde tiempos aristotélicos, nuestra concepción de la fuerza gravitatoria ha variado gracias a que algunas de las mentes más brillantes —Galileo, Kepler, Brahe, Newton— se han preguntado qué lugar ocupamos en esta vastedad cósmica.

Doctor en Ciencias, Herrera Corral nació en Delicias, Chihuahua, en 1963. Es investigador asociado en el Centro Europeo para la Investigación Nuclear (CERN), donde lidera al equipo mexicano en el proyecto ALICE del Gran Colisionador de Hadrones. Ha dedicado buena parte de su tiempo a la divulgación, una actividad que entiende más bien como un ejercicio de traducción. “Es importante pasar del lenguaje matemático al mundo de las palabras. Debemos poder poner en ideas claras y sencillas los grandes conceptos de la ciencia para hacernos una idea de nuestros problemas, de lo que nos hace humanos, de nuestras preocupaciones. Por eso escribo ensayos”, cuenta en entrevista con Laberinto.

Esa voluntad revela, además de su curiosidad, una inagotable pasión por contar las historias surgidas de una conversación permanente con el pasado. “La ciencia somos nosotros, decía el biólogo francés Claude Bernard. Efectivamente, a diferencia del arte, que es una expresión individual, la ciencia somos nosotros. Hay una continua discusión, un debate que no termina, en el que se están proponiendo ideas que son o no aceptadas, que van y vienen, y que ponen de relieve las ideas del pasado y las traen al presente. Es una gran conversación que podría no terminar jamás. No sabemos si un día vamos a poder entender todo o si la conversación va a continuar para darnos cada vez mejores aproximaciones de la realidad”.

"Hay que pasar del lenguaje matemático al mundo de las palabras". (Foto: Ángel Soto)


Arte, ciencia y destino

En Agujeros negros y ondas gravitacionales, Herrera Corral disecciona “los dos hallazgos científicos más importantes del siglo”, pero también narra cómo la humanidad ha echado mano de la imaginación —más cercana al arte— para explicarse el mundo a través de metáforas y objetos cargados de simbolismo: la franja luminosa en el firmamento —nuestra Vía Láctea— que para los griegos constituía la leche derramada del pecho de la diosa Hera; Neptuno, el planeta que durante siglos permaneció oculto al ojo humano como el soberano de los mares que se refugió de las fauces de su padre, Saturno, en las profundidades oceánicas; la manzana de Newton, cuya caída sería usada desde entonces como la manera más simple de mostrar la acción de la gravedad.

“Existe un eterno conflicto entre las artes y las ciencias, porque son dos maneras de entender la realidad. Esta disociación es tan antigua como los griegos (ellos hablaban del Pathós para las artes y del Logos para las ciencias). Las artes parten de las emociones y los sentimientos para expresarse; la ciencia parte de la razón. En ese sentido, hay una separación clara de ambos mundos. Son dos culturas. Pero debemos considerar que la ciencia es, a final de cuentas, el resultado de la imaginación, y tiene un lugar al que camina, en donde desembocan las ideas: la filosofía. Esa filosofía es una manera de ver, y nosotros podemos compartir o no esa visión, que es el producto de la imaginación y del conocimiento científico”.

En el epílogo, Herrera escribe: “Estamos vinculados al espacio y al tiempo de la misma manera como estamos enlazados con nuestro destino. Tal vez por fin acabaremos entendiendo que espacio, tiempo y destino son la misma cosa y tal vez nos demos cuenta de que sólo somos la expectación del futuro y la memoria del pasado”. Su planteamiento cuestiona los términos del libre albedrío. En nuestra charla añade: “Quizá estamos determinados, quizá existe un Universo en bloque con sus dimensiones espacio-temporales y nuestras vidas siguen una trayectoria que ya está trazada, quizá la percepción que tenemos del tiempo se deriva más de una actividad neuronal. Esas son las reflexiones derivadas de la Teoría General de la Relatividad. Es donde ha desembocado la concepción del espacio y el tiempo. Y eso no está muy lejos de los debates que sostenían los griegos sobre las mismas ideas”.

En abril de 2019, los científicos del proyecto colaborativo Event Horizon Telesope (EHT) publicaron la primera fotografía de un agujero negro supermasivo, ubicado en el centro de la Galaxia M87. La imagen, que aparece en la portada del libro, representa la primera evidencia directa de la existencia de estos objetos astrofísicos. Para Herrera Corral, también significa “un cambio en la visión que tenemos de nosotros mismos, del lugar que ocupamos en el Universo”.

Más allá del lenguaje matemático, la astrofísica nos confiere una lección de vida, “nos despoja de toda la vanidad. Nos recuerda la humildad que significa vivir en un pequeño planeta de una galaxia que es sólo una mota de luz en un cúmulo —el Cúmulo de Virgo, al que pertenecemos—, que forma parte de una gran estructura a la que hemos llamado Laniakea, y que ésta es, a su vez, una gran estructura incrustada en otras de mayor tamaño: el cielo inconmensurable”.

ÁSS

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