La casa sin ventanas del 'Gordo' Iglesias

In memoriam

"Sabía de beisbol y de técnicas de redacción, de futbol americano y de Truman Capote o Tom Wolfe; no era fácil. Podía ser terrible ante la mediocridad".

El 'Gordo' Iglesias. (Foto: Pascual Borzelli Iglesias)
Mauricio Carrera
Ciudad de México /

Fue excéntrico: nació en Panamá. Abandonó la medicina por la poesía y el santo magisterio de la palabra. No era fácil. Podía ser terrible ante la mediocridad. Su risa, casi como un siseo de la sabiduría, juzgaba duramente la ignorancia o compartía el gusto por los dones de la inteligencia.

Fundó, en 1964, TunAstral. ¡Vaya nombre para un movimiento de vanguardia! Tunas y astros, el espanto y las maravillas de la tierra, con el anhelo puesto no en las engañosas divinidades sino en los altos vuelos de la imaginación y el cosmos. Toluca como centro de las esperanzas y las resignaciones. “Pulque, alcohol y barbacoa”, como canto ceremonial.

TunAstral vivió y envejeció con él. Dejemos a un lado las rencillas y las escisiones. Omitamos algunos nombres importantes que lo acompañaron en esta historia. Como piedra de Sísifo, Roberto Fernández Iglesias se empeñó en tareas para la tribu. La creación artística y la conciencia social como única lucha, como única salvación. Sabía que tal empeño era como “una bolsa de poemas llena de agujeros”. Aun así, persistió: la revista Umbral, los esperpentos mimeografiados, una intensa labor editorial, los cafés literarios (me tocaron algunos en el Biarritz) y la Casa TunAstral. Se convirtió de estorboso, como lo llamaron en sus años juveniles, a polémico, incómodo y necesario. Su legado incluye a muchos poetas y periodistas que algo o mucho aprendimos de su rigor y generosidad intelectuales, también de su amistad.

Lo conocí como maestro en la ENEP Aragón. Sabía de beisbol y de técnicas de redacción, de futbol americano y de Truman Capote o Tom Wolfe. No pasaba inadvertido. Su aspecto no cambió desde entonces: barbado desaliñado y canoso, gorra y sudadera de los Yankees, alto y de andar lento en compases amplios, de humanidad robusta y vientre para hacerle honor a su gordinflón apodo, pantalones bombachos de color llamativo y tenis Converse azules, naranjas o rojos. 

Fue breve mi encuentro con A y Ti, sus risueños hijo e hija, perdidos entre miles de libros y pilas de revistas y periódicos viejos en una casa cuya ubicación defeña he olvidado. Después, en Metepec y en Toluca, tuve la fortuna de conocer a Margarita Monroy, su solidaria, inteligente y amorosa compañera. Lector de Bulgákov, nunca dejé de llamarles, con cariño, El maestro y Margarita. Juntos construyeron una enorme biblioteca que algo tenía de casa. Una casa sin ventanas, para ocupar mejor el espacio con firmes y pandeados libreros.

Fue la poeta Flor Cecilia Reyes, menos de un mes atrás, entre lágrimas de índole filial, quien me alertó sobre lo delicado de su salud. El Gordo Iglesias se nos moría. Callemos aquí. No hablemos de enfermedades y agonías. Quedémonos con su curiosa risa, su aspecto entre de hombre sabio y de atractivo santaclós caribeño, sus sudaderas y sus Converse, sus enseñanzas, sus andares amistosos y sus poemas. Todos los obreros eran valientes y los burgueses hijueputas fue (a riesgo de equivocarme) su último libro, publicado en 2016 en la colección Diablo Mayor de Diablura Ediciones. Es la combatividad intelectual de la tribu. Marx y Rimbaud. José Revueltas y André Breton. Un Gordo Iglesias lúcido, combativo, desencantado, lúdico.

Leemos en “Maniqueísmo”: 

“Lo malo no es Cristo/ sino los cristianos/ (…) lo malo no es Marx/ sino los marxistas/ lo malo no es el Papa/ sino los papistas/ lo malo no es la democracia/ sino los demócratas/ lo malo no son las putas/ sino los hijos”. Y este otro poema, tan paradójico en su vitalidad, tan significativo ahora: “No sé por qué/ nunca me ha dado/ qué pensar la muerte./ Para mí es como dios:/ no existe/ no tiene nada/ que ver conmigo/ yo soy la vida/ con todas sus incomodidades”.

ÁSS

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