Gloria Gervitz, el cuaderno secreto

In memoriam

El pasado 19 de abril murió la poeta, autora de Migraciones, quien en 2019 obtuvo el Premio Iberoamericano Pablo Neruda. El siguiente recorrido por su obra es un testimonio de amistad y admiración.

Gloria Gervitz, 1943-2022. (INBAL)
Ernesto Lumbreras
Ciudad de México /

Este 19 de abril, algunos amigos recordaron en redes sociales el aniversario de la muerte de Octavio Paz mientras otros consignaban el natalicio de Elías Nandino. La muerte, la poesía y la vida. Sin embargo, la tarde estaba de vena fúnebre y para sumar más dolor a la tristeza, pintó de morado su crepúsculo y anunció la partida de Gloria Gervitz (1943-2022). Luto en las letras mexicanas y en lengua castellana. La difusión y estimación de su obra, en otros orbes lingüísticos, apenas comenzaba suscitando los mejores augurios ¿Cuándo fue la última vez que nos vimos antes de su mudanza a San Diego, California? La verdad no lo recuerdo. La conocí apenas llegué a la Ciudad de México en septiembre de 1989; así lo consigna la cariñosa dedicatoria de su libro Yiskor (1987), bella y cuidada edición de Papeles Privados con ilustraciones de Julia Jiménez Cacho. Yo trabajaba en una oficina del INBA a la que venía la poeta de Migraciones una vez al mes pues era una de las talleristas estelares del instituto junto con Orlando Ortiz, Óscar Oliva, Rafael Ramírez Heredia, entre otros escritores. Pasaba a recoger su boleto de avión, firmar los papeles de su contrato e informar de viva voz los avances y novedades de su taller de poesía que en esa época impartía en Campeche. La recuerdo sencilla y nerviosa, pulcra y arreglada, aunque sin exceso, vestida casi siempre con unos jumpers claros y blusas de colores vivos, un atuendo entre campesina holandesa y chica de una comuna beat.

Antes de leer el libro que me obsequió había leído poemas suyos en la antología Palabra Nueva (1981) que Sandro Cohen realizó para Premiá Editores; en aquel tomo se reproducían fragmentos de Shajaritj (1979), pieza de su debut literario que leída hoy me resulta de una madurez asombrosa. Observo que la tentativa del poema total ya estaba en esa ópera prima que la autora reescribiría —un trabajo de sustracción sobre todo— en su siguiente entrega, Fragmento de ventana (1986) y más tarde en el citado Yiskor. En ese libro primero, el mundo era una exuberante pasarela de recuerdos y ensoñaciones; vía el largo aliento del versículo se abrían puertas y ventanas donde la vida familiar —una saga íntima de rituales y profanaciones— da lugar al vértigo de tiempos simultáneos, remolino visual que confunde las aguas de la nostalgia, la conciencia y el deseo. Desde estos comienzos líricos, la obra de Gervitz estará tocada por lo sagrado, o mejor dicho, por el afán paciente para develar esa pátina “de luz no usada” en los asuntos y los objetos de la vida corriente.

Años después, cuando Eduardo Milán y yo cerrábamos el índice de Prístina y última piedra. Antología de la poesía hispanoamericana presente (1999), pude leer con más atención y rigor la singular aventura poética de esta autora que ya para entonces había publicado la primera versión de Migraciones (1991) en la colección Letras Mexicanas del FCE y una segunda bajo el sello de El Tucán de Virginia en 1996 al que sumaba nuevos apartados, Leteo, Pythia y Equinoccio. De la lectura actualizada de aquel prodigioso work in progress que crecía y crecía sin conclusión a la vista, escribí estas líneas panorámicas:

Autora de un solo poema, Gloria Gervitz puntualiza una escritura de contrastes que devienen, paradójicamente, en un corpus unitario. Desde sus procesos formales aparentemente antípodas, el versículo y el verso corto, lleva al extremo una aventura modeladora de un mundo, una suerte de mónada donde los significados de su materia poética fundan un orden, o mejor dicho, una armonía.


En las primeras entregas de este poema, Fragmento de ventana y Yiskor se precisaba un pliego fundacional aludiendo al detalle las genealogías del poeta, su feminidad verbalizada entre el duelo y el deseo, su condición frente a la divinidad. Luego, el desarrollo del poema se ha materializado en una austeridad de signos, en una presencia significante del espacio en blanco. El peso de la atmósfera es definitivo, las palabras adquieren una densidad abrumadora. La propuesta de Gervitz ha llegado a punto radical con Equinoccio, su más reciente entrega, espacio donde el aire, la luz, fluyen como a través de un nudo.

Aunque con diferencias, pienso en Poesía vertical de Roberto Juarroz cuando trato de localizar una empresa a fin en el orbe de la poesía de nuestra lengua. Tanto el argentino como la mexicana, son autores que condensaron en solo un poema sus búsquedas personales, ese continuo abismarse en las posibilidades, pero sobre todo, en las imposibilidades del lenguaje para traer a la superficie de la escritura experiencias de difícil verbalización sean asuntos de la vida doméstica o del orbe filosófico. A principios de los años noventa, solía encontrarme a menudo con Gloria Gervitz, en lecturas y presentaciones de libros. Por una buena temporada solíamos hacer un brunch en un café de Polanco llamado Bondy que servía una delicia de croissant; en esos días, estaba emocionada y un tanto febril por la lectura de la poeta norteamericana Lorine Niedecker (1903-1970) a quien traducía para Una antología de la poesía norteamericana desde 1950 de Eliot Weinberger publicada por El Equilibrista en 1992. Tal era su entusiasmo que mandó comprar todos sus libros a Estados Unidos, investigó su vida y sus andanzas con el grupo objetivista de Nueva York al lado de George Oppen, Louis Zukofsky y Charles Reznikoff. De pronto encontraba un alma gemela —del mismo temperamento que su amada Clarise Lispector— que le revelaba una poética la cual habría de poner en práctica hasta las últimas consecuencias: “De mi cuaderno secreto/ debo cincelar/bajo presión/ corregir y ajustar”.

Cuando en 1995 y 1996, la cineasta Alejandra Isla levantaba su serie de documentales, Tierra de poetas, trasmitida en varios momentos por el Canal 22, me invitó a realizar las entrevistas, fuera de cámara, de varios de los autores convocados. Recuerdo especialmente la grabación del programa de Gloria Gervitz en el jardín de su casa, allá por el rumbo del Club de Golf de Bellavista. De aquella visita me emocionó conocer su colección de libretas del tipo que se usa para llevar la contabilidad, libretas uniformemente empastadas y anotadas varios años atrás, de principio a fin, con una caligrafía bella y armónica. La poeta nos confío que se trataba de una escritura libre, sin propósito, con temas del día, recuerdos, sueños, planes… Sabía, nos comentó también, que en esas hojas, en esos renglones simétricos, se hallaban líneas de poesía que a veces recuperaba. Ahora ato cabos y veo allí su “cuaderno secreto” aludido en el poema de Niedecker traducido por ella. En cierta formaba se encontraba en ese hilar sonámbulo de palabras y recibía lo que, desde tiempo atrás, estaba reservado para ella: “Tantos años para llegar a esta mañana/ igual a cualquier otra// para llegar a este día/ igual a todos los días// y recibirlo/ en ofrenda”.

En el año 2000 se regaló una edición de autor de Migraciones, bellísima, la cual lucía en los forros un gobelino de Magali Lara que creo recordar colgado en su sala. Sumaba aquí una nueva y breve sección titulada Treno dedicada a su hija Denise; aparecieron en sus páginas, por primera vez, versos y fragmentos escritos en inglés. En el 2002, el FCE actualizó la primera edición de Migraciones de 1991 en un formato apaisado que funcionaba mejor para la exposición tipográfica del versículo, de los poemas en prosa y de los blancos en los poemas breves y de versos cortos. Vendrían después más actualizaciones del renovado y vigoroso poema, la realizada por Mangos de Hacia que abarcaba el periodo de 1976-2016 y la del sello español, libros de la resistencia, que avanzaba hasta el 2020. Justamente esa última versión, la más completa del poema, circuló en polaco, árabe, inglés y noruego. La obra de Gloria Gervitz tuvo reconocimiento aquí en México, sin embargo, en el extranjero gozó en las últimas décadas de un inusitado y serio interés, en Suecia y en Alemania, por ejemplo. El Premio Iberoamericano Pablo Neruda concedido en 2019 ratificó la creciente estimación internacional de la poeta mexicana quien atisbó siempre el envés del lenguaje, la insuficiencia de sus vocablos provisionales para nombrar el mundo: “Las palabras/ brevísimas húmedas// rozan la superficie/como una serpiente// y la voz sabe que no sabe”.

AQ

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.