Hace más de veinte años, el editor de Günter Grass le dio unos cuadernos en blanco para que los llenara con los primeros borradores de sus textos.
Él utilizó estos cuadernos como diarios y como terreno fértil para sus ideas.
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Tras la caída del Muro, en una Alemania en plena agitación, Grass quiso implicarse de forma directa en el debate político. Por esta razón, viajó sin cesar por la que todavía era la RDA para presenciar las discusiones sobre el futuro y el proceso de reunificación.
También de ese apasionante viaje dan cuenta estas páginas. Informe narrativo de una época en la que la historia se transformaba de forma enloquecedora, el diario de Grass permite acercarnos a un autor que, consciente del momento histórico, libra sus batallas con ardor.
Un retrato agudo y fascinante de un país sumido en drásticos cambios, y de una vida rica en encuentros, observaciones y reflexiones.
FRAGMENTO
Vale das Eiras, 1 de enero de 1990
Mientras plantaba en el lado este de la casa un arbolito del que Leonore Suhl, que nos lo regaló en Nochevieja, afirma que dentro de seis o siete años será un árbol con flores azules, el nuevo año empezó ya de mañana con un exceso de énfasis; y cuando, a primera hora de la tarde, fuimos por encima de Casais a los alcornocales a buscar setas, un boletus maduro habría podido responder a mis expectativas para el año nuevo, mas nuestros lugares habituales estaban apenas poblados: tras el excesivo período de lluvias —decían que había descargado durante nueve semanas—, las pocas y acuosas cantarelas dieron como mucho un motivo, no más, pero al menos la oportunidad, de abrir este diario con setas y no con grandes acontecimientos políticos como los que competían en prelación durante los últimos meses del año anterior, que terminó con la sangrienta revolución en Rumanía y la también sangrienta demostración de fuerza militar en Panamá, como si la intención de los sistemas comunista y capitalista hubiera sido testimoniar una vez más que sus colores eran intercambiables.
No soy un apasionado escritor de diarios. Tienen que ocurrir cosas tan inusuales como para que me sienta obligado.
Por ejemplo en 1969, cuando en la República Federal se ofreció la ocasión del cambio democrático en el poder y abandoné mi atril de escritor para involucrarme en la campaña electoral a favor del SPD. Una vez ganadas las elecciones por escaso margen, salió un libro de eso.
O de mis seis meses de estancia en Calcuta. (Sin diario, esa ciudad apenas habría sido soportable.)
Esta vez quiero superar, tomando nuevo impulso, la frontera entre los dos Estados alemanes, inmiscuirme en las dos campañas electorales (mayo y diciembre). Pero en realidad, ahora, una vez terminado el trabajo en Madera muerta, quería empezar un manuscrito normal, a ser posible extenso: de cómo en el Día de Todos los Santos, en Gdańsk, la señora Piątkowska y la señora Reschke, dos viudas, se encuentran y empiezan a urdir un plan al que, cuando el tiempo sea favorable, pronto seguirán hechos, como la fundación de una empresa llamada Cementerio Germano-Polaco S. L.
Pero el diario insiste en tener preferencia.
Y, por la tarde, el sapo en el patio. Grande como una cobaya, se me asemeja a uno de aquellos que el otoño pasado, en cuanto oscurecía, me gritaban de lejos y de cerca: malos presagios.
Lo cogí por las patas delanteras, lo levanté para que Ute lo fotografiara. Su cuerpo colgaba como un saco. Todo inmóvil. También los ojos verdes, sin mirada, con sus travesaños anaranjados. Tan sólo el buche bombeaba debajo del morro. Qué se le ha perdido, me pregunto, a este sapo en mi diario, salvo que me es ajeno, incomprensible, y como mucho produce un título, no sé para qué: Malos presagios.
Vale das Eiras, 2 de enero de 1990
Como si quisiera rearmarme en positivo, he vuelto a plantar un árbol, esta vez en el lado oeste de la casa, un algarrobo, que crece lentamente y que ha suscitado en Ute, gruñona, la observación: “De todos modos, no lo veré cuando esté grande”.
Luego volvió la lluvia.
Una vez que la estufa de gas funcionó arriba, empecé a redactar Escribir después de Auschwitz. Al parecer me he impuesto este tema, que sólo puede conducirme al fracaso, para amarrarme; es sospechoso cuántos de mis colegas escritores, que antaño recitaban el (o su) antifascismo tardío como si fuera El canto de la campana de Schiller, han llegado ahora en su nacionalismo hasta el límite de lo obtuso; a mí, en cambio, que a lo largo de los años he perdido muchas propiedades alemanas —salvo el lenguaje—, Auschwitz me parece la última posibilidad de reclamar mi pertenencia a Alemania. (Quiero intentar demostrar, en mi discurso de Frankfurt, que el supuesto derecho a la unidad alemana, en el sentido de un Estado reunificado, fracasa ante Auschwitz.)
¡Hay que escribir despacio! Una viuda Piątkowska debería encontrarse con un viudo llamado Alexander Reschke en Gdańsk, el Día de Todos los Santos, y en el mercado de Santo Domingo, comprando flores.
Naturalmente, el año de los cambios. ¿O es el Día de Difuntos? En cualquier caso, en noviembre. Flores para los cementerios. Pero la madre de ella está enterrada en Vilna, donde nació la hija; la de él, en Renania, aunque tanto ella como él nacieron en Danzig.
En torno a eso gira su conversación: dónde les gustaría descansar para siempre.
De esta conversación y de ulteriores conversaciones, en el curso de las cuales viudo y viuda se aproximan, surge la idea de una sociedad germano-polaca de cementerios. Él dice: “Esto tendría que ser posible, ahora que tantas cosas son posibles: poder decidir uno mismo el lugar de su último reposo”. Ella quiere ser enterrada en Vilna, que tuvo que dejar a los 16 años; él en Danzig/ Gdańsk, que abandonó para ser soldado a los 17.
Otros quieren lo mismo. Miles. Sólo hay que hacerlo posible. De ahí una sociedad limitada.
Vale das Eiras, 3 de enero de 1990
El primer pescado del nuevo año, con guarnición de verduras —tomate, calabacín, pimiento, cebolla y batatas—, está en el horno.
Comprado en Lagos.
No hay ningún periódico alemán a mano, salvo el Bild Zeitung. Éste lleva como titular de Año Nuevo: “¡Locura!”, una palabra que sobreabunda desde que se abrió la frontera interalemana; ¿o anuncia, como un conjuro, una nueva y auténtica locura?... Malos presagios.
El trabajo en el discurso de Frankfurt me fuerza a volver la vista hacia mí mismo en las Juventudes Hitlerianas.
Desde luego no era un fanático riguroso, pero tampoco me asediaban las dudas. ¿Una persona intercambiable con otras, desde entonces? Sin duda, en lo que concierne a la formación ideológico-política del pensamiento y la acción; pero la obstinación juvenil en grandes proyectos, casi épicos, como la elaboración de tablas históricas e histórico-culturales (presagio del “itinerario cultural” de Stein), me resulta familiar.
Este ego temprano ha experimentado en todo caso correcciones, pulimentos y plasmaciones profesionales, sin cambiar en lo fundamental.
Ayer, conversé con Ute hasta mucho después de medianoche sobre mis propósitos de Año Nuevo para este año: desde finales de febrero hasta septiembre, quiero visitar la RDA, desde Rügen hasta Vogtland, todos los meses, a intervalos más o menos largos, para ver con mis propios ojos los cambios que siguen al gran cambio político y revolucionario.
El plan prevé también una estancia en la cuenca carbonífera, en los alrededores de Spremberg. Allí fui herido en el 45 (el 20 de abril).
Allí quiero dibujar el paisaje explotado. Ute sólo estará de vez en cuando. Así que compraré un saco de dormir sólo para mí.
De Alemania a Alemania. Diario, 1990.
Günter Grass | Alfaguara | México | 2019
—G.O.