Si alguien conoce el poder transformador de la música es el venezolano Gustavo Dudamel (Barquisimeto, 1981), uno de los directores más aclamados en el mundo. “Soy el resultado de un programa artístico social. Sé del poder y de la fuerza que tiene la música para transformar vidas”, dice en entrevista para Laberinto, unos días antes de su debut como director musical de la Ópera de París.
Su nombramiento ocurre en un momento crucial, no sólo por la pandemia, sino por la urgente demanda para que las compañías operísticas diversifiquen su personal, su elenco y su repertorio. Soplan vientos de cambio y quién mejor para dar ese impulso a la institución francesa, una de las más antiguas de Europa, que un artista que ha demostrado desde el podio que se puede ser incluyente y plural.
Director desde 2009 de la prestigiosa Filarmónica de Los Ángeles, Dudamel es el primer latinoamericano al frente de una de las compañías con mayor tradición en Europa, adonde llega con la misma certeza que cuando era titular de la Sinfónica Simón Bolívar en Venezuela: “la música puede unir al mundo”.
La trayectoria del deslumbrante director no podría entenderse sin la influencia de su mentor, el músico y activista José Antonio Abreu, creador del programa de educación artística El Sistema. “Cada oportunidad de hacer música es una ocasión para mejorar el mundo”, repetía su maestro y el alumno más destacado se lo tomó en serio. Ahora esas palabras resuenan en su cabeza cada vez que toma la batuta. Esa convicción permanece intacta. “Siempre he sostenido que el arte es un derecho universal. Pocas ciudades en el mundo, como París, han entendido que la belleza y el arte son un bien común, un ejercicio de comunidad”, aseguró durante el anuncio de su nombramiento.
Por su parte, Alexander Neef, director general de la compañía, comentó: “su ejecución musical me conquistó. Me di cuenta de que era él quien podría transmitir su amor por el arte lírico al mayor número de personas”.
Y Neef sabe de lo que habla. En el mundo de la música Dudamel es una celebridad que va con la misma soltura y vitalidad de dirigir Otelo, en el Teatro Liceu de Barcelona, a ofrecer en el Hollywood Bowl un concierto con el colombiano Carlos Vives o con la superestrella pop estadunidense Billie Eilish.
—A partir de su nombramiento, se habla de una nueva época de la Ópera de París. ¿Cómo será esto?
Es un gran honor formar parte de la Ópera de París. Soy admirador de esta institución que, por su calidad, es un referente histórico en el mundo, pero no hay nada estático y creo que el término ‘tradición’ limita muchísimo porque te arraiga a algo que no puede transformarse, que no puede trascender. En este nombramiento hay un deseo colectivo, no solo mío sino también de la institución, de continuar un proceso evolutivo dentro de los aspectos artístico, social y humano. Cuando se trabaja artísticamente tiene que haber una conexión muy especial, más allá de las diferencias ideológicas. Hay que buscar ese punto de encuentro para seguir transformando: tomar lo que se tiene y llevarlo a los siguientes niveles. Será una nueva época de exploración, descubrimiento y colaboración. Quiero hacer que la Ópera de París esté cada vez más conectada con el alma de la ciudad y del país que la rodea.
—Aunque es más identificado como director sinfónico, ha estado muy involucrado en el ámbito operístico. Háblenos de esa experiencia.
He sido director de sinfónicas y filarmónicas, titular de la Simón Bolívar en Venezuela, de la Sinfónica de Gotemburgo, de la Filarmónica de Los Ángeles, entre otras. La gente tiene esa referencia de mí, pero desde hace muchos años, desde mi juventud, estoy haciendo ópera. Estudié a Mozart, Verdi, Donizetti, Wagner, y eso está dentro de mi formación con el maestro Abreu.
En estos años de carrera como director he tenido la oportunidad y el privilegio de dirigir ópera en Venezuela, en la Scala de Milán, en Viena, en Berlín, en Japón, en Los Ángeles, en París, de manera que hay un recorrido operístico importante. Creo que la ópera es un reflejo de la sociedad, un mundo en sí mismo que contiene la totalidad de lo que la mente humana es capaz de crear.
—Después de dirigir óperas como Otelo o La Bohème se ha hablado del “sello Dudamel”. ¿Cuál es ese sello?
Yo no busco poner un sello “Gustavo Dudamel”; eso sería muy egoísta, muy egocéntrico. El punto inicial es el compositor y el deseo de llevar su mensaje y adaptarlo en la medida de lo posible a nuestros tiempos, respetando la historia de la obra y el texto literario. En el aspecto técnico, musicalmente hablando, eso implica también a la orquesta, al coro, al elenco, de manera que es un trabajo colectivo. Y eso es lo que me fascina de dirigir, lo que me enamora de la dirección de orquesta. No se trata del aislamiento del director como un jefe y como un todo, pues me siento parte de un equipo. El director propone, inspira, lidera… pero a través de la inspiración de la misma música que hace. Dentro de todas las interpretaciones que he hecho, prevalece la regla de disfrutar y de conectar a través del respeto a los artistas con quienes trabajo y el respeto a la obra y a la música que toco.
—¿Por qué seleccionar Turandot para abrir la temporada en la Ópera de París?
Es una obra emblemática, una obra que adoro. Desde joven tengo mucha admiración por Puccini. Además de ser su última ópera —que no culminó—, Turandot es una obra de un poderío maravilloso. Aunque formaba parte del repertorio de la orquesta, tiene más o menos 20 años que no se hacía. Por eso pensé que era una obra perfecta para comenzar.
Dentro de la programación también está una nueva producción de Las bodas de Fígaro. Así que vamos de la exuberancia de Puccini a la belleza de Mozart, de la sencillez y al mismo tiempo la complejidad de su música.
Creo que es una manera de encontrarme con la orquesta, con toda la familia de la Ópera de París que a partir de ahora también será mi familia. Teniendo en la paleta a Puccini, a Mozart y al repertorio sinfónico que dirijo con la orquesta, haremos un viaje entero para conocernos durante toda la temporada.
—Ha mencionado su interés por incluir en el futuro obras de compositores contemporáneos como la mexicana Gabriela Ortiz. ¿Se dará esta colaboración?
Siento una gran admiración y mucho cariño por Gabriela. Es una compositora con un talento fuera de serie. Hemos desarrollado una relación personal y artística maravillosa, muy fructífera, con muchos estrenos y muchos encargos para la Filarmónica de Los Ángeles, donde ella forma parte de esa familia.
Aunque no hay todavía nada en concreto, hay una lista de compositores que deseo que se sumerjan en el mundo de la ópera, un mundo complejo, intenso. En esa lista está Gabriela, en primer lugar, porque sé que puede hacer óperas maravillosas, como ha hecho obras sinfónicas y de cámara.
Hay muchos compositores consolidados, como Gabriela, que están expandiéndose. Hay muchísimo talento ávido de tener espacio en las dimensiones de la ópera. Vamos hacia allá.
—Próximamente dirigirá una ópera donde participará Javier Camarena. ¿Cuál ha sido su relación?
Trabajar con Javier es un privilegio. Es uno de los grandes tenores de nuestros tiempos. Además de ser una persona maravillosa, es un artista inmenso. El próximo año haremos La flauta mágica en el Liceu de Barcelona; será nuestra primera ópera juntos.
Tuvimos la oportunidad de trabajar nada más una pieza en uno de los conciertos que hice en junio para conmemorar el centenario de la catedral de Burgos, donde cantó de manera muy generosa. Siento que el rol que va a desarrollar ahora en La flauta mágica va a ser maravilloso, referencial. Javier es un tenorazo.
—¿Cómo surgió su relación con el compositor mexicano Arturo Márquez?
Conocí al maestro Márquez cuando yo era parte de la Orquesta Infantil de Venezuela, yo tenía 10-11 años. Un día, mientras tocábamos el Danzón núm. 2, llegó el maestro a dirigirnos. Esa obra se ha convertido en una pieza fundamental para mí, la tocamos muchísimo en El Sistema, la grabé con la Orquesta Simón Bolívar, la he tocado con la Filarmónica de Berlín, con la de Los Ángeles, la he tocado muchísimo con las orquestas que he dirigido. Con él me unen muchas cosas. Evidentemente, mi admiración por su música es gigantesca, pero también nos une el hecho de que él tiene muy claro que la música es un elemento de transformación social y por eso nuestra relación es mucho más estrecha; comprendemos por qué hacemos lo que hacemos. No es sólo un compositor que crea obras maravillosas o un director que dirige esas obras; en su acción artística está implícito de una manera gigantesca el hecho de ver la música como un transformador de las sociedades, sobre todo en el caso de los más desfavorecidos, de las nuevas generaciones, de los niños que no tienen acceso al arte como parte de su educación ni de su vida.
El maestro Márquez ha visitado mucho Venezuela y era muy cercano al maestro Abreu. Hemos hecho cosas maravillosas a través de sus programas de educación musical en México, con El Sistema, con la Filarmónica de los Ángeles, con YOLA (Orquesta Juvenil de Los Ángeles), de tal manera que hay muchísimas cosas por las cuales esta relación es tan grande, tan hermosa y especial.
—¿Tiene algún proyecto de educación musical con la Ópera de París?
Soy una persona optimista. La Ópera de París tiene un programa educativo muy importante que se puede ampliar y hacer algo mucho más conectado con la comunidad. En Francia también hay movimientos inspirados en El Sistema.
Con la riqueza humana y artística de la Ópera de París podemos hacer miles de cosas transformadoras. Creo que lo que ya existe es muy importante, pero quiero estar mucho más involucrado, porque no quiero que haya límites; por el contrario, busco que se expanda lo que existe. Quiero que la gente sienta la ópera no como un elemento para entretenerse un rato; busco que se sienta identificada con las acciones cotidianas de la ópera, no sólo en el aspecto artístico —que obviamente allí está—, sino también en el aspecto educativo y social. Eso forma parte de mi ADN. Soy resultado de un programa artístico social y sé de la fuerza y del poder que tiene la música para transformar vidas.
No es sólo una cuestión de acercar a la gente a la música. No se trata de eso. Es algo más profundo: se trata de tener identidad a través de la cultura y del arte. Es fundamentalmente un proceso de identidad. Esa es la única manera de que los sientas tuyos. Tenemos que afianzar la cultura a través de la expansión. Los artistas, ahora más que nunca, debemos hacer lo imposible por elevar el arte hacia algo tan simple como trascendental y llevarlo a quienes más lo necesitan.
—¿Cuál es la importancia de la música en tiempos de pandemia?
En este momento crucial es fundamental entender la verdadera dimensión y la importancia de la cultura, porque tiene que ver incluso con la salud. En estos tiempos tan convulsos, con una pandemia y un aislamiento terribles, el arte es parte esencial de la cura espiritual de la humanidad. Es muy importante vencer este virus a través de la medicina y la ciencia, pero espiritual y psíquicamente ya estamos tocados y, aunque suene a cliché, la música es medicina y alimento para el alma. La música es algo tan hermoso que te puede curar porque te lleva a otros lugares, te hace viajar, te puede enamorar. ¡Imagínate el poder tan amplio de la música! Necesitamos encontrar una motivación, una inspiración. La música y el arte juegan un rol esencial en la cura y en la unión que el mundo necesita. Creemos que el mundo se va achicando porque tenemos más posibilidades de contactarnos a través de internet y de la tecnología, pero en lugar de acercarnos nos vamos alejando cada vez más porque se van creando más y más fronteras por cuestiones ideológicas. La música es un ejemplo de que se puede crear una verdadera unidad más allá de las diferencias y de los problemas que la humanidad está viviendo. La música es un gran refugio para unirnos y curarnos.
AQ