“La guerra va dirigida contra los valores europeos y contra la democracia”

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Claudio Magris dialoga con Martin Pollack, uno de los más profundos conocedores de Europa Central, sobre la invasión rusa a Ucrania y sus secuelas en el resto del continente.

Voluntario de las Fuerzas Ucranianas de Defensa Territorial junto a un vehículo de tropas blindado en Járkiv, Ucrania. (Foto: Andrew Marienko | AP)
Claudio Magris
Roma /

Uno de los más profundos conocedores de la Mitteleuropa, de sus mescolanzas y de sus laceraciones, de sus culturas entrecruzadas y a menudo furiosamente divididas y recíprocamente enemigas es Martin Pollack, escritor y estudioso austriaco al que le debemos libros, narraciones e investigaciones fundamentales que revelan una extraordinaria riqueza de información y una intensa robustez en su escritura, bien conocida y muy estimada en Italia, donde han sido traducidos muchos de sus libros, estimados por su escrupulosidad y su rigurosa fuerza estilística que potencia la fantasía, y por su capacidad de ir a la búsqueda de los acontecimientos, de los hombres, de las tantas narraciones con las que está forjada la Historia. Somos amigos desde hace muchos años e incluso hemos viajado juntos por algunos de esos países, que son, cultural y políticamente, laberínticos.

Más que de Mitteleuropa, Pollack habla de Zwischeneuropa, de Entre Europa, de Europa de en medio, que a veces tal parece que consiste no tanto en algunos países y territorios, sino en los espacios y en las culturas en las que éstos se cruzan y se dividen. Como también lo demuestra la guerra cada vez más atroz de estos días, la Europa de en medio, pese a ser fecunda en encuentros y mezcolanzas, a menudo es una tragedia. ¿Acaso Ucrania es, le pregunto a Pollack, un concentrado de la así llamada Europa de en medio?

La actual guerra de agresión de la Rusia de Putin contra Ucrania independiente representa un profundo punto de inflexión en estas tierras, que eran, hasta la Primera Guerra Mundial, un amasijo de diversidades, de muchos pueblos y grupos étnicos, polacos, ucranianos —que en ese entonces, en el imperio habsbúrgico, en su mayoría fueron llamados rutenos—, judíos, alemanes, pero también muchos grupos étnicos más pequeños y, como los hutzuli, estrechamente emparentados con los ucranianos pero que constituyen un grupo independiente, con una cultura propia. Y luego los armenios, los rom y los sinti, sólo por citar a algunos de ellos. En retrospectiva, nos gusta presentarlo como si estos pueblos y nacionalidades siempre hubiesen vivido en armonía, pero tal lectura no resiste el análisis histórico. Con el despertar del nacionalismo en el siglo XIX, estos territorios también fueron transitados por movimientos y aspiraciones nacionales que ocasionalmente culminaron en sangrientos conflictos. Pensemos por ejemplo en la guerra polaco-ucraniana de 1918-1919 que concluyó con la recién constituida Polonia, reivindicando los territorios para sí —y oprimiendo a los rutenos-ucranianos que habitaban en ella.

Esta es historia de ayer; pero hoy, en esas tierras, la increíble valentía de los agredidos parece una barricada contra aquellos que parecen los bárbaros ensayos generales de la destrucción no solo de un país, sino del mundo. ¿Los rutenos, tan caros a Joseph Roth, son un pueblo o, como se ha dicho, una invención de los Habsburgo para fastidiar a los otros pueblos, por ejemplo a los ucranianos y, al aumentar el número de nacionalidades, disminuir la fuerza de cada una de ellas respecto al poder central?

Hoy, cuando decimos Galizia, pensamos sobre todo en una cultura polaca, pero la literatura galiziana también es, en gran parte, de lengua alemana; piénsese en las ficciones de Franzos o de Sacher-Masoch, solo por dar un ejemplo. Tú mismo has dado a conocer con tus traducciones, y tus libros de viaje, a Galizia, a Leópolis, Chernivtsí, y tantos autores polacos a los alemanes. Está, además, la gran cultura judío-polaca y la literatura yiddish —piénsese en Singer pero también en otros grandes, desde Aleijem hasta Peretz—. ¿Hoy, en esas tierras destrozadas, qué es lo que queda de esta variedad?

Efectivamente, los rutenos eran una invención de los burócratas habsbúrgicos que insistían en darle un nombre exacto a todo lo que administraban. Pero el nombre ya existía desde antes de los Habsburgo. Los ucranianos se definían russyny o russnaky, que corresponde a grosso modo a rutenos, y su lengua el russkyj, no rusa, sino rutena o ucraniana. Existía una gran confusión que, sin embargo, no preocupaba. Porque para el pueblo, para las personas, eran importantes las pequeñas y pequeñísimas comunidades de origen, el villorrio o el distrito. Generalmente no sabían nada más. Con la designación de rutenos, los Habsburgo también querían contrastar el despertar del sentimiento nacional ucraniano aplicando tal designación solo a los habitantes de Galizia, pero no a los habitantes de los otros territorios ucranianos. La riqueza de estas zonas residía precisamente en su diversidad; no por nada Galizia es definida como un país rico de gente pobre, rico en lenguas y culturas, de diversidades culturales y al mismo tiempo muy pobre. La miseria galiziana en el siglo XIX fue proverbial y llevó a una migración en masa, principalmente hacia Norteamérica.

¿A partir de qué momento este mundo devino tu mundo fantástico, cultural, sentimental y literario?

Este mundo alegre y trágico me ha fascinado desde que era estudiante. El hecho de que vastos territorios, incluida la metrópoli Lemberg, durante un tiempo pertenecieran a Austria; que de aquí proviniesen muchos grandes autores y pensadores como el Premio Nobel Shmuel Yosef Agnón, que escribía en hebreo, pero también el autor en lengua alemana Joseph Roth o su amigo polaco Józef Wittlin que, con La sal de la Tierra, ha escrito una gran obra sobre la Primera Guerra Mundial, ha sido un aliciente para ocuparme de este mundo que, por desgracia, ha sido destruido por dos grandes guerras, por no hablar del Holocausto. Que este mundo, una vez más, se haya precipitado en una sangrienta guerra es una de las grandes tragedias que afligen a nuestra Europa, porque es una guerra que en realidad va dirigida contra Europa, contra los valores europeos, contra la democracia.

La tuya es una extraordinaria lectura del paisaje, una radiografía de su naturaleza en la que ha tomado fuerza su historia. ¿Desde dónde es posible distinguir las nacionalidades en este caleidoscopio de identidades y de culturas? ¿Diversos nombres corresponden realmente a identidades diferentes? ¿Cuándo te das cuenta de la transición de una Mitteleuropa a una Zwischeneuropa?

Creo que resulta casi imposible trazar líneas netas entre identidades y culturas. Forma parte de la tragedia de estas tierras que son, sobre todo, guerras sangrientas, como para poder trazar líneas de demarcación nítidas, por ejemplo entre ucranianos y rusos. Muchos ucranianos en Kiev, pero sobre todo en el este, hablan ruso, sin embargo, se sienten ucranianos, la lengua no tiene importancia. Incluso los nombres son poco significativos. Las tempestades de la Historia han revuelto a los pueblos, pero también a las familias, han borrado las identidades. Me he encontrado con personas en los pueblos de los Cárpatos que, ante la pregunta de a qué pueblo sienten que pertenecen, responden de manera confusa que son tutejschy, gente del lugar. El villorrio y sus inmediatos alrededores, la iglesia, determinan su pertenencia. Para mí, esto también es una expresión de la Europa de en medio, esta vaguedad, esta incapacidad de reconocerse en los conceptos modernos de nación. No necesitan de esto, no sirven. A menudo solamente cuando son obligados a ir a la guerra descubren a qué bandera están sirviendo, qué Estado los reclama como soldados, como carne de cañón.

Banda militar ucraniana marcha durante una procesión funeraria. (Foto: Bernat Armangue | AP)

Un gran estudioso de estos temas, Karl Schlögel, dice que en el espacio se lee el tiempo, no desaparecido pero, por así decirlo, depositado, contenido en el espacio. ¿Qué tiempo se lee hoy en el espacio agredido, a veces destruido en estos días de guerra?

Karl Schlögel es uno de los mayores expertos del contexto histórico de estas tierras. No solo las ha estudiado y narrado, sino las ha amado. Cuando ves con qué dolor tan sincero Schlögel habla en estos días de la Ucrania agredida y atormentada, te estruja el corazón. Creo que estas tierras están viviendo un verdadero desafío, cuyo desenlace aún es incierto. Pero es un desafío, esto es cierto. En estos días traumáticos, Ucrania se está reencontrando, está consolidando su identidad. Esto es, en cierto sentido, reconfortante, aun cuando no puede salir nada positivo de estos acontecimientos.

Traducción de María Teresa Meneses

Texto original en Il Corriere Della Sera, 3 de marzo de 2022.

AQ

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