Los recuerdos y la memoria son la materia prima del libro más reciente de Guillermo Fadanelli (Ciudad de México, 1960). El origen del título de su nueva novela —Fandelli— se remonta a la secundaria, cuando sus compañeros hicieron una contracción del apellido.
Lejos de pretender con ella un ajuste de cuentas o un ejercicio de introspección, el narrador apunta que si se asoma al pasado es por curiosidad y con la pulsión de quien salta al vacío.
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—Cada vez está más presente la memoria en tu trabajo.
Sí, pero una memoria que se disuelve y ha perdido raíces o asideros. A veces creo que en lugar de memoria me aborda un conjunto de alucinaciones o visiones. Este libro fue una especie de caída al vacío, de ceguera momentánea que de alguna manera puede ser una luz no hacia el futuro, sino iluminación del pasado.
—A diferencia de libros como Al final del periférico, aquí eliminas la distancia autor-personaje.
Maté al dios escritor que domina los hilos de su narrativa y utiliza a los personajes a su antojo. Me entregué a una especie de escritura automática y cedí a un impulso vital que trascendió la perspectiva existente entre escritor y obra. Por eso la novela me sorprende, es uno de mis pocos libros que he releído.
—¿Porque te es refractaria?
Claro, y eso me produce curiosidad, no por ardid sino para profundizar en el autor. La relectura me sorprendió a mí mismo.
—¿Para bien o para mal?
Me abomino a mí mismo como escritor. Nunca me vanaglorio de mi obra. Me sorprende que haya sido escrita desde ningún lugar. A raíz de esta aparente confusión, los tiempos están mezclados. Al leerla me convierto en un espectador de las voces que supuestamente creé. Me sorprendo porque esas mismas voces están intentando construir un “yo”, una identidad. La novela fue escrita aniquilando la posibilidad de la perspectiva.
—¿Fue como un ejercicio de pulsión?
Fue un vómito irreprimible. Un golpe irracional. En mis peleas dentro y fuera de la escuela, nunca he lanzado un golpe sin que provenga del corazón, aunque suene cursi. Si he ganado peleas ha sido porque son consecuencia de un odio verdadero, no de una estrategia. Es una novela asistemática y eso me satisface mucho porque la autoridad y el sistema son, para mí, enemigos mortales. Hay que disolverlos y transformarlos en algo bueno para la vida común.
—¿El billar de los suizos fue un round de sombra para esta novela?
El billar de los suizos es uno de mis libros más queridos, pero ahí no anulé la distancia pese a esbozar mis recuerdos y otorgarles determinada dirección. En cambio, en Fandelli vemos la imposición de un pasado atribulado y de un conjunto de recuerdos que se entrecruzan y pelean entre sí para imponerse.
—Desde esta tribuna de espectador, ¿cómo ves al Fadanelli de sábado, o de los inicios de Moho?
Es el Fadanelli que está volviendo. Al final del periférico y Fandelli podría haberlas escrito el mismo que colaboraba en sábado bajo la égida de Huberto Batis.
—¿Cómo te sientes en este regreso?
Libre y encarcelado al mismo tiempo. Ya no tengo que fingir ser alguien.
—¿Un personaje?
Soy un personaje para quien me mire desde el exterior y me construya, pero yo me considero un fardo.
—¿Nunca te preocupó hacer de tu figura de escritor un personaje?¿Nunca te preocupó hacer de tu figura de escritor un personaje?
No, si pasa de manera no premeditada tiene cierto valor. Pero si lo construyes, lo explotas y obtienes provecho de ello, te conviertes en un engaño. Tampoco es algo que me interese, entre otras cosas porque desprecio a mi sociedad. No ha sabido organizarse, se patea el culo constantemente, vive en el lodazal y es incapaz de ofrecerse. Odio definirme, pero en términos políticos soy un socialista no militante.
—En el libro te defines como anarquista.
Si hay una pulsión artística en mí, es anarquista. Detesto la autoridad, siempre estoy esperando a que se legitime y pongo en duda cualquier clase de sistema. Pero no veo razón de estar escupiendo mi anarquismo al mundo; por ello prefiero declararme socialista en una sociedad en crisis. Esencialmente, tengo alma rusa y anarquista, y la primera es despiadada en su propio sufrimiento por individualista y fatalista.
—¿Esta alma rusa se extiende hasta la literatura?
En Fandelli nombro a diez de mis escritores insignia y el primero de todos es Dostoievski. Crimen y castigo fue un acontecimiento extraordinario en mi vida; después de su lectura no volví a ser el mismo. Me gusta la literatura que te conmueve. Una vez que has sufrido las suficientes transformaciones íntimas a partir de la reflexión y el sufrimiento puedes dar opiniones sociales y hacer reflexiones sobre la sociedad. Me gusta pensar que los mejores momentos de mi literatura sean indigestos.
—¿Ya pasaron los mejores momentos de tu literatura?
No sé. Cada vez que un hombre pone encima de sí un epitafio es porque quiere vivir más. A mí me gusta jugar con la muerte y el día en que no deseé vivir… no viviré. El libre albedrío solo está justificado cuando uno se suicida.
—En los últimos años la filosofía ha escoltado tu narrativa.
Leo filosofía de la misma manera que leo novelas. Me interesa porque soy curioso y no voy a desperdiciar el pensamiento de los hombres brillantes. La filosofía es una literatura, una fantasía. Borges definía a Spinoza como un escritor de literatura fantástica. La filosofía te mantiene en forma y alerta. Respeto a los académicos, pero no podría pertenecer a su gremio.
—¿Nunca te interesó ingresar a la Academia Mexicana de la Lengua?
No, porque Huberto Batis no estuvo ahí por política y odios intestinos. Tenía enemigos en la Academia Mexicana de la Lengua y ellos impidieron que entrara uno de los hombres más cultos y generosos del país.
—En el libro escribes que en este país no se valora a sus escritores malditos. ¿Alguna vez buscaste este adjetivo?
Prefiero pasar inadvertido y después hacer daño. No me considero un escritor maldito, pero sí antipático e incómodo.
LVC