Helena Sampedro: “Como escritora, no puedo tener prejuicios con mis personajes”

Entrevista

La autora crea una familia, entretejida con los clásicos griegos, como metáfora para hablar de los problemas de Puerto Rico en 'Al encuentro del fuego'.

Helena Sampedro, escritora puertorriqueña. (Cortesía)
Ciudad de México /

La narradora y promotora de la literatura Helena Sampedro quiso representar a su país, Puerto Rico, en su segunda novela, Al encuentro del fuego (Planeta, 2024) y meterse a las profundidades de la familia.

Después del éxito de su debut en la novela con La víspera del grito (Divinas Letras, 2016), la directora del Festival de Escritores de Caguas desarrolla ahora una trama casi con carácter policíaco, donde una adolescente que habla siempre sobre sí misma en tercera persona va al encuentro de su destino a la manera de los héroes y heroínas de las tragedias clásicas griegas, un destino que la regresa a su familia, donde de entrada su madre padece el síndrome de Diógenes y su abuelo esconde su verdadero carácter.

Si en su ópera prima Sampedro entra a la vida del pintor noruego Edvard Much después de una larga investigación sobre su biografía, en su segunda apuesta literaria que llegó en mayo a México explora los males contemporáneos de toda América Latina: mujeres y niñas desaparecidas, feminicidios, drogas, sectas religiosas o los secretos familiares inconfesables que son el motor de una amena novela.

Sampedro conversa en entrevista con Laberinto a propósito de Al encuentro del fuego, que fue recibida con mucho entusiasmo en abril pasado en la Feria del Libro de Puerto Rico, principalmente por adolescentes que hicieron largas filas y que llenaron su auditorio para conversar del libro con la autora.

El personaje de Sofía, tan estremecedor y enternecedor, ¿cómo lo encontraste?

Sofía me encontró a mí. A diferencia de La víspera del grito, para el que tuve que investigar sobre Munch, en Al encuentro del fuego me senté a escribir y esa voz llegó en seguida. Eso de que Sofía habla en tercera persona sobre sí y su habilidad con las matemáticas fue algo que vi, me llegó por instinto; te sientas y eso es lo que sale y lo que quieres. Por eso digo que Sofía me encontró a mí.

Aclaraste en la presentación que Sofía no es autobiográfica. Me dio la impresión de que su característica de hablar en tercera persona era una suerte de metáfora de la necesidad de narrar.

Todo en la novela en sí pretende ser metáfora de nuestra isla, Puerto Rico, con eso de la muralla azul de la casa de Sofía, de lo que somos como puertorriqueños, de estar rodeados de agua. Y de tantas situaciones que ocurren en la trama, tan recíprocas lamentablemente en nuestros países de América.

La madre de Sofía, con síndrome de Diógenes, tiene un nombre elocuente, aunque cliché: Pandora. Ella, como el personaje de la mitología griega, es el detonador de la historia que nos cuenta Sofía. ¿Por qué quisiste abordar como metáfora del presente, la historia de una familia?

El nombre de Pandora sí es un cliché, pero al mismo tiempo tanto, el lector se puede hacer una idea de inmediato. Muchos lectores me han llegado a preguntar: ¿De verdad es posible que le haya puesto ese nombre? Pero todos en la familia tienen nombres que simbolizan algo, Pandora fue algo a propósito, igual que Héctor, que es el poseedor, y Sofía, que es la sabiduría. En la novela todo está pensado en torno a la familia. Es una familia con un nivel socioeconómico alto, pero eso que les pasa nos toca en todos los niveles socioeconómicos y por lo regular afectan a los estratos más bajos.

Yo no quería posicionar la novela ahí, porque quería que se viera con otros ojos: de los jóvenes, de los niños, que no pertenecen a una sociedad X o Y o una familia con o sin, sino que siguen siendo jóvenes, siguen siendo niños, y debemos verlos en ese contexto. Es como pretendía hacerlo en esa novela. La familia es muy importante porque por lo que, por lo regular, así funciona la descendencia, son valores que vamos transmitiendo. Y si arriba está podrido, el que viene abajo tiene que enfrentarlo, porque si no va a ser más de lo mismo. Y eso es lo que hace Sofía: enfrentarse a ese fuego, que es su propia familia, que es lo único que tiene, pero si sigue ahí, va a ser uno de ellos.

El título tiene que ver con la voluntad, con el deseo de enfrentar el destino al estilo de la tragedia.

Salió algo muy natural. Esta no es una novela como la primera, para la que yo me senté, desarrollé los personajes y ya sabía lo que iba a contar. Tenía en mi mente lo que quería decir, pero no lo programé sino que todo fue evolucionando; era una situación que al final sabía donde iba, que al final era algo que yo sabía que iba a cabalgar hasta llegar ahí. Y lo hice a propósito. La novela tiene dos ritmos, que son los de la vida misma; primero es tranquilo, sosegado, pero va alterándose, como se altera la vida, hasta que desemboca en algo muy rápido, todo intencionalmente.

Pienso que tuvo que ver, a lo mejor, las lecturas que tenía: Apuleyo, Aristófanes, la mitología me gusta y leo. Y desbordó en la situación actual que tanto me estaba molestando en la mente, eso de la dejadez, del no hacer nada, del siempre recapitular y dejar que los otros hagan. Esa historia me abordó a mí, no sé ni cómo explicarlo, en el sentido de que tú te sientas, y aunque no tengas un organigrama de cómo vaya suceder, ni de antemano no hayas diagramado lo que vas a decir, va cayendo todo en su lugar.

La novela se divide igual en dos partes, una tipo Bildungsroman con el personaje que va creciendo; y la segunda, más dura, muy sórdida, con un marcado trastorno en la personalidad de Sofía y del lector. ¿Por qué esta sordidez para hablar metafóricamente de Puerto Rico?

Es lo que vemos todos los días, cuando te levantas y las noticias son sobre desapariciones de mujeres, feminicidios, adolescentes de las que no se sabe dónde están, asesinatos. Es obligado el tono, es obligada esa sordidez a la que tú te refieres, porque es la única manera de ser consciente de lo que deseo transmitir. Eso es lo que me estaba tocando precisamente: el no querer callar, el no buscar un eufemismo, ir directamente al grano de lo que quieres decir. Es duro, pero hay decirlo de esa manera, en mi caso cuando lo escribía, dolía. A veces tú te detienes y dices: ¿Hay otra manera de contar esto? Y el mismo lector va descifrando lo que pasa. Pero en un momento dado ese cambio era importante.

El abuelo de Sofía es un personaje en los extremos. ¿Por qué romper con esta idea del abuelo como alguien a quien se respeta, como el ser amable?

En esta novela pretendo romper con todos esos prejuicios. El abuelo debe ser esa figura que da el soporte a la familia, no sólo el económico, sino el moral; entonces, tenemos esta doble cara que guardamos, que aun sabiendo a veces que fulano o zutano es esta persona que reconoce la comunidad y hasta el país, le sabemos la parte oscura y la disimulamos. En esta novela no quería dejar nada oculto, quería ser bien honesta, quería decir cómo yo percibo esto. La figura del abuelo, la del papá, no tan marcada como el abuelo que tiene un poder porque tiene dinero y es respetado. Entonces, nos preguntamos, si es por miedo o por qué realmente tiene un peso, él ayuda al país de alguna manera. ¿O es respetado o tenemos que respetarlo para que no nos toque el mal que nos puede hacer?

Varios jóvenes te preguntaban si pensabas en hacer una secuela. Relatas la historia de Sofía muy cinematográficamente por la ejecución de la trama. ¿Por qué? ¿Hay planes de un guión?

No, nunca la pensé para el cine o para una serie. Mucha gente me dice que la pueden ver, que la ven. Y eso me alegra mucho porque es importante llegar a transmitir en palabras lo que se quiere. Que la gente me diga: “Es que estoy ahí, es que lo veo es que lo viví, sufrí como Sofía”, me hace sentir muy bien y me hace preguntarme si al final conseguí transmitir ese deseo de que no cerremos los ojos ante lo que ocurre por más pequeño que sea.

¿Qué vincula a tus dos novelas? El estilo es muy diferente entre ambas.

Aunque el estilo es diferente, vemos una situación psicológica en ambas. En el caso del personaje de Edvard Munch eran esos demonios internos propios, pero también había un padre castrante. En aquella novela también se presenta a la familia, el núcleo familiar es importante, de alguna manera u otra se conectan los protagonistas, pero se van desarrollando en cómo van aceptándose cómo son para superar los traumas, las situaciones personales. En eso entiendo que se conectan, cada Munch y Sofía van en busca de su propio mundo, de su propia verdad, cada uno quiere ser independiente, pide su espacio.

¿Por qué Sofía habla de sí en tercera persona? Es hermoso como habla, pero al mismo tiempo resulta brutal ese desprendimiento, ese alejamiento de ella.

Porque es verte a ti mismo desde afuera, cuando tú lees, te hace fijarte más en lo que se dice y en cómo ella lo dice. En un principio, cuando escribí ese primer capítulo y después cuando entra en la conversación con el padre, que es cuando más se nota, me quedé como pensativa en cuanto a que el impacto de lo que decía o lo que quería comunicar era más fuerte de esa tercera persona. ¿Por qué? Porque ella es una joven peculiar, y los que están cercanos a ella, le dicen que no hable en tercera persona. Entonces, ¿dónde está la aceptación de esa familia? Todo es el qué dirán. Yo soy como soy, no tengo que adaptarme a los demás. ¿Qué daño les hace que ella se exprese en tercera persona?

Y, además de la aceptación, está el prejuicio, trabajar con el prejuicio del mismo lector; de, como escritora, me detengo y digo: ‘Funciona’. Y luego digo: ‘Funciona porque eso es lo que quiero’. Como escritora no puedo tener prejuicios al escribir a este personaje: esa es Sofía. Y sí, evolucionó, ella podía hablar en primera persona, pero hablar en tercera persona es su manera de decir: ‘Esta soy yo’. Esa es su manera de distanciarse de su hogar, de su familia. Su abuela no se lo recriminaba, pero los demás sí, pero abuela no, ella la ayudaba. Siempre queremos cambiar a los demás, en vez de centrarnos en nosotros mismos y respetar al individuo como es.

¿Al encuentro del fuego es un rito iniciático? Y no lo digo porque aparecen las sectas, sino por la transición de la adolescencia hacia la adultez y su sordidez.

Sí, sí lo es. Y es un detonante en todos nosotros, que lo alcanzamos, unos más jóvenes, otros menos, pero siempre caminamos al encuentro del fuego, en lo positivo y en lo negativo, si nos quemamos, o sobrevivimos, nosotros lo decidimos. Pasa con Sofía y con cada uno de nosotros como personas.

AQ

  • José Juan de Ávila
  • jdeavila2006@yahoo.fr
  • Periodista egresado de UNAM. Trabajó en La Jornada, Reforma, El Universal, Milenio, CNNMéxico, entre otros medios, en Política y Cultura.

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