“Los amorosos”, dice Jaime Sabines, “no encuentran, buscan”. Y andan como locos. Los personajes de Guerra Fría se buscan y cuando se encuentran se pierden para volver a buscarse. La película del polaco Paweł Pawlikowski es muchas cosas. Cuenta, por ejemplo, la forma en que rápidamente se avejentó el sistema comunista en Polonia, es testimonio de cómo los emigrantes no encuentran consuelo lejos de su tierra y es, sobre todo, una historia de amor. Una épica historia de amor.
La película gira en torno a Víctor y Zula. Él es un etnomusicólogo que hacia el final de la Segunda Guerra Mundial recorre Polonia buscando documentar las expresiones musicales de campesinos y pastores. Ella es campesina y ha estado en la cárcel por acuchillar a su padre para defender a su madre. Con apoyo del gobierno, Víctor y sus compañeros crean en un viejo palacio polaco una compañía de danza y canto folclórico; Mazurca, le llaman. Aquí sucede lo inevitable: Víctor y Zula se conocen en el sentido bíblico y recorren juntos todos los estratos del amor.
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Desde el punto de vista material, la obra tiene dos influencias principales: Bergman y Tarkovski. Rodada en blanco y negro, Guerra Fría se mueve a un ritmo que parece el de los amantes cuando comienzan a besarse. Cuando Víctor escapa, crece el ritmo hasta que estalla en una serie de hermosas viñetas que Pawlikowski recrea en París, Yugoslavia y un campo en Polonia, donde los amantes miran al trigo moverse. Guerra Fría está contada en cuadros que en conjunto forman un mosaico épico. En este sentido, la película recuerda a la novela de Pasternak, Doctor Zhivago. Y es que cada pequeño capítulo avanza nuestro conocimiento del drama.
Hay también algo de realismo soviético pero, llegado el momento, la historia da un giro y la música popular, la mazurca, se transforma en jazz. Los amantes se buscan. Hemos llegado a París. Es de madrugada. Un hombre espera en un bar. La mesera le pide que se vaya. Dice: “no vendrá”. Entonces se abre la puerta y tiene lugar una de las escenas más románticas del cine del siglo XXI.
Llegados aquí, resulta evidente que Pawlikowski nos ha hecho pasar de la ilusión del triunfo del proletariado a la caída del sistema, del encuentro amoroso a una relación que tiene todos los elementos de las grandes historias de amor: el encuentro, la curiosidad, la pasión sexual, la tensión amorosa, la separación, los celos involuntarios, primero, y más tarde la provocación (los celos voluntarios). La borrachera, la violencia. Y el mundo se desploma al lado de los amantes, muere Stalin, Polonia está a punto de salir del comunismo, pero a ellos sólo les interesan ellos mismos. La música, la dialéctica y el materialismo histórico dejan de importar.
La tensión de la película está en el reconocimiento de nuestros propios amores. De haber estado ahí. Ver esta obra es como disfrutar una canción apasionada y beberse un vodka. Zula deja de ser la muchachita que baila mazurcas para convertirse en jazzista. Y más. Una de las grandes virtudes del guion consiste precisamente en que no necesita explicaciones para decir lo que ha sucedido. Así transcurren décadas, etapas históricas, y nuestros amorosos no se dejan de buscar. Pawlikowski, se ha dicho, dirigirá próximamente una adaptación de Limonov de Carrère. Se trata de un autor que no hay que dejar de seguir.
Guerra Fría puede verse en México a través de Cinépolis KLIC, CineCaníbal, Apple Tv, Google Play y otros sistemas de streaming.
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