Habitamos el tiempo de la ciencia, pero…

Ensayo

Aunque nunca como en la época actual hemos tenido este grado de bienestar, algo no está funcionando bien en nuestra “maquinaria” personal.

Con mayor o menor suerte, muchos han intentado encontrar respuestas satisfactorias a las necesidades del espíritu humano. (Unsplash)
Guillermo Levine
Ciudad de México /

En una entrega anterior tratamos de definir las características principales de la ciencia, y la postulamos como un sistema abierto y basado en la libre aunque rigurosa indagación de la realidad, con la guía del razonamiento fundado en evidencias y con sustento en “el lenguaje de la ciencia”, las matemáticas, y usualmente emprendido por grupos de estudiosos e investigadores durante largos períodos. Por sus enormes impactos en la vida cotidiana —sobre todo aquellos emanados de la tecnología— bien podríamos decir que habitamos el tiempo de la ciencia.

Desde una perspectiva filosófica, la idea y el objetivo básico de estos esfuerzos es ponernos de acuerdo en la llamada realidad objetiva, acotándola y definiéndola en formas que resistan todos los “ataques” racionales posibles, en búsqueda de la comprensibilidad del mundo que nos rodea; desde esta perspectiva, las religiones, las ideologizaciones y el fanatismo son inmunes al razonamiento, y quedan por tanto fuera del enfoque.

Luego de haber indicado someramente en la primera parte de este ensayo algunos de los resultados más importantes de la física moderna, referentes a la percepción y medición de aquello que compone el mundo, la posible (y un tanto penosa) conclusión inicial bien podría ser la siguiente: sólo puedo aspirar a ponerme de acuerdo con los demás para llegar a conformar un implícito pacto social operativo acerca del conocimiento de la existencia del mundo que nos deje razonable y prácticamente satisfechos con los resultados compartidos.

Es decir, únicamente es posible llegar a convenir una cierta cantidad de cifras decimales en los criterios de medición de los fenómenos, aunque por fortuna con esa precisión limitada —y cada vez más refinada, por cierto— basta para los fines prácticos de la tecnología y de la construcción del enorme mar de objetos que nos rodean.

Nos preguntábamos cómo es que puedo saber si mi realidad es la misma que la de los demás, y ahora nos acercamos a la respuesta: no puedo, o al menos no en términos “absolutamente” ciertos.

  1. Por otro lado, ¿está la realidad física allí o no? Sí, sí está, aunque también sé que no puedo saber cómo la perciben “exactamente” los demás, porque para saberlo tendría que preguntárselos, y su contestación por fuerza será una descripción armada con palabras. También podrían contestarme, por ejemplo, “la mesa mide un metro de ancho”, y eso aparentemente no es una opinión sino un hecho incontestable. Pero, ¿será un metro exactamente, o 1.02, o tal vez 1.024 o…? Siempre habrá un cierto sitio suficientemente distante del punto decimal en donde todos podremos sentirnos satisfechos por estar hablando de la misma cosa, y además la ciencia moderna cotidianamente alcanza extremos espeluznantes de precisión.

La naturaleza altruista de la ciencia

Junto con la apertura de la ciencia, otro aspecto digno de mencionar es el carácter tantas veces altruista de quienes se dedican a su desarrollo. Cualquiera que haya asistido a algún congreso o reunión de investigadores en algún campo de la ciencia o la ingeniería puede constatar cómo en esas convenciones las ideas, propuestas y ejemplos fluyen en formas que se antojan libres —aunque no siempre lo sean y muchas estén sujetas a patentes y acuerdos de confidencialidad en sus detalles—, pues la difusión y circulación de estudios, iniciativas e invenciones desde siempre ha formado parte del espíritu de la ciencia y la tecnología.

Por otra parte, también es cierto que muchos de sus adelantos han sido efectuados por lo que el presidente Eisenhower alguna vez llamó “el complejo industrial-militar” (asunto que daría para mucho más en alguna otra ocasión) pero, aun así, la curiosidad, la inventiva y el gusto por los descubrimientos es inseparable del concepto moderno de ciencia. Por ejemplo, existen sitios de Internet dedicados a la “pre-difusión” de estudios e investigaciones mediante publicaciones abiertas a quienes deseen revisarlas, como el caso de arxiv.org: “Un servicio [en inglés] de distribución gratuito y un archivo de acceso abierto para 2,284,429 artículos académicos en los campos de la física, matemáticas, informática, biología cuantitativa, finanzas cuantitativas, estadística, ingeniería eléctrica, ciencia de sistemas y economía”.

Algo que resalta desde que comenzó este asunto del Internet son los miles de personas que en la práctica dedican semanas o meses a desarrollar programas, apps y sistemas completos para ponerlos luego a disposición pública completamente gratis. Muchas empresas igualmente lo hacen, al menos en forma inicial, mediante demos o sistemas funcionales parcialmente recortados; y sí, muchos sitios recopilan datos anónimos de los usuarios, pero sigue siendo sin costo. Es casi como si los bancos regalaran una cantidad de dinero “de prueba”, o sólo entre las 10 y las 12 de los miércoles; o si las agencias de autos nuevos nos los prestaran para ir a dar una vuelta...

Ese es un fenómeno que supongo alguien por allí (gratis, claro) ha de haber estudiado ya, porque es una forma de cooperación y altruismo extraordinaria, sin duda. Uno de los iniciadores del llamado movimiento de “software libre”, Richard Stallman, lo explicó así desde hace decenios:

“Muchos programadores no están contentos con la comercialización del software de sistemas. Puede ser que les permita ganar más dinero, pero requiere que se sientan en conflicto con otros programadores, en lugar de sentirse como camaradas. Si algo merece una recompensa es la contribución social. La creatividad puede ser una contribución social, pero sólo en la medida en que la sociedad sea libre de utilizar los resultados”.

Un aspecto paralelo a éste, aunque ya no lo analizaremos aquí, son las verdaderamente gigantescas iniciativas filantrópicas de alcance global fundadas por (ex)magnates de la ciencia, la tecnología o las finanzas, como el caso de la Fundación Bill y Melinda Gates, con programas de apoyo para la cooperación y el desarrollo, con aportaciones de decenas de miles de millones de dólares.

A continuación, desde un punto de vista un tanto más formal revisaremos algunas de las características de la ciencia en la cual nos desenvolvemos, sabiéndolo o no.

En un largo artículo publicado (en inglés) en la revista Skeptical Inquirer (vol. 30 núm. 4, julio/agosto 2006, pp. 29-37;), el reconocido filósofo de la ciencia argentino-canadiense Mario Bunge (1919-2020) expone que en los esfuerzos intelectuales —tanto en los auténticos como en los fraudulentos— subyace siempre una cierta filosofía. En la ciencia, por ejemplo, se encuentran involucrados los siguientes seis componentes filosóficos:

  • Ideas lógicas: Consistencia lógica y sujeción a las reglas de la inferencia deductiva, sin acudir a validaciones de argumentos a priori.
  • Ideas semánticas: Una visión realista de la verdad objetiva, expresada como la concordancia entre las proposiciones y los hechos a los cuales se refieren.
  • Ideas ontológicas: Las cosas reales son materiales y siguen leyes (causales, probabilísticas o mixtas); los procesos mentales son procesos cerebrales, y las ideas en sí mismas, independientemente de lo verdaderas o útiles que sean, son ficciones; las cosas materiales sufren cambios; las cosas son o forman parte de sistemas; los sistemas tienen propiedades que sus componentes aislados no tienen.
  • Ideas epistemológicas: Es posible llegar a conocer la realidad, al menos en forma parcial y gradual; el conocimiento científico es falible y perfectible, aunque sí existen resultados firmes; las hipótesis objetivas deben ser probadas en forma empírica, y tanto la evidencia positiva como la negativa constituyen indicadores apreciables de sus valores de verdad; el conocimiento avanza mediante conjeturas cuidadosas y razonamientos combinados con la experiencia.
  • Ideas éticas: La norma moral que dirige la investigación científica debe siempre abstenerse de causar daños injustificables.
  • Ideas sociológicas: El trabajo científico es social, y el árbitro (provisional) no es una autoridad institucional sino la comunidad de expertos, que además facilita la detección y corrección de los errores.

El artículo propone que mediante esos criterios se puede entonces distinguir entre ciencia y “pseudociencia”, pues la ontología de la ciencia es naturalista (o materialista), mientras que la de la pseudociencia (y la de las religiones) es idealista; la epistemología de la ciencia es realista pero la de la pseudociencia no lo es y, por último, la ética de la ciencia no tolera los autoengaños ni los fraudes que suelen infestar la pseudociencia.

Bajo esta rigurosa perspectiva —sin la cual resulta imposible concebir los avances científicos y tecnológicos que caracterizan nuestra era— las creencias místicas y las suposiciones sobrenaturales, además de las curaciones y métodos milagrosos que todos hemos oído, junto con las infaltables y convincentes anécdotas ofrecidas como “demostración”, se derrumban estrepitosamente.

Por otra parte, si alguien no se sintió del todo cómodo con la anterior abstracta y compleja caracterización de la ciencia, le sugerimos hojear y adquirir alguna de las accesibles y atractivas revistas de difusión científica disponibles en el mercado. Independientemente de aquellas dirigidas a los especialistas (casi siempre bajo suscripción) hay muchas posibilidades, que incluyen publicaciones del prestigio y rigor de Scientific American (cuya versión en español aparece bajo el título de Investigación y Ciencia); la revista Discover —nada que ver con el canal de televisión Discovery—, o la excelente gaceta mensual publicada por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), llamada ¿Cómo ves?

Quienes se acostumbren a leerlas mes a mes podrán adquirir una visión amplia sobre el mundo del saber, sus desafíos y sus fascinantes descubrimientos, que muchas veces sobrepasan a los relatos fantásticos y a las usuales patrañas sobre ovnis, curaciones mágicas y aparecidos… pero son ciertos.

Además, lejos de ser un conjunto cerrado y monolítico de conocimientos, en la ciencia hay múltiples ejemplos de cómo una teoría sólidamente establecida cede su preciado lugar a un nuevo paradigma o modelo de comprensión del cual entonces pasa a formar parte como caso particular, como sucedió a principios del siglo XX cuando las teorías de Einstein “subsumieron” a la física newtoniana, y tal vez luego llegue el día en que esta vibrante trama se repita una vez más. Circulan por allí anécdotas de estudiantes de doctorado en física encantados por haberse enterado de que todo lo que sabían sobre un cierto tema estaba mal, pues la teoría había avanzado aún más y mostraba otras dimensiones.

Propondremos ahora dos breves ejemplos de cómo opera la ciencia, y en una futura entrega trataremos de indagar en el grado de “ciencia” que existe o se puede alcanzar en las llamadas “ciencias sociales”.

La teoría de la evolución

Al igual que la “teoría” de la Relatividad, por supuesto que la evolución no es “sólo una teoría” sino un modelo dinámico sujeto, desde hace más de un siglo, a innumerables comprobaciones prácticas por parte de la comunidad científica internacional, como se espera de la definición de la ciencia: sistema generador de explicaciones sostenidas y documentadas acerca de observaciones de la realidad. Más todavía, las predicciones realizadas al respecto de las rutas de desarrollo que debieron haber tomado algunas especies han sido confirmadas por los registros fósiles. Ninguna de estas evidencias ampliamente verificadas requiere ni depende de suposiciones mágicas, dogmáticas ni sobrenaturales.

La teoría de la evolución fue postulada en forma independiente por los naturalistas ingleses Alfred Russel Wallace (1823-1913) y Charles Darwin (1809-1882), y sus variantes modernas explican mejor que ninguna otra cosa los complejos fenómenos de la vida, sobre todo cuando se combinan (o fusionan) con la genética y sus extraordinarias técnicas de análisis que han dado lugar al nuevo y dinámico campo de desarrollo de la bioinformática.

La efectividad de los tratamientos médicos

El método experimental empleado por la ciencia para probar la supuesta efectividad de un cierto tratamiento médico consiste en lo siguiente:

  • Escoger con cuidado a un grupo de sujetos de prueba.
  • Dividir al azar el grupo en dos: “A” (experimental) y “B” (de control).
  • Bajo condiciones vigiladas, proporcionar al subgrupo “A” el medicamento o tratamiento en cuestión, pero sin que ellos ni los investigadores sepan si éste es el grupo A o el B.
  • Similarmente, proporcionar el remedio al subgrupo “B” pero sustituyéndolo por un placebo (una sustancia neutra) y también sin que nadie lo sepa ni conozca a cuál grupo pertenece.
  • Después del tiempo previsto (que no podrá ser menor o insignificante), comparar estadísticamente los resultados.

Todo lo anterior se conoce en inglés como double blind test: doble protocolo de pruebas a ciegas bajo condiciones controladas. Ninguna otra cosa se acepta para probar si un tratamiento cumple con lo que prometía, por más anécdotas que pudieran presentarse como “evidencias”.

¿Cómo se comparará esto con los casos “comprobados” de curaciones milagrosas que siempre cuentan los vecinos?

Y aunque sí postulo y defiendo que la ciencia es lo mejor que nos ha pasado, para ahuyentar la tentación de pensar que igualmente es y tiene la respuesta para todas las cosas, terminaremos con una nota de no-optimismo (dando lugar a muchas otras consideraciones que posteriormente habrá oportunidad de analizar).

Así, pues, aunque nuestra era se caracteriza por los avances científicos y tecnológicos, con sus productos rodeándonos por dondequiera y configurando la vida cotidiana o casi la propia existencia de todo lo que conocemos, básicamente seguimos siendo los de siempre, manteniendo las mismas dudas y angustias, complicadas ahora con las presiones y prisas de la modernidad.

Los adelantos son extraordinarios, y al comparar la situación presente con la de hace 100 o 200 años incluso nos preguntamos cómo era posible subsistir sin electricidad, sin medios de transporte o sin computadoras. Gracias a la ciencia hemos prosperado enormemente en casi todos los rubros, excepto tal vez en el más básico: la comunicación y cercanía con nosotros mismos; la satisfacción de ser quienes somos y como somos; la capacidad de vivir una vida sencilla, feliz y libre, instalada en el presente y razonablemente contenta consigo misma, con el medio ambiente y con los demás.

Con mayor o menor suerte, muchos han intentado encontrar respuestas satisfactorias a las necesidades del espíritu humano amparándose en religiones, ritos, mitos y cultos o en fundamentalismos de diversos tipos, y quizá fuera provechoso probar un enfoque diferente, pues es en estos tiempos cuando, gracias al desarrollo y la difusión de los conocimientos, la humanidad puede comenzar a vislumbrar una merecida independencia de la ignorancia, ataduras y ficciones que durante siglos han limitado el surgimiento de la vida plural e independiente de las personas.

Asimismo, por si fuera poco, un simple vistazo a las noticias muestra la contradicción de los continuados progresos técnicos con el estancamiento o el franco retroceso de los valores humanos, sociales y de convivencia con el entorno. Aunque nunca como en la época actual hemos tenido este grado de bienestar —visto globalmente y comparado con la oscura historia previa de la humanidad inmersa en esclavitud, plagas, ignorancia, hambrunas, matazones y guerras sin fin—, algo no está funcionando bien en nuestra “maquinaria” personal; sus desafortunados efectos llegan a todos lados y no podemos ser ajenos a ello, aunque aparentemente no se trata de cuestiones materiales o físicas (que sin duda han mejorado), sino de otra clase, tal vez de naturaleza mental, o acaso espiritual.

Ya lo platicaremos...

AQ

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